La tristeza es un sentimiento devaluado. Ni enfermo, ni cansado, ni agobiado, ni en duelo, ni con problemas... no hay una situación en la que se nos deje estar tristes. Ánimate, no pasa nada, hay cosas peores, ya verás cómo todo mejora, no llores, qué te pasa... Tantas son las palabras y tan pocos los silencios que acompañan, los abrazos que confortan y las miradas que acarician que optamos, demasiadas veces, por el disimulo. "Dientes, dientes" -decía la folklórica, aunque por otros motivos. "Más vale que te tengan envidia que no lástima" -decía mi abuela porque era orgullosa y tenía a gala "tapar" ante los demás. Así que se suele sonreír y contestar, invariablemente, "bien" cuando te preguntan qué tal estás. Pero hay que reivindicar la tristeza. El cerebro humano, que no el alma, tiene momentos de bajón, química pura que se desestabiliza y que ha de retomar a su equilibrio. Y la tristeza pide un tiempo y un espacio porque tenemos mo...