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Mostrando entradas de abril, 2015

Yo no soy Abel

No he salido a la calle a decir Todos somos Abel . Porque yo no soy Abel. Yo no soy Abel Martínez. No nací en Lleida, ni estudié Historia. No soy el Abel amante del cómic y del Barça. No tengo 35 años. Yo no trabajaba como interino, precariamente, en un instituto de Barcelona. Yo no soy el Abel que danzaba de destino en destino, pagado mezquinamente. Yo no soy Abel saliendo a poner paz ante el griterío de la clase de al lado. No soy Abel Martínez, asesinado -sin saber el porqué- a-se-si-na-do, por un chaval inimputable y, por lo que parece, innombrable. Yo no soy Abel, muerto y enterrado. Llorado por mis padres y mi gente. Olvidado por todos los demás. Yo soy yo. Voy a mi trabajo, como él. Atiendo a mis alumnos, como él. Pido ayuda a las instituciones cuando algo no me cuadra, como seguramente hacía él. No obtengo respuesta, como él. Diluyo mi pena y mi estupor en el quehacer cotidiano. Río como antes, bromeo como antes, vuelvo a las clases, me quejo, me aguanto, me res

Platero y yo

He leído Platero y yo . Y lo he leído con el asombro de descubrir que era la primera vez. Porque este es un libro que casi todo el mundo cree haber leído. Han sido tantos los dictados tomados en las tardes plácidas de escuela que empezaban Platero es pequeño, peludo, suave... que pensamos, sin querer mentirnos, que Platero... es una lectura ya hecha y olvidada. Lo vi en una visita a una librería, con el reclamo de celebrarse el centenario de su publicación, 1914, y lo compré por el gusto de tener un bello libro -con deliciosas ilustraciones de Thomas Doeherty- en casa. Pero cuando lo abrí y pasé de los primeros párrafos comprendí que si hubiera leído alguna vez algo tan bello nunca podría haberlo olvidado. El libro me atrapó entre sus páginas y, en el insomnio de una noche, me ganó para siempre. Si yo hubiera podido ser poeta quizá serían estas páginas las que querría haber escrito. Convertir una mariposa, una flor, las casas, los niños, un árbol, una fuente... en belleza comp

Lo perdido

Quisiera hablarte a ti, tan lejana y tan mía. Ahora, cuando este día se ha hecho duro y no puedo consolar al inconsolable. Quizá sin experiencia y sin resabios me des el consejo que necesito y la paz que ansío. Que lo mío vive fuera de mí, que no puedo sanar todas las heridas, que soy más torpe que nunca, que me siento perdida como nunca lo estuve. Aparece a mi lado, en esa puerta del tiempo que busco, y toca mi hombro suavemente. Tu alegría infinita será el bálsamo para la infinita impotencia. Imagen: Yo misma, hace millones de años.

Solo un cuento

La funcionaria -o la pseudo funcionaria aspirante a serlo- se sentó a la mesa con la solemnidad que su tarea requería. Había sido llamada -en tiempos convulsos- a velar por el triunfo y la resurrección de la patria. En sus manos estaban las armas y el poder. En el futuro la esperaba la gloria. Preparó sus arreos con la minuciosidad del guerrero afilando su espada; con el cuidado del soldado engrasando su fusil. Dispuso frente a ella el teléfono, la lista de nombres y el bolígrafo. Inspiró y expiró unos instantes, con los ojos cerrados, meditando sobre el sagrado deber que debía acometer. Puso el dedo en el último nombre señalado y marcó el teléfono. Al otro lado de la línea descolgaron y una voz de mujer respondió. Con una última inspiración se lanzó a desgranar su discurso inflamado. Pero no era bueno que la pasión se notara a las primeras de cambio y, tal como le habían enseñado, usó una voz pausada para presentarse. Le habló, con mal disimulada adoración, del fundador -t