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Mostrando entradas de 2022

Nochevieja

¿Cuántas Nocheviejas te vienen a la cabeza? ¿Alguna de la infancia? ¿Una desmadrada de la primera juventud? ¿Aquella en la que velabas los sueños de tus hijos? ¿Quizá la que pasaste en inquieta espera, al lado de un doliente? Si la pasas en compañía, el bullicio y los brindis y las risas te harán creer que el mundo tiene arreglo y la vida, compostura, y las gentes, apaño. Si la pasas en soledad, contando las que tuviste y las que quizá te quedan, puede que haya conformidad o desesperación, esperanza o resignación, tristeza o calma. Cualesquiera que sean tus circunstancias, recuerda que mañana saldrá el sol un poquito antes que hoy; recuerda que quien te quiere a veces está a punto de entrar por la puerta; recuerda que las promesas y los desengaños están hechos de la misma masa; recuerda que la vida es más que un brindis y una pose; recuerda, por encima de todo, entre risas o mirando a través del cristal de la ventana, que las mejores noches no suelen ser las que se escriben en mayúscul

Mi padre

Mi padre fue un joven valiente y pinturero. Hizo la mili en Granada como cabo furriel. Se vino a Barcelona buscando una vida mejor. Nunca se olvidó de su pueblo. Mi padre tuvo muchas novias y sentó la cabeza con mi madre. En el pueblo bebía Moriles y en Hospitalet, también Gandesa. Le gustaba pardear en la barra del bar, sin sentarse. No sé por quién le pusieron Antonio, quizá por un tío. Era presumido hasta decir basta. Mi padre nunca tuvo carnet de conducir ni pasaporte. Le gustaban los toros y las películas de Charlot. Mi padre me llevaba a cambiar cromos al mercado de San Antonio, al canódromo y a ver los pájaros en los puestos de la Rambla. Se bajaba en alguna estación a comprar algo en los viajes en el Sevillano. Yo temía que el tren arrancara sin él. Fumaba Rossli y Sombra y puros con vitola. Se lamentaba de no haberse reenganchado al acabar el servicio militar. Mi padre sabía hacer zapatos finos y choclos de campo. Siempre llevaba un peine y una navajilla en el bolsillo. Fue el

Felicitaciones

Llegan días de felicitaciones.   Nos deseamos lo mejor: cada uno que escoja entre eso tan indeterminado qué es lo que necesita y lo que, a su criterio, le hará más feliz de aquí en adelante. Los que han padecido enfermedad colocan en la salud lo más preciado; los que han pasado apuros esperan un golpe de suerte o un trabajo que les mejore; los que se sienten solos esperan cariño y compañía; los tristes, alegría; los desilusionados, entusiasmo... Ciframos el cambio de nuestro destino a unas fechas señaladas en rojo en el calendario o al cambio de año que añade una vuelta más al camino del mundo. Sabemos que no es suficiente, pero nos conforta saber que alguien se ha acordado de nosotros y nos ha deseado lo mejor. Así, os envío esos deseos a todos los que me habéis querido y acompañado este año, en la confianza de que, deséandolo con fuerza, todo irá a mejor. Felices Fiestas y Feliz Año Nuevo. Imagen: retrato en el estudio fotográfico Oliveras. Hace ya...

La boda

Cuarenta y un años hace hoy de este día. Recuerdo el calor agónico del pueblo en la mañana de julio. Recuerdo la sala de la tele en penumbra para aliviar el bochorno. Recuerdo las voces de gente querida que trajinaba en la casa. Recuerdo estar pensando en la pobre muchacha que se ataba a aquel hombre tan feo mientras yo iba a salir despreocupada aquella noche con mis amigos. Recuerdo al Sevillano y a la Romera entrevistos en la cuadra desde la sala, tan iguales y tan diferentes a los caballos del carruaje real. Recuerdo sentir pena sin saber por qué. Recuerdo no querer ser princesa. Recuerdo pensar que algún día sabría responder a dónde estaba el veintinueve de julio de mil novecientos ochenta y uno. ¿Dónde estabas tú? Vídeo: corte de la retransmisión de la boda de lady Di. Youtube. Recuerdo 

Felicidades, Ana Mari

Está Ana Mari al aparato intentando contestar a tantos parabienes, buenos deseos y felicitaciones. Que hoy es su santo. Mientras ella agradece, yo pienso en los que ya no pueden felicitarla. En tantas bocas que pronunciaron su nombre con agrado y cariño; en tantas voces que le susurraron, le regañaron, le cantaron, la consolaron, le dieron ánimo; en tantas ausencias que llenan el espacio incluso más de lo que lo llenó su presencia. Ella sigue a lo suyo: "gracias, gracias, qué bueno que te acordaste de mí" y yo siento que es mejor dejarla en ese limbo de gratitud que recordarle cuántas llamadas no llegarán. Feliz santo, Ana Mari, Anita, Ana, Ana María, Anamarisilla, Aniuska, Ani, Anamore... y de cuantas más maneras te hayan nombrado. Rebusca en tu corazón, que ahí están todas las felicitaciones que faltan. Fotografía: Ana Mari con tan solo dos años.  

Mi tito Antonio

Mi tito me llevaba en borombillos a la cámara. Las últimas veces ya me arrastraban los pies en los escalones. Estuvo muy malito con veinte años y se salvó. El destino quería que yo lo conociera. Mi tito se iba a la carpintería de Manolo Semanas cuando venía de mañaná . Siempre me llevaba cuando yo se lo pedía. Tocaba en la puerta abierta al volver del bar con sus amigos. A mí se me iluminaba la cara cuando él asomaba. Las siestas en el zaguán eran frescas y cortas. Pronto aparejaba al Sevillano y nos íbamos al río o a la alberca de los Maquileos. Mi tito no llegaba a las manceras cuando ya araba. Su vida fue trabajar el campo. Hizo una colección de prospectos. Cada noche iba al cine. En verano, cuando lo acompañaba al de Pavón, me pelaba las pipas. Mi tito me llamaba mae cariñosamente. A mi tito su madre le enseñó a ser prudente y le enseñó, por encima de todo, a proteger a su familia. Era feliz en la Camorra con sus abuelos y sus tíos, a los que adoraba. Los mejores días de su juvent