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Mostrando entradas de junio, 2016

Lágrimas y albóndigas de boquerones

" Y  desde que reconocí el gusto  del trocito  de magdalena mojada en la tila que  me daba mi tía (aunque todavía no supiera y debiera dejar para más tarde el descubrir por qué ese recuerdo me hacía feliz), en seguida  la vieja casa gris, donde estaba su habitación , vino como un decorado teatral a añadirse al pequeño pabellón que estaba sobre el  jardín..." Un sábado lluvioso. Una tormenta de junio que atruena desde la calle. Y me conecto al bendito Internet. Voy a ver mi pueblo en Canal Sur . Es uno de esos programas donde se tratan con amabilidad a las tierras y a las gentes. Se cantan coplillas, se muestran paisajes. No falta su poquito de cocina, su poquito de monumentos... Su poquito de humilde orgullo  -valga el oxímoron-. Cuento con emocionarme porque la distancia es mucha y el apego, el mismo que tenía de chica. Y aunque vuelvo y vuelvo cada año y aunque sigo en contacto y aunque disfruto continuamente -a través del agujerito de facebook- de sus paisajes y de

Vísperas

Como soy persona de vísperas, estos siempre han sido para mí los mejores momentos del año. Esas primeras noches de un verano recién estrenado en las cuales, a pesar de estar trabajando, ya no importa el madrugar, ni el agobio de los últimos días, ni las tareas que se acumulan para cerrar un año académico y empezar otro. A estas horas de la casi madrugada, cuando otras veces doy vueltas, desasosegada, mientras el tic tac del despertador me pone nerviosa, hoy, sin embargo, me acodo en la terraza y respiro el aire tibio que tanto promete. Apenas pasa algún coche y el ruido, que durante el día es dueño y señor de la avenida, ha retrocedido dejando sonidos que ya son solo ecos de la actividad diurna. Pasa un joven paseando un perro y el ascua de su cigarrillo brilla en la acera en penumbra. Pasa un ciclista, tan desubicado a esta hora pero mucho más seguro. Un taxi, con la luz de libre, para en el semáforo. Reggaeton a todo trapo desde un coche lleno de jóvenes, quizá ya demasia

Escribo para mi gato VIII. Mi último viaje

Son ya nueve los años en que recorro este camino de ida y vuelta. El aire ardiente de África me llama cuando el otoño se vuelve inclemente. Pero, con cada primavera, siento la voz de la tierra en la que abrí los ojos. Grita mi nombre y el de mis compañeras. Su reclamo es más fuerte que el cansancio y la pereza. Más fuerte que el acomodo y la rutina. Va más allá de mi propia vida: está enlazado en las vidas infinitas que me preceden y es herencia eterna que me sobrevive. Desde las alturas veo los campos y el mar. Veo a los hombres, con sus afanes. Veo los paisajes amables y los hostiles. Cruzo el Estrecho y la luz del Mediterráneo me golpea en el pecho. No entiendo de kilómetros pero el peso que llevo en las alas me dice que son muchos los que he dejado atrás. Ahora ya siento que estoy llegando al final. Tras esos campos repeinados en verde aparecen los tejados conocidos de mi pueblo. Hago un último alto en la sierra y escojo de un vistazo certero donde va a estar mi casa. Q

Cromos que me faltan

La otra mañana, hojeando La Vanguardia, me encontré con una columna en la que se le daba vueltas a un tema que es objeto de muchas opiniones y controversia. El asunto en cuestión es si vivimos los actos, los viajes, los acontecimientos... o hemos perdido el placer de su disfrute en presente para trasladarlo, en una pirueta temporal, al momento en el que mostramos las fotos a los demás y a nosotros mismos. Contra ese comportamiento habitual de echar fotos sin medida (ay, el carrete famoso que nos obligaba a seleccionar qué foto tomar) y compartirlas, en presencia o por las redes sociales, se alzan muchas voces, algunas airadísimas. Que desatendemos la vida que está pasando a nuestro lado. Que cambiamos el disfrute de ahora por, como se dice en esta columna, el disfrute del futuro. Que buscamos encuadres, sonrisas, ángulos... y descuidamos el trato, la mirada, el roce. Que hacemos de nuestra vida una película en la que somos actores, directores, guionistas, figurantes... Que nos pe

Olivos

Cosiendo con pespuntes infinitos los retales del paisaje. Mimados por los hombres del campo: un ojo entre sus frutos y otro en el cielo. Que si llueve, que si no, que si es año de cosecha... Admirados por sus frutas hinchadas, sus soleras perfectas, sus ramas preñadas de fortuna venciéndose hasta el suelo... Mostrados como se muestra a un hijo. Duros. Orgullosos de ser humildes. Grises. Verdes. Plata. A veces polvorientos y a veces luminosos. Señores y esclavos de las lomas. Nos precedieron; nos sobrevivirán: eternos, inmutables. Padres y descendientes. Dadores de vida. Dueños de sueños. Simbolos de la tierra que te golpea el pecho. Geometría del corazón, líneas del alma, costuras de la vida, entraña pura: rebañando su aceite tomo la comunión. Imagen: Fotografía familiar (Jesús Chivite). 3 de agosto de 2003.