Como soy persona de vísperas, estos siempre han sido para mí los mejores momentos del año. Esas primeras noches de un verano recién estrenado en las cuales, a pesar de estar trabajando, ya no importa el madrugar, ni el agobio de los últimos días, ni las tareas que se acumulan para cerrar un año académico y empezar otro. A estas horas de la casi madrugada, cuando otras veces doy vueltas, desasosegada, mientras el tic tac del despertador me pone nerviosa, hoy, sin embargo, me acodo en la terraza y respiro el aire tibio que tanto promete. Apenas pasa algún coche y el ruido, que durante el día es dueño y señor de la avenida, ha retrocedido dejando sonidos que ya son solo ecos de la actividad diurna. Pasa un joven paseando un perro y el ascua de su cigarrillo brilla en la acera en penumbra. Pasa un ciclista, tan desubicado a esta hora pero mucho más seguro. Un taxi, con la luz de libre, para en el semáforo. Reggaeton a todo trapo desde un coche lleno de jóvenes, quizá ya demasia...