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Mostrando entradas de marzo, 2020

Crónica de la excepción. Día 19

Hoy es un día de indignación. Los hay de todo: de desesperanza, de desánimo, de miedo, de incertidumbre, de conformidad, de resignación... Hoy es de indignación: por cómo se están llevando las cosas, por cómo se actúa erráticamente —desde los gobernantes más altos a aquellos de los que dependemos más directamente—, por cómo quienes deben sostenernos —no olvidemos que es su trabajo y su obligación— se enredan en sus palabrerías, en sus bienquedo ,  en sus blancos y negros consecutivos o simultáneos, en sus órdenes contradictorias, en sus derivas. Pero como habrá mucho tiempo para que esta bilis que nos amarga la boca se pueda, y se deba, comentar, vamos a tirar de algo agradable. Y qué más agradable hoy en día que la cotidianeidad que tanto añoramos. Por eso, lo que ahora os pongo aquí es un pequeño relato del 16 de febrero —ya sabéis que escribo para mi gato—,  homenaje hoy a quien tanto añoro: mi calle. MI CALLE Mi calle es anodina. Quien pasa suele hacerlo ap

Crónica de la excepción. Día 18

Hoy es lunes y esperaréis con curiosidad mis noticias desde el Mercadona. Pues no: no he ido. ¿Y por qué? Pues porque tengo papel higiénico que, como todo el mundo sabe, es la medida de las necesidades básicas para el encierro.  Detrás de él van otras, ya menos importantes, pero que también tenemos cubiertas como para resistir un par de días más sin hacer una razzia y volver con bien de la exposición al enemigo. Además, ahora se ha añadido un protocolo nuevo —que todavía me da más razones para espaciar el ataque— y que consiste en que hay que limpiarse concienzudamente (zapatos fuera, ropa en una bolsa para su lavado posterior, llaves y cartera en una caja de uso exclusivo para salir al exterior... en fin, un cuadro apocalíptico) y limpiar asimismo ¡¡¡los productos comprados!!!  Que, a ver, yo me veo con la bayeta dándole a los bricks de leche y a las latas de tomate y a las cajitas de Tosta Rica, si me apuras, pero, ¿y las almejas?  Que pensaba yo traer unas almej

Crónica de la excepción. Día 17

Si tuviera que escribir esta crónica desde el estado de ánimo que me embarga la mayor parte del tiempo, quizá sería mejor dejarla donde está y ahorraros los vaivenes emocionales —normalmente entre el a ver cómo salimos de esta y de esta no salimos — entre los que voy dando bandazos. Anoche, por ejemplo, ver al presidente del gobierno envejecer por momentos —como en esos memes que no hace mucho nos hacían tanta gracia— y darnos una noticia mala detrás de otra regular, fue un punto en el cual sentí que esto no iba a ser tan duro como pensábamos, sino mucho peor. Y me dije a mí misma que mejor dejar de escribir. Pero las almohadas se hicieron para que consultemos con ellas y, tras una consulta sosegada, he decidido que todavía vale la pena pergeñar unas líneas cada día que unos amigos de buena voluntad leen con una atención no merecida.  Si los que están en primera línea de batalla, dejándose la piel, no se rinden, qué menos los que estamos aquí, relativamente a salvo, en

Crónica de la excepción. Día 16

—Cuando todo esto acabe, si este virus que asuela el mundo me respeta, voy a volver a Aquisgrán y al resto de ciudades que tan bien conocí. —¿Volver a Aquisgrán? ¿Cómo has de volver donde nunca estuviste? —Sí que estuve. Por supuesto que estuve. En Aquisgrán me paseé con Carlomagno, admirándola como él, y me detuve en sus calles, donde fue coronado por primera vez Carlos V como Rey de los Romanos. Volveré a San Petersburgo, con Pedro I El Grande, al que despidieron sin pesar sus súbditos. Sus plazas, pisadas por Pushkin, su ahijado, conservan sus versos en el aire. Versos de tierras lejanas: Del céfiro nocturno/éter fluye./Bulle,/huye/el Guadalquivir . Regresaré a Ispahán, donde espero no cruzarme con la muerte contra la que chocó, inexorablemente, el criado que de ella huía desde Bagdad. Gotemburgo me espera; me parece ver el éxodo interminable de los suecos que, durante un siglo, buscaron la vida al otro lado del Atlántico. En las calles de Nairobi quiz

Crónica de la excepción. Día 15

Exceptuando a las personas que vivieron la guerra y la posguerra, nadie en este país se había visto enfrentado a una situación como la actual. Es más, no era este un escenario que hubiéramos descrito si hubiésemos sido preguntados por una situación temida que involucrara a toda la población, y que no fuera solo una tragedia personal. Qué sé yo, parecía que pensábamos en todo: una gran guerra, oleadas de ataques terroristas, una crisis climatológica, una hambruna provocada por catástrofes naturales...  Mucha imaginación —ahora creemos que poca— le echábamos al ser preguntados por nuestros miedos y por lo que nos inquietaba del futuro. Pero aquí estamos: sumidos en una pandemia que nos tiene recluidos en nuestras casas, atemorizados y doloridos ante las noticias de contagios y muertos; a estas alturas, sabedores de que estamos siendo protagonistas de la peor de las historias. Y en momentos así —siendo como somos, mayores de edad; creyéndonos como nos creemos, libres y re

Crónica de la excepción. Día 14

Tengan cuidado ahí fuera era la mítica frase que el sargento Esterhaus les decía a sus hombres antes de lanzarlos a las peligrosas calles de una indefinida ciudad norteamericana (rodada en Los Ángeles y Chicago, inspirada en Pittsburgh). Eran los míticos 80, y todo el mundo en España veía lo mismo cada noche, así que Canción triste de Hill Street se comentaba, se seguía y, por supuesto, puso en boca de todos la mítica frase. Mira tú por donde, más de treinta años después, nos vuelve a la memoria en estos días.  Ahí fuera , a menos que tengas la desgracia de que te acompañe el bicho a casa, hay que tener cuidado. Los que deben salir porque sin ellos llegaría el caos —sanitarios, transportistas, limpiadores, policías diversas, empleados de la alimentación, conductores del transporte público...— y todos los demás que, menos que más, también debemos hacerlo para conseguir lo imprescindible, sabemos que el enemigo está fuera; campa por calles y recintos, se mueve ágilmente

Crónica de la excepción. Día 13

Hoy me ha costado ponerme delante del ordenador a escribir esta crónica. Diréis que pronto me he venido abajo, que apenas estamos en el día 13 (y no es el oficial,  llevamos 11, porque yo cuento desde que el anuncio ya estaba hecho), pero las noticias no mueven más que a la desesperanza: 3434 muertos, 47610 contagiados (7000 casos más que ayer, 445 muertos más que ayer). Pero los seres humanos somos así: hoy nos agarramos al optimismo, a la fe del saldremos de esta , al humor, y mañana nos despeñamos por el más negro de los horizontes. Los tiras y aflojas de políticos y expertos no ayudan: que si hemos comprado, que si no tenemos; que si llegamos al pico, que si aún falta mucho para que disminuyan los contagios; que si la vacuna está cerca, que si ni se vislumbra; que si el verano traerá la remisión, que si esta pandemia se hará cíclica; que si tú, que si yo... Ya está oscureciendo.  Pronto saldrán de nuevo los vecinos a aplaudir, a poner música, a hacer señales lu

Crónica de la excepción. Día 12

En esta sociedad repipi y remilgada en la que vivíamos, había palabras perseguidas y proscritas. Una de ellas era la palabra «viejo». Se podía decir anciano, persona mayor, persona de edad avanzada, persona de la tercera edad —un hallazgo indefinible sacado de no se sabe dónde—, hasta abuelo, sin que los aludidos tuvieran esa categoría de parentesco. Pero viejo, no.  Porque viejo, que en nuestro idioma puede ser un sustantivo definitorio o un adjetivo descriptivo, había pasado a ser un insulto.  En esas vueltas y revueltas, en ese retorcimiento del lenguaje en aras de salvaguardar a todos y cada uno de nosotros sin etiquetas ni señalamientos, lo políticamente correcto —y los grupos de ofendidos, que aumentaban día a día— había sustituido realidades claras y contundentes, palabras inocentes, por eufemismos que pretendían defender el honor de aquellos a quienes nombraban. Así, los viejos dejaron de ser viejos y la sociedad se quedó tranquila porque les había devuelto e

Crónica de la excepción. Día 11

De los creadores de Qué agobio, mañana es lunes y hay que ir a trabajar , llega Qué agobio, mañana es lunes y hay que ir al Mercadona . Porque, os lo creáis o no, las tardes dominicales me han dejado de agobiar por una cosa y han pasado a agobiarme por la otra. Para más inri , ayer me llegó por varios grupos un terrible audio donde se alertaba de un inminente estado de excepción y se alentaba a ir a comprar todo lo que pudiéramos y más porque las cosas se iban a poner muy feas. Evidentemente, no le di crédito. Hay gente que tiene mal beber y otra gente que tiene mal aburrirse y echa mano de este tipo de cosas, claramente denunciables y punibles. Pero, oye, una gota más que añadir a ese vaso rebosante de amargura que nos va llenando el confinamiento y, sobre todo, la situación sanitaria. A las nueve menos cuarto de la mañana, lista y embutida en los guantes, tapada con un pañuelo al mejor estilo Curro Jiménez y con el asa del carrito defendida con papel film, ec

Crónica de la excepción. Día 10

  Ayer salimos a los balcones, claro que sí.  No solo por los sanitarios, los transportistas, los trabajadores de supermercados, los policías... También por nosotros mismos, que necesitamos ver gente, sentirnos parte de una comunidad; que nos hacen falta no solo la familia y los amigos —con los que hablamos telefónicamente o  whatsappeamos—  sino los desconocidos vecinos que queremos saber que están ahí, en su mundo, ahora tan pequeño como el nuestro, y que formaban parte del paisaje en el que nunca reparábamos. Los aplausos acabaron en un concierto de batería, jaleado con el ansia de oír otras voces y sentir otras risas. Aquí os lo dejo, seguro que en vuestros barrios también está pasando, pero es bello compartirlo. Luego ya, la cosa se torció. El presidente del gobierno salió a decirnos lo que ya sabíamos: que venían los días más duros y difíciles, que habría más muertos, que nos enfrentábamos a algo desconocido y cuya salida estaba, por el momento, todavía lejana. Es difí

Crónica de la excepción. Día 9

Me están saliendo raíces. Tranquilidad. No es que los pies se me estén soldando al suelo de mi casa —no debemos descartarlo— y, cuando esto acabe, me tengan que hacer un alcorque y regarme con una manguera. Es que me he echado el pelo para atrás y ahí están esas hebras blanquecinas que en los hombres son fuente de glamour y en las mujeres, de invisibilidad. He considerado dos escenarios —este es un lenguaje muy actual que requiere de un atril y micrófonos, pero como no tengo ninguna de las dos cosas, lo he dicho delante del espejo—. El primero es dejar que avancen sin control y, acabada la confinación, someta al juicio de propios y extraños mi nueva imagen. Quizá ha llegado el momento de ser la nueva Diane Keaton, que bien estilosa está, aunque no se coma ya un colín en Hollywood. El segundo es teñirme en casa, que presenta varias dificultades. La primera vez —y única hasta el momento— que me teñí en casa (lamento decir que fue sin necesidad, solo porque me apeteció un bañi

Crónica de la excepción. Día 8

Buenos días. Nos desayunamos con la noticia de que ya vamos por 18.074 contagiados y 832 fallecidos y el anuncio del ministro Illa de que esto va a ir a peor . No sé yo si a quien madruga, Dios le ayuda. Eso sí, en el Rocío aún no han decidido sobre la celebración de la romería: esto es fe y lo demás son tonterías. Ole. Como, de momento, no tengo mucho más que decir sobre hoy, salvo que la primavera —a la que no le ha hecho caso ni El Corte Inglés— ya ha llegado, podría escribir sobre el día de ayer. La tarde-noche de ayer, más bien. Pero hubo mucho ruido, mucho, mucho ruido. No hace falta salir de casa para que la gente te decepcione —como no hace falta salir de casa para gastar dinero—, gracias a que las redes sociales te traen los comentarios más peregrinos y las ideas más aviesas a sentarse en tu sofá. Y en estos tiempos —tan malos para la lírica y la prosa, pero tan buenos para el teatro— a veces una no se reprime de salir al escenario. En fin, esto tan críptico podéis

Crónica de la excepción. Día 7

Mirad qué fotografía os muestro. Posa Julieta, pero es Julieta en modo metáfora. En realidad, somos cada uno de nosotros hoy, a 19 de marzo, el séptimo día de la nueva era. Miramos hacia fuera porque teníamos tanta vida más allá de nuestros portales que no sabemos qué hacer sin esa parte que nos completa. Teníamos los paseos bajo el sol y correr cuando chispeaba. Teníamos las colas en el súper y los súper sin colas, todo en el mismo día y por el mismo precio. Teníamos las visitas y los encuentros. Teníamos la alarma y la satisfacción de apagarla de un manotazo, antes de renegar un poquito del desalmado lunes. Teníamos los saludos protocolarios, los besos cariñosos, los abrazos de ánimo, los contactos furtivos. Teníamos los cines y el precio abusivo de sus palomitas. Teníamos el trabajo del que agotarse, pero al que dedicar lo mejor de nosotros. Teníamos los centros comerciales y el curioseo del  solo estoy mirando  y el toqueteo de esto y de lo de más allá y las colas en

Crónica de la excepción. Día 6

A todos nos gusta que nos digan la verdad. Es más, exigimos  que nos digan la verdad. Se le reprochan las mentiras, o las medias verdades, a amigos, familia, compañeros y, como no podía ser menos, a los políticos que salen a la palestra y desmienten con sus palabras lo que hay o lo que ha habido. Y sin embargo, ayer, cuando poco después de las tres de la tarde, salió el Sr. Sánchez a comunicarnos las medidas económicas para paliar el desastre que se le viene encima a este país, oír la verdad nos sacudió como nunca. Tanto tiempo mintiéndonos, para que ahora la verdad nos haya resultado un trago tan amargo. Que vendrán días largos y duros. Y lo repitió varias veces por si —los distraídos y frívolos como yo que nos fijamos en ternos, corbatas y gestos— no lo hubiésemos oído. Días largos y duros. Y luego nos invitó a resistir, parafraseando a Winston Churchill. No sé yo si recurrir a esa inspiración fue un feliz acierto. Asesores debe tener que no lo dejen a la intemperie cuan

Crónica de la excepción. Día 5

Hoy no salgo de casa. Que habrá quien diga que ni hoy, ni mañana, ni pasado, ni al otro. Pero que no es eso. Llegados a este punto —y pronto hemos llegado—, tenemos que pertrecharnos de herramientas que preserven nuestra salud mental y la de aquellos que conviven con nosotros. Esta es una estrategia muy conocida y utilizada en las terapias de desintoxicación. Pongamos que eres adicto al tabaco, por ejemplo. Tu terapeuta te dice que, cuando abras los ojos por la mañana, te digas Hoy no fumo . No Ya no fumo ni He dejado de fumar  porque, si te dices eso, puede que salgas corriendo a buscar el primer estanco que encuentres o rebusques en el armario de la ropa blanca hasta dar con el paquete que escondiste por si la voluntad flaqueaba. Hoy no fumo , que es una colina cuya cima tienes a la vista y puedes subir más o menos cómodamente. Cuando llegues, descansas, a dormir, y mañana será otro día. Pues eso: Hoy no salgo de casa . Y me parece a mí que el gobierno también ha echado

Crónica de la excepción. Día 4

Si hace una semana me hubieran dicho que iba a contar mi compra en el Mercadona como Marco Polo contaba sus viajes, me habría caído de la silla. Pero así están las cosas y a eso voy. En este punto, aviso que si esperáis épica, aventuras o un relato asombroso, dejéis de leer, porque el asunto es más bien prosaico. El día no empezó naaaaada bien. Antes de que abrieran, este era el panorama: cola de coches con el parquin aún cerrado y cola de gente en la puerta, al otro lado. Empecé a considerar las alternativas, ayudada por inestimables consejos vía whatsapp: que si en el Condis hay menos cola, que si en los mercados todo está más o menos normal... Cualquier idea era buena con tal de no esperar al aire libre en un día que nos ha devuelto al invierno o refregarme con posibles portadores de bichitos ocultos. Pertrechada con el carrito y mis guantes, salí para la compra alternativa y vi, no sin asombro, que no había nadie en la puerta. Así que decidí probar suerte. El señor Merc