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Relojes atrasados

Hoy es el día en que mi madre no adelantaba los relojes. Cuando llegábamos en verano, el de porcelana sostenido por dos cisnes imposibles marcaba, irremediablemente, una hora menos. Solo había que hacer una sencilla resta, decía ella, y así nos esforzábamos en mirar la hora con concentración. Si ojeábamos el suyo de pulsera, allí estaba también la hora de menos. Decía ella que en octubre volverían a estar en hora. Que solo había que esperar. Y así es, con paciencia vuelven las cosas a su ser, a su sitio, a donde de nunca debieron salir. Cuando toca cambiar los relojes, como en tantas otras ocasiones, me acuerdo de mi madre. Imagen: mi jovencísima madre. Cuando aún todo estaba siempre en su sitio, incluso los relojes.  
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Feliz cumpleaños

  "A menudo los hijos se nos parecen..." canta el poeta. O eso quisiéramos. Y buscamos en su boquita, en sus gestos, en sus andares... rastros de nosotros o de los que nos precedieron y a quienes dicen que nos parecemos. Así, desde que naciste, Martín querido, busco en ti, y hallo, la inmortalidad, la certeza de haberle ganado la partida al destino, el triunfo de saberme otro y la misma. Y celebro cada día de tenerte a mi lado aunque ya no caminemos al compás por el mismo camino, siempre teniéndote a la vista. Hoy, a veintisiete años de tu nacimiento, rebusco entre tantos álbumes y me sorprendo de ser capaz de recordar momentos con la misma intensidad como cuando sucedieron o, por el contrario, de toparme con una imagen de días olvidados. Tenemos muchas fotografías juntos: de besos, de abrazos, de comidas, de juegos... Sin embargo, aquellas en las que encierras tu mano en la mía, como en esta, son las que más me gustan. Porque son la esencia de la maternidad: una mano que aco

Un solo, y completo, deseo

Viajamos en una nave que completa hoy su trayecto alrededor del sol, cerrando así un ciclo de vida. Cuando lleguen las doce y las campanadas den fe del cambio de año, entre los gestos rituales de las uvas, el cava y las sonrisas, hemos de sacar unos segundos para pedir deseos para nosotros y para aquellos que apreciamos y que pueblan nuestro mundo.  Es difícil elegir algo de entre todo lo que nos falta o de entre todo lo que se tiene y se quiere conservar. Solemos resumirlo precipitadamente en salud y que el año que se inicia sea mejor que el anterior. Algunos se aventuran a pedir que se cumpla un sueño que llevan largo tiempo acariciando. Los más conformistas piden quedarse como están. Los perezosos hacen suyos los deseos comunes y piden paz y alegría en el mundo, como si eso no dependiera de que se cumplan miles de anhelos previos. Hay quien esconde deseos, demasiado arriesgados para nombrarlos, y espera que se cumplan mágicamente solo por no decirlos en voz alta. Esperan que este qu

La alegría del reencuentro

Anoche, como otras veces desde hace ya unos años, nos reunimos un grupo de amigos que habíamos cursado juntos la EGB. Con algunos de ellos comentamos qué ha hecho que lo que comenzó como algo puntual, del que no sabríamos el recorrido que tendría, se haya convertido en una cita que esperamos con expectación. Conocemos otros casos de reencuentros de exalumnos, pero todos ellos han quedado en una o dos citas y el entusiasmo inicial se ha diluido como un azucarillo. No sabemos las razones que nos impulsan a nosotros a querer seguir viéndonos; no sabemos por qué reímos y charlamos con naturalidad; por qué, a pesar de nuestras historias y caminos tan diferentes, hallamos placer en vernos, en abrazarnos, en recordar el pasado y en ponernos al día de nuestros presentes... No es la afinidad, porque somos un grupo heterogéneo en ideas, situación personal y vida recorrida; no es la recuperación de íntimos amigos, porque con algunos teníamos poco trato en aquel entonces y su imagen incluso se nos

Por todos. Entre los Santos y los Difuntos

Por todos los que no están y que queremos tanto. Por los que esperan el reencuentro y les hablan cada día con la fe ciega de que son escuchados y sus ruegos atendidos. Por los que saben que el reencuentro solo está en su corazón y su cabeza y que sucede cada día de su vida en el que los recuerdan. Por los que fueron santos y bellos y por ello nos vienen las lágrimas a los ojos y el pellizco al corazón. Por los que no fueron ni tan santos ni tan bellos y por ello, también, nos vienen las lágrimas a los ojos y el pellizco al corazón. Por todas las historias nuestras que se llevaron con ellos y por todas las suyas con las que nos quedamos. Por las fotografías que los muestran jóvenes, ilusionados y con todos los caminos por recorrer. Por ese momento mágico en el que creemos oírlos pronunciar nuestro nombre y creemos, al doblar una esquina, haber visto su pelo o su silueta. Por quien los llora hayan pasado los años que hayan pasado. Por quien los olvidó y, así, les dio muerte de nuevo. Por

Veranos

El sonido de las cortinas de cabos. Los polos caseros. Las siestas en las albercas. Las tajadas de melón. Las pipas en un banco. El cine de verano. Los botijos de tacto áspero. Las moscas. Las salamanquesas en torno a la luz. Las moñas de jazmines. Los primos. Las noches estrelladas. Las ferias. Los cortes de helado. Los trenes interminables y abarrotados. La sombrilla, la toalla y los balones de Nivea. Las postales. La sal en la piel. Las partidas y las llegadas. Las maletas. La luz. La vida plena. Las promesas. El futuro. El verano... Imagen: sacada de internet, me ha traído a la memoria un sonido olvidado.  

Adiós a una mujer buena

De todas las personas que he conocido, a nadie como a Ana Mari la definían menos sus poses y sus gestos en las fotografías. Ese tema era objeto de comentarios divertidos y cariñosos cada vez que repasábamos un álbum: vaya cara, qué pose, jajajajaja ...  Porque Ana Mari era, a pesar de ese aspecto intimidante que, no sabemos el porqué, retrataban las fotos -y como decía Machado-  en el buen sentido de la palabra, buena .  Buena con los suyos y con los ajenos. Buena en el trato, en la palabra, en el hecho y en la omisión. Buena por carácter y convicción. Buena de corazón. Olvidaré los últimos días, y su imagen frágil y delicada, porque esa persona que se acababa ya no era ella. Y, por ello, la recordaré por siempre toda energía y fortaleza. La recordaré entre los fogones, haciéndole a cada uno lo que más le gustaba. La recordaré descalza, en la terraza, regando con brío sus esplendorosas macetas. La recordaré diciendo hijomíoooo , como el máximo y único reproche que se permitía hacer cua