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Una fotografía evocadora

Padres e hija caminan, un día de agosto, hacia la Torre del Oro. La hija es joven y los padres aún lo son también: veintitantos, poco más de cincuenta, apenas sesenta... Van despreocupados. Turistean por los lugares más emblemáticos de la ciudad y disfrutan de la compañía después de muchos meses de distancia. La vida les tiene preparadas cosas muy buenas y tragedias inesperadas. No lo saben. Cuando no se conocen ni las unas ni las otras, se puede ser feliz en la ignorancia. Una sencilla imagen -sin posar, sin evento importante, sin atuendos de fiesta- me ha devuelto a momentos en los que, sin saberlo, era especialmente dichosa. Un agujerito en el tiempo a través de un álbum de fotografías. La nostalgia de lo que fue y nunca ha de volver. Saber que se fue joven y se tenían las alas intactas. Recordar a quienes te querían incondicionalmente. Imagen: mis padres y yo a finales de los 80. Sevilla.  
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Mi nombre

Ana María para el papeleo, la administración, Hacienda, la lista del censo, las citas médicas, la partida de nacimiento, la fe de bautismo, los desconocidos, el buzón, las cartas oficiales, los títulos... Ana Mari para los que más me quisieron y ya no pueden llamarme, para mis amigos del pueblo, para sentir los recuerdos, para hablarme interiormente... Ana para casi todo mi mundo de hoy, para mis alumnos, para quienes me conocieron de los catorce en adelante, para presentarme a la gente, para firmar lo que escribo y lo que creo, para girarme cuando oigo ese nombre, para que me llamen los más cercanos... Fui Ani a veces para una tita querida, Anamarisilla para mi madre cuando perdía la paciencia conmigo, Anita o Aniuska o Anamore para alguna amistad cariñosa y creativa... Me gusta porque lo heredé de mi abuela paterna, porque es nombre de reina, porque todo el mundo sabe pronunciarlo, porque no dudan al escribirlo, porque es mi misma esencia y porque, a pesar de haberlo usado tantos año

Frutos del azar

  Todos somos fruto del azar. Estamos aquí por un capricho del destino que caracoleó a nuestro favor como pudo hacerlo en nuestra contra. Yo misma, tal como me conocéis, no estaría escribiendo esto, con estos ojos, con estas manos, con esta historia, si no hubiera sido porque un malogrado primer embarazo de mi mamá dio al traste con un bebé que hubiera nacido en febrero o marzo. Mayo no hubiera podido ser, de modo alguno, el mes en el que abrí los ojos al mundo. Si otra u otro hubiera venido más tarde, ya no sería esta Ana Mari. Así, admitamos como algo irrefutable que tanto estamos como pudimos no estar y que todo aquello a lo que nos aferramos como cierto y rotundo: que somos así o asá, que somos de aquí o de allá, que nos criaron los mejores o los peores, que estábamos destinados a este único e inapelable aterrizaje... todo es una casualidad, o un cúmulo de ellas, un universo personal que pudo haber sido otro, una historia que, en el colmo de las paradojas, podría ni siquiera haberl

Feliz cumpleaños, Germán.

Hay títulos que se consiguen por uno mismo. No se necesita a nadie más: son tuyos y nada más que tuyos. Y luego hay otros que no pueden obtenerse en solitario. Como los que nos otorgamos mutuamente nosotros, madre e hijo, el mismo día y a la misma hora. Te los dan sin formación previa, sin años de estudio ni presentación de méritos. Como si de la nada tuvieras que volar un avión o hacer una operación a corazón abierto, te encuentras un ser diminuto y frágil entre los brazos a quien debes acompañar, primero por caminos fáciles y luego -ay- por sendas peligrosas, todos los días de tu vida.   Te equivocas, tropiezas, disfrutas, lloras, reconduces, esperas, aprendes, te arrepientes, te felicitas...  Y llevas tu título con la esperanza de que quien sostiene el otro extremo, cuando haga balance el día final, se alegre de haber sido tú y nadie más que tú quien se graduó con él al alimón. Felices treintaiuno, Germán. Imágenes: Primer cumpleaños, el 5 de mayo de 1994, y un año después, en prima

Feliz cumpleaños, Inés

Sentir tus patadas en mi vientre, escoger tu nombre, cogerte en brazos, alimentarte de mí, consolarte, cantarte, cambiarte los pañales, vestirte, peinarte, enseñarte a querer, despedirte en el cole, leerte cuentos, llevarte de viaje, regañarte, curar una herida, enjugar una lágrima, cogerte de la mano, acompañarte a una fiesta, enfadarnos, descubrirte una mentira, esperarte de madrugada, hablarte de mi infancia, resolverte un problema, perdonarte, perdonarme, ordenar juntas, confinarnos, ir de compras, contarte un secreto, oír un secreto, bailar juntas, cantar juntas, reírnos, comentarnos chismes, hacer planes, cambiar planes, verte conducir, sufrir por un examen, querer a quien quieres, odiar a quien te daña, llorar contigo, llorar por ti, llorar sin ti... Ser mi vida entera. Felices veintidós, Inés. Imágenes: Primer cumpleaños de Inés, 3 de mayo de 2003 y en una excursión, algunos años después.  

Relojes atrasados

Hoy es el día en que mi madre no adelantaba los relojes. Cuando llegábamos en verano, el de porcelana sostenido por dos cisnes imposibles marcaba, irremediablemente, una hora menos. Solo había que hacer una sencilla resta, decía ella, y así nos esforzábamos en mirar la hora con concentración. Si ojeábamos el suyo de pulsera, allí estaba también la hora de menos. Decía ella que en octubre volverían a estar en hora. Que solo había que esperar. Y así es, con paciencia vuelven las cosas a su ser, a su sitio, a donde de nunca debieron salir. Cuando toca cambiar los relojes, como en tantas otras ocasiones, me acuerdo de mi madre. Imagen: mi jovencísima madre. Cuando aún todo estaba siempre en su sitio, incluso los relojes.  

Feliz cumpleaños

  "A menudo los hijos se nos parecen..." canta el poeta. O eso quisiéramos. Y buscamos en su boquita, en sus gestos, en sus andares... rastros de nosotros o de los que nos precedieron y a quienes dicen que nos parecemos. Así, desde que naciste, Martín querido, busco en ti, y hallo, la inmortalidad, la certeza de haberle ganado la partida al destino, el triunfo de saberme otro y la misma. Y celebro cada día de tenerte a mi lado aunque ya no caminemos al compás por el mismo camino, siempre teniéndote a la vista. Hoy, a veintisiete años de tu nacimiento, rebusco entre tantos álbumes y me sorprendo de ser capaz de recordar momentos con la misma intensidad como cuando sucedieron o, por el contrario, de toparme con una imagen de días olvidados. Tenemos muchas fotografías juntos: de besos, de abrazos, de comidas, de juegos... Sin embargo, aquellas en las que encierras tu mano en la mía, como en esta, son las que más me gustan. Porque son la esencia de la maternidad: una mano que aco