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Mostrando entradas de 2015

Con palabras prestadas

" Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo el mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento..." He tomado palabras prestadas porque nadie mejor que  Ángel González  supo decir lo que yo quiero decir desde

Queridos Reyes Magos...

Queridos Reyes Magos: Este año he sido muy mala. He pensando más en mí; incluso antes que en otros. He elegido en qué invertir mi ocio y, a veces, lo he antepuesto a mis obligaciones. Me he dado caprichos porque sí, porque yo lo valgo. He salido con mis amigos y he hecho planes para salir más. He aceptado todo lo que la vida ha traído hasta mí y he disfrutado de ello. He dejado que mi cabecita loca desconecte el centrifugado y conecte la pasión. He guardado distancia con lo tóxico sin sentirme mal por ello. He empezado a aprender a diferenciar culpabilidad de responsabilidad y a marcar límites. Me he consentido el amor sin miedos y el placer sin castigos. He soltado amarras, lastre, peso... He sido tan mala que ya no espero que me traigáis nada. Ya lo he cogido yo. Vuestra siempre. Besos. Imagen: Fotografía familiar. Yo, con el rey Gaspar. Barcelona. Años 60.

Reconciliada con el amanecer

¿Cuántos amaneceres has visto en tu vida? Hay quien contestará que miles y hay quien dirá que puede recordarlos casi todos. Yo era de atardeceres. Cuando el día acababa sentía que la noche me daba oportunidades que el día me negó. El momento de la reflexión, del descanso, de parar la vorágine cotidiana y escuchar al corazón... Cuando fumaba, un cigarro; cuando era joven, una llamada de teléfono largamente esperada; cuando era estudiante, el momento de la recapitulación y el repaso; cuando estaba triste, el momento de llorar; cuando era feliz, el momento de la música...  Los amaneceres solo eran felices cuando te habían sorprendido en la fiesta, en la amistad o en el amor. Despertarse con las claras del día era un castigo y una prueba de difícil superación. Luego llegaron los amaneceres con un bebé en brazos, cálidos pesos enganchados a nuestro pecho que le daba la vida. Una manita leve posada en nuestra piel. A través del cristal todo se teñía de la luz de la actividad. Desp

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

" Dime, Niño, de quién eres   todo vestido de blanco.  Soy de la Virgen María  y del Espíritu Santo.  Resuenen con alegría  los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena.  La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va.  Y nosotros nos iremos,  y no volveremos más.  Dime Niño de quién eres y si te llamas Jesús.  Soy de amor en el pesebre  y sufrimiento en la Cruz.  Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena". Poníamos boca abajo el cajón en el que nos había llegado la matanza del pueblo y lo arrimábamos a la pared. Colocábamos con chinchetas en la pared un papel azul oscuro con estrellas, una de ellas con cola brillante. Echábamos viruta marrón, viruta verde... Poníamos un río y un laguito con papel de plata. En un esquina, el pesebre con la mula, el buey, San José, la Virgen y el Niño. En lo alto, un ángel.  Mi padre le había hecho un agujero al portal de

Pantano de Iznájar

Pantano de Iznájar. Si bajo sus aguas se sepultaron vidas enteras, risas y carreras de niños, bailes de mocitos, consejos de viejos... hoy su presencia nos da seña de identidad. Aparece al salir de una curva. El monstruo. Conteniendo las aguas, dominándolas como un Moisés de cemento, dando vida, abriéndose rugiente, formando arco iris inabarcables, atronando con su furia y también con su silencio. Aparco en los pinos y camino bajo la luz del ocaso. El vértigo apenas me deja asomar la cabeza por encima de la baranda; los aviones y golondrinas se lanzan en un vuelo imposible, refrenado en el instante en que los creemos estrellados. Trayectorias de bailarines aéreos. Allá abajo, a mi derecha, solo la imaginación puede recrear lo que fueron las huertas de mi familia. Adelanto las manos hacia el vacío. Un pedazo de sol entre mis dedos me estremece la piel. El aire es cálido; la luz es leve; la tierra y el cielo me llenan los ojos. El pueblo, el río, la sierra, las luces donde otra

Juliana y sus conejos

La mujer de lut o  que aparece en la f o t o  se llamaba Juliana (Uliana, tal c o m o  l o  pr o nunciaban en el puebl o ). En la puerta grande vivía ella y en la puerta pequeña... sus c o nej o s. Hay quien tiene casas c o n gateras para sus gat o s per o  nunca supe de nadie más que tuviera entrada independiente para c o nej o s. Al atardecer, cuand o  el cal o r de ag o st o  se hacía más ins o p o rtable, les abría la puerta y  mi entras ella l o s c o ntemplaba -c o m o  una madre c o ntempla  o rgull o sa a sus hijit o s- ell o s c o rrían, daban brinc o s, se perseguían... per o  sin alejarse demasiad o . Cuand o  Juliana c o nsideraba que el recre o  se había ter mi nad o  daba unas palmadas y, c o m o  l o s párvul o s, ell o s se apiñaban para entrar rápidamente. L o s niñ o s salíam o s p o r la tarde, de allí d o nde estuviéram os , para verl o s c o rretear libres per o  sabiend o  a quién pertenecían. L o s niñ o s que además veníam o s de la ciudad c o ntemplábam

El corazón pone barreras para sobrevivir.

A raíz de los terribles atentados del viernes en París las redes sociales han tenido mucho que decir, como siempre, y comentarios indignados por esto o por aquello se han cruzado entre conocidos y desconocidos. Uno de los más polémicos ha sido si eran éticos nuestro dolor y nuestra repulsa cuando continuamente se producen atentados en el mundo donde mueren inocentes que no han cometido más delito que encontrarse en el sitio equivocado en el momento inadecuado. Mueren en situaciones cotidianas: en mercados, colas, oficinas... Mueren mujeres, hombres y niños. Todos los días. Llenan un pequeño espacio en las noticias y apenas levantamos la vista de la cena para atender a los detalles. Incendiados comentarios e indignados internautas nos recuerdan que existen Siria y Líbano y Afganistán y que no solo los ciudadanos occidentales se quedan sin hijos, sin padres, sin amigos... Después de leerlos dejamos de sentirnos víctimas y pasamos casi, casi, al lado de los culpables por llorar un

Nostalgia

Yo tenía sierritas en los dientes y unas trenzas espesas. Y tras la puerta de la cocina un calendario de paisajes nevados a los que nunca viajé. Y en el calendario, tachados con furia, los días que pasaban lentos en noviembre, que aleteaban en febrero y que se desbocaban en mayo. Y redondeado con estrellas infantiles, un día de junio. Un kilométrico. La estación de Francia. Alcázar de San Juan. Mi abuela peinándome al ritmo del sevillano. Los Ayala en Encinas Reales. La Garbeña y el puente y el río espejeando entre las curvas. La libertad absoluta. Las siestas en la era, en la alberca los Maquileos, en la barca... Mis primos. Las calles empedradas donde me dejaba las rodillas y el olor a ciudad. Las carreras paseo arriba, paseo abajo. El frescor de la iglesia. Mis amigos. Esta niña que no engorda y ya vienen sus padres. Duérmete la siesta. Qué sequilla está la niña. No cojas los gatos que los cangreas. Ay, que ya está revolviendo el arca. Toma una perrilla y ve a por magnesi

Toda una vida

En los grandes momentos. En nuestras bodas, nerviosos y primerizos firmando como testigos; con nuestros pequeños hijos recién nacidos en los brazos, aprendiendo a trompicones a cuidar de otros; en los bautizos y las grandes celebraciones; en los cumpleaños, apagando las velas llenos de deseos... En los viajes largamente planeados. Esa excursión por carreteras imposibles de las Alpujarras; esos hoteles patéticos de Colliure; París pateado y saboreado; Roma eterna añorando al único bebé que había entonces en nuestras vidas; Caldea y sus pomelos relajantes; Zaragoza, el Monasterio de Piedra, a golpe de Renault; Navarra; la Costa Brava echando mentirijillas... En los pequeños placeres de la vida. Una cena entre amigos gritando como locos con el Pictionary; el Banjo Poker y sus habitantes sospechosos; los bailes alrededor de la mesa; los planes para hacer los bocadillos; Cala Morisca; montando nivel experto los muebles de Ikea; acodados en la barra de la cocina de la casita de la play

Arrepentimiento y olvido

Si, como intuye Onetti, en la vida solo hay arrepentimiento y olvido el tiempo que discurre entre nacer y morir lo dedicamos a intentar rehacer lo hecho, enmendar lo equivocado, restañar las heridas y olvidar los duelos. No hay margen para casi nada más y en cada alto del camino recontamos el debe y el haber. Balanceamos y descubrimos casi siempre que nada de lo propuesto se ha cumplido y nada de lo sembrado florece. Las luces se diluyen en las sombras y las risas son espejismos lejanos que ya no nos pertenecen. Según sea nuestro corazón así somos capaces de levantarnos nuevamente y afrontar el camino. Según sea nuestra fuerza así aceptamos que la vida es un sendero de una sola dirección. Según sea nuestra fragilidad nos sentimos lastrados o ligeros; dueños de lo que viene o esclavos de lo que vino; arrepentidos o sabios escarmentados. Así, tal como somos, o tal como nos sentimos, enarbolamos el olvido: como ungüento que sana o como refugio que acoge. Quizá, en este trayecto t

Cuando yo digo cine...

Cuando yo digo cine no hablo de suaves y mullidas butacas. Digo filas de sillones azules con el metal enfriando mis muslos juveniles. Cuando yo digo cine no hablo de moquetas que amortiguan los pasos. Digo alfombras de pipas que crujen bajo mis sandalias. Cuando yo digo cine no digo pantallas gigantes, infinitas. Digo salamanquesas cruzándole la cara a Víctor Mature. Cuando yo digo cine no huelo ambientadores de cedros de Noruega. Digo jazmín, dama de noche, perfumes de verano... Si te hablo de cine no te hablo de silencio y sigilo. Te estoy hablando de risas, de murmullos continuos, de idas y venidas, de trajín y roneo. Cuando te digo cine no pienso en palomitas. Pienso en pipas y un botijo rezumando frescor. Cuando yo digo cine digo parpadeo de luces que anuncian el descanso -no sea que los chiquitos sean pillados en falso-, digo carteles en la plaza, prospectos en la mano, digo una ventanilla diminuta desde la que me alargan las entradas, digo noches estrelladas,

Días de septiembre

Tienen los días de septiembre sabor a domingo por la tarde, a fiesta terminada, a verbena donde vuelan  -remojados por unas gotas intempestivas- los banderines y los farolillos que colgaban brillantes pocas horas antes. Un algo, indefinible, sin nombre ni descripción posible, se instala en el centro del pecho para anidar durante los meses venideros. Ni siquiera el placer de habernos sabido libres y felices, despojados del frío y de la ropa, de la palidez invernal y del hastío de la rutina, nos consuela de las tardes mortecinas que ya acechan. Nos dicen los bienintencionados que vendrá otro verano -radiante y eterno como siempre parece-. Pero ese verano ya no nos encontrará a nosotros. Seremos otros -más viejos, no por ello más sabios-; más tristes, con cada vez menos luz y más sombras. Ni el sol ni el agua podrán limpiar de años la piel ni de decepciones el corazón. Y así, más pronto que tarde, será septiembre todo el año. Imagen: fotografía familiar. La Juncosa del Montme

Quien tiene un río tiene un tesoro

A despecho de lo que digan que dijo Heráclito, el río en el que entramos en nuestra infancia siempre será para nosotros el mismo río. En nuestra piel se quedó su caricia; sus aguas se prendaron de nuestro reflejo, lo atraparon para siempre y lo acunan en su lecho para que no dejemos de ser quienes fuimos. Si callamos un momento, si paramos la algarabía cotidiana que nos aturde y nos hace correr desaforados para conseguir quién sabe qué, oímos entre los álamos y los tarajes su llamada milenaria. Nos susurra palabras tiernas con la voz de los que nos quisieron; nos devuelve las risas que le dimos; nos promete, nos seduce, nos alienta... Yo tengo un río así. No hay rincón ni paisaje paradisíaco que pueda conmoverme tanto como él lo hace. El Torbiscal, la barca, las tres adelfas, el puente, las charcas... El Genil subiendo y bajando al ritmo que le marcaba la presa de Iznájar. "El río está echao, que sueltan el río..." Y mis oídos infantiles, al conjuro de esa fras

Afortunados

Septiembre a la vuelta de la esquina. A pesar del calor, esa luz tiene el toque inconfundible del regreso. Ya en casa, la ropa a los cajones, las maletas en su sitio, el repaso del correo, la compra interminable... El verano es ya el pasado; el tren que arrancó mientras, distraída, remoloneaba en el andén. Las siestas sin reloj, las confidencias nocturnas, los bailes en la calle, el agua abrazándote para salvarte del bochorno, la pereza colocada en el altar que se merece, el tiempo perdido en encontrarnos... Todo lo vemos ahora en la distancia. Acabado lo que parecía inacabable vemos ya menos morena nuestra piel y un malestar indefinible se instala con nosotros en las vísperas de la rutina y los horarios, en el inicio verdadero de un nuevo año. Echamos mano de los gestos cotidianos que llenarán el invierno y encendemos el televisor mientras nos sentimos un poco más desgraciados y un poco más tristes. Y entonces los vemos: asfixiados en camiones de inocente apariencia, enga