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Mostrando entradas de 2014

No al vintage, sí al viejunismo

Hace muy poquito que sigo el blog cuya cabecera he puesto como imagen. Y es que es un blog sobre comida. Y la comida es una de las, digamos, cinco cosas que menos me importan en la vida. Vamos, que yo seré feliz el día en que desayunemos, comamos, merendemos y cenemos con una pastillita. Y digo esto a riesgo de perder los poquísimos lectores que tengo. Porque no gustarte la comida es un pecado muy grande. Un pecado que cuesta perdonar. Porque el ser humano viene de una larguísima historia de lucha contra el hambre; de lucha por la pura supervivencia. Y muchas de las grandes obras de la humanidad -pictóricas, literarias, sociales...- han surgido desde el hambre y para saciar el hambre. Y sus personajes son seres acuciados por el hambre y movidos por el trabajo cotidiano de llevar algo a la mesa. Y, claro, luchar contra la historia de la humanidad es muy difícil. La gente arruga la nariz cuando me dejo cosas en el plato, cuando pellizco y remuevo disimuladamente lo que tengo en

De los días en los que sientes que lo que haces no sirve para nada

En la primera hora de la mañana es difícil captar la atención de los alumnos. Soñolientos y cansados se disponen a escucharte o a hacer como si. Pero la clase de hoy es más ligera: no nos esperan los verbos, ni la ortografía, ni el vocabulario para ellos intrincado, ni la historia de la literatura. Vamos a leer. Un libro escogido con cuidado, para adolescentes que no tienen en la lectura su placer. Son relatos de ciencia ficción. Les hablo del autor del de hoy, Philip K. Dick . De su vida atormentada, de sus enfermedades mentales, de su alcoholismo y su drogadicción, de su muerte prematura. Parece que les engancho. ¿Han visto Blade Runner ? No. Bueno, son jóvenes. Se basa en uno de sus relatos. Les digo que la veremos cuando acabemos la lectura del libro. Y les hablo del cuento de hoy, "Impostor", y de cómo en este cuento se refleja el miedo del autor al futuro, a la tecnología, a la pérdida de la humanidad. Un cuento inquietante, hijo de sus paranoias y de su dolor.

Domingo y lluvia y melancolía

Domingo y lluvia se conjugan para traernos la melancolía. Es la melancolía definida asépticamente el sentimiento de tristeza sin causa definida. Pero hay cosas que no caben en los diccionarios ni admiten más definición que la que asalta al corazón. Y así, la melancolía que nos sobreviene en este domingo de lluvia es una persona que nos falta, una persona que nos sobra, un domingo de sol de nuestra infancia, un beso que nos dieron, un beso que negamos, un abrazo sin causa, lo que tuvimos y perdimos, lo que nunca tuvimos, la mano que nos acarició, el amigo perdido, la conversación pospuesta, la ilusión frustrada, la sonrisa más triste, la lágrima más alegre, la canción que nos conmovió, el libro que nos iluminó, la palabra omitida, la palabra lanzada, los sueños, la fatiga, el desasosiego, el cansancio, la pena, el anhelo, la aflicción, la derrota inesperada, el éxito invisible, la impotencia, la luz que se apaga, la vida que se tuerce... Y sigue lloviendo. Y el domingo transit

No todo es telebasura

La televisión tiene muuuuuy mala fama. Y la verdad es que, en ocasiones, muy merecida. Ponerla a la hora de la siesta o en el horario estrella de la noche nos depara, a menudo, sorpresas desagradables. Y, sin embargo, sigue siendo una de las actividades a las que se dedican más horas del día. El derrumbamiento físico -y a menudo psicológico- que nos ataca cuando acabamos con nuestras responsabilidades cotidianas -o cuando hacemos un alto en el camino- nos conduce a una actividad que requiere poco o ningún esfuerzo. A veces, después de haber saltado de programa en programa y haber visto fauna desquiciada, gritos, reporteros que anuncian como exclusivas las noticias más peregrinas, culebrones previsibles... nos indignamos con la tele y con quienes la programan. Aunque deberíamos indignarnos con nosotros mismos pero, claro, eso es más difícil porque a nosotros nos queremos bastante más que a los directivos televisivos. No obstante, hay que romper una lanza en favor de la televisi

Si yo tuviera una escoba...

Las mezquindades cotidianas. Esos pequeños arañazos en el corazón que lo dejan mortalmente herido. Las traiciones cercanas; las de los que nos importan. El orgullo, que ensancha las brechas y quema las naves del acercamiento. Las humillaciones públicas o privadas que menoscaban nuestro amor propio y nos empequeñecen. Las decepciones que, poco a poco, nos instalan en el cinismo y la tristeza. La ansiedad ante el futuro y el dolor por el pasado. La culpabilidad, un sentimiento estéril y paralizante, que nos hace cobardes. La tristeza por quien no lo merece. Porque no nos deja levantar el corazón. Las preocupaciones que tienen remedio. Las preocupaciones que no lo tienen. El esfuerzo por causas perdidas que nos agota y nos desangra. Los perdones no pedidos. La rigidez de pensamiento y el desprecio al diferente. Las esperanzas sin fundamento que te devuelven a los pozos oscuros. La desolación de la enfermedad y de la muerte. Los terribles trances que en la vida

Y un verano más... o menos.

El final del verano siempre nos sorprende. Creemos que es eterno y que, en sus largos días, tendrá cabida todo aquello que el invierno y el ajetreo cotidiano pospuso. Se amontonan los buenos propósitos, los libros infinitos, los aprendizajes a nuestro aire, los sitios y las gentes a los que visitar... Queremos volver morenos, vitales, más sabios, más limpios de corazón, llenos de experiencias, preparados para la vida y sus intransigencias. Y nos sorprende descubrir que un día otoñal se asoma a la ventana -aunque el calendario se empeñe en decir lo contrario- y nos pilla con todo a medio hacer. Intentamos entonces, porque el ser humano tiene la grandeza de sobreponerse para que el mundo gire, recomponer nuestras expectativas. Repartimos los libros para las próximas semanas, decidimos que tampoco nos hemos atrasado tanto en los nuevos aprendizajes, recopilamos las fotos y sonreímos ante las gentes y los paisajes que hemos visitado poniendo en el cajón de lo pendiente aquello q

Un gran olvidado: Ibargüengoitia

Hace unos días fui de nuevo al mercado de San Antonio. El paseo entre los puestos de viejo era algo habitual en mi infancia y cuando mis hijos eran pequeños. Aquello que mis padres hicieron conmigo llegó el momento de repetirlo con ellos. Empezaban una colección de cromos -de fútbol, pokémon, animales...- e iban completándola hasta que, en los sobres, se repetían y se repetían sin que acabaran de salir los que debían llenar los últimos huecos. La solución era el mercado de San Antonio. Llegábamos llevándolos de la mano. Sus ojos brillantes y su sonrisa expectante lo decían todo. Doblada en un bolsillo, la lista de los cromos que faltaban y, apretaditos en la mano, el puñado de "repes". Una vuelta para tantear el terreno. Los más difíciles, caros. Nos acercábamos a las chaflanes exteriores donde otros niños como ellos pasaban sus ojos y sus manos rápidamente por los suyos y por los que otros niños les mostraban. "Tengui, tengui, falti, falti...". Entre los

Cerrando etapas

La estás peinando. Unas coletitas. Un poquito de colonia. Te la echas en la mano y se la pasas por el vestidito y el pelo. La abrazas y sientes su pequeño corazón latiendo contra el tuyo. Te descubres sintiendo lo mismo que ella. Un poco de miedo ante lo nuevo. Ya no la esperan la pequeña escuela del año pasado ni sus maestras, tan cercanas. Algunos de los antiguos compañeros ya no la acompañarán en sus juegos. Caras nuevas. Un nuevo maestro. Muchos más amigos a su lado. Le colocas su bolsa. Se la has hecho de colores. Alegre como ella. Su mano se pierde en la tuya. Es tan pequeña y a la vez ¡ha crecido tanto! Ya no cabe como antes entre tus brazos. A veces, cuando se cansa y el sueño la vence, te la colocas en la cadera. Sus brazos en tu hombros. Su cabecita en el hueco de tu cuello. Huele a ternura, huele a infancia y a luz. Huele a futuro. Y entras por la puerta de la escuela. Ella calla, pero su mano te aprieta más que nunca. La adelantas con un suave empujoncito cuando l

Puesta de sol

Damos por hecho que lo que tenemos un día lo vamos a tener al siguiente. Nuestra vida es una carrera atolondrada entre el trabajo, la familia, las obligaciones, el descanso que nos procuramos... Vivimos con el incomprensible convencimiento de que solo nosotros somos los responsables de lo que hacemos o de lo que omitimos. Y un día, para recordarnos que el control no depende de nosotros, perdemos la salud y frenamos en seco. Asomados a la terraza nos maravillamos del ajetreo de la gente: unos corren sudorosos porque es lo que se lleva; otros cargan con bolsas de la compra; madres que empujan cochecitos a los que van cogidos pequeños berreantes... En el trabajo tu falta molesta y añade dificultades a las cotidianas; tu casa se llena de ropa sin lavar y de encargos sin hacer... Y a ti no te importa. Tu cuerpo está reclamando algo y no sabes qué es. A nadie le das pena porque, por suerte, no te vas a morir. Cuando alguien va a morirse entra en el grupo de los desdichados y ahí t

El día de la madre

No me quieras matar, corazón. Imagen: colorincolorado2007.blogspot.com

Abril florecía...

Ayer abril florecía. El aire empapado de lluvia de la mañana había dejado paso al olor de la primavera. Al salir a la calle la tarde tibia nos había ensanchado el corazón. Las tristezas del invierno parecían menores; la vida dando, como siempre, nuevas oportunidades. Y hoy... abril hecho febrero, el crudo invierno rompiéndonos por dentro, el estupor que la muerte, sobrevolando de nuevo nuestras vidas, nos provoca al recordarnos lo frágiles que somos. Lo poco que podemos retener a los seres queridos. Lo poco que somos. Lo poco... Nicolás se ha ido de nuestro lado. Nos queda su sonrisa, su calma, su ternura. Nos quedan los recuerdos compartidos. Nos queda el cariño que nos brindó y el que nosotros le ofrecimos. Nos queda el dolor de su hueco. Nos queda tanto y tan poco al mismo tiempo que muchas serán las lágrimas derramadas antes de que el corazón encuentre algún consuelo. Descansará en su tierra, con su gente. A su lado y por siempre pasarán los azahares, pasarán las heladas, p

El Día de la Felicidad

El jueves fue el Día de la Felicidad. Parece ser que este día fue escogido por la ONU hace ya dos años para concienciar sobre la importancia del bienestar para el desarrollo pleno de los seres humanos y que así, los estados miembros fomentasen políticas públicas que reconozcan la importancia de la felicidad en la vida de todos. Y es un empeño loable porque ¿quién puede discutir que la felicidad es importante para los seres humanos? y ¿quién podría oponerse a que se creasen políticas de estado que reconozcan la importancia de la felicidad? Lo que pasa es que la solución tipo "vamos a crear un Día de la Felicidad y ya verás tú qué bien" es una solución manifiestamente inútil como todo beneficiario de un Día de... sabe. Y es que este santoral laico en el que estamos instalados nos permite creer que hacemos algo por alguien, por algo o por nosotros mismos. Las instituciones o los organismos, las agrupaciones o las asociaciones, los estados o las corporaciones instauran

El adiós

Me debí cruzar decenas de veces con ella por los pasillos. La vi bailar confundiéndose, para mis ojos ajenos, entre tantos chicos y chicas que se mueven con gracia y destreza y canalizan en el baile su intensidad adolescente. Tuve que oír su nombre en comentarios sueltos o en reuniones de evaluación en las cuales se ha de nombrar a todos los alumnos. Puede que le hiciera fotos en algún Carnaval. Empezó a despuntar en mi mundo con las primeras y preocupantes noticias: es grave, tiene mala pinta... Después su presencia se hizo más fuerte: no hay nada que hacer, solo despedirse... Y por último, lo inundó todo. El dolor de los que la habían conocido y querido me llegó de improviso. Un ruido indeterminado y, al mirar, esa ola que te arrastra -me veo a mí misma como recibiendo el impacto de un tsunami-. Y recojo lo que me dicen y construyo su imagen ahora que ya no podré conocerla a ella: era vital, fuerte, simpática, abierta... dicen unos. Otros solo la lloran. Otros callan. Los adu

Vivir en una ranchera

¿Os habéis fijado en las letras de las rancheras? Ahí está la justicia divina y, más importante, la humana. La que podemos saborear sin esperar a ese paraíso del que nadie ha venido a darnos cumplida cuenta. Si pudiéramos vivir en una ranchera no tendríamos que preocuparnos de las traiciones, de las desgracias, de los males de amores, de los despechos, de los desprecios, de la indiferencia, del dolor de corazón. Los malos encontrarían su penitencia. Los buenos, su recompensa. Los amados, su gloria. Los rechazados, su venganza. La paciencia infinita  llevaría siempre a buen puerto. Lo mejor estaría siempre por suceder. ¡Qué fácil sería vivir en una ranchera! " Por eso aún estoy en el lugar de siempre en la misma ciudad y con la misma gente para que tú al volver no encuentres nada extraño y sea como ayer y nunca más dejarnos." " Y te voy a enseñar a querer porque tú no has querido. ¡Ya verás lo que vas a aprender cuando vivas conmigo!"

Partiendo en dos las penas, como partían en la rodilla sus hogazas

El título de la entrada pertenece a un poema de Yiannis Ritsos, el que dicen que fue el más rojo de los poetas griegos. El poeta pensaba en los luchadores, en los combatientes, en los hombres que entran en batalla y que se reconocen hombres en las cosas cotidianas, en los gestos comunes de momentos excepcionales. El poeta es dueño de sus palabras hasta que las comparte con los demás. Y esos otros las hacen suyas y las llevan con ellos y las transforman Y las hacen mejores por suyas y por vividas. ¿Por dónde me lleva la pena partida? Por la esperanza de saber que se sale de todo, que las catacumbas negras e insondables se abren, por fin, a luz del alba. Comparto contigo y aligero mi carga. Soy mejor porque me aceptas. Soy buena porque te lo parezco. Soy alegre. Estoy viva. Del pan y de la risa me alimento. Vuelo hacia la libertad. Parto y comparto y de ahí saco mis fuerzas. Las hogazas y las penas. Alimento del cuerpo y del alma. Imagen: reflexionesdeunaestudiantebudista.blo

El derecho a la tristeza

La tristeza es un sentimiento devaluado. Ni enfermo, ni cansado, ni agobiado, ni en duelo, ni con problemas... no hay una situación en la que se nos deje estar tristes. Ánimate, no pasa nada, hay cosas peores, ya verás cómo todo mejora, no llores, qué te pasa... Tantas son las palabras y tan pocos los silencios que acompañan, los abrazos que confortan y las miradas que acarician que optamos, demasiadas veces, por el disimulo. "Dientes, dientes" -decía la folklórica, aunque por otros motivos. "Más vale que te tengan envidia que no lástima" -decía mi abuela porque era orgullosa y tenía a gala "tapar" ante los demás. Así que se suele sonreír y contestar, invariablemente, "bien" cuando te preguntan qué tal estás. Pero hay que reivindicar la tristeza. El cerebro humano, que no el alma, tiene momentos de bajón, química pura que se desestabiliza y que ha de retomar a su equilibrio. Y la tristeza pide un tiempo y un espacio porque tenemos mo

Lo que quiero

Quiero armonía y mucho silencio. Quiero querer y ser querida. Levantarme contenta por la mañana y acostarme tranquila por la noche. Quiero no tener que pedir disculpas ni que nadie necesite pedirme perdón. Soñar despierta y soñar dormida. Leer, acariciar, besar, sonreír. Quiero no depender de nadie. Ofrecer ayuda y recibirla. Hacer y devolver favores. Quiero sol y brisa ligera. Quiero tiempo libre e ideas con las cuales llenarlo. Que me respeten y no me levanten la voz. Que no deba de gritarle a nadie. Quiero sentirme orgullosa de los míos y que les enorgullezca lo que yo hago, lo que yo soy. Comer con hambre y no tener frío. Que me compre pocas cosas pero que me entusiasmen. Quiero reír varias veces al día y que llorar sea un acto de liberación. Quiero escribir y que me lean. Quiero hablar y que me escuchen. Quiero acoger y escuchar y dar apoyo. Quiero que me mimen. Quiero que no me hagan demasiadas preguntas y me acompañen en silencio. Pasión, ternura. Ganas de viv