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Mostrando entradas de enero, 2014

Vivir en una ranchera

¿Os habéis fijado en las letras de las rancheras? Ahí está la justicia divina y, más importante, la humana. La que podemos saborear sin esperar a ese paraíso del que nadie ha venido a darnos cumplida cuenta. Si pudiéramos vivir en una ranchera no tendríamos que preocuparnos de las traiciones, de las desgracias, de los males de amores, de los despechos, de los desprecios, de la indiferencia, del dolor de corazón. Los malos encontrarían su penitencia. Los buenos, su recompensa. Los amados, su gloria. Los rechazados, su venganza. La paciencia infinita  llevaría siempre a buen puerto. Lo mejor estaría siempre por suceder. ¡Qué fácil sería vivir en una ranchera! " Por eso aún estoy en el lugar de siempre en la misma ciudad y con la misma gente para que tú al volver no encuentres nada extraño y sea como ayer y nunca más dejarnos." " Y te voy a enseñar a querer porque tú no has querido. ¡Ya verás lo que vas a aprender cuando vivas conmigo!"

Partiendo en dos las penas, como partían en la rodilla sus hogazas

El título de la entrada pertenece a un poema de Yiannis Ritsos, el que dicen que fue el más rojo de los poetas griegos. El poeta pensaba en los luchadores, en los combatientes, en los hombres que entran en batalla y que se reconocen hombres en las cosas cotidianas, en los gestos comunes de momentos excepcionales. El poeta es dueño de sus palabras hasta que las comparte con los demás. Y esos otros las hacen suyas y las llevan con ellos y las transforman Y las hacen mejores por suyas y por vividas. ¿Por dónde me lleva la pena partida? Por la esperanza de saber que se sale de todo, que las catacumbas negras e insondables se abren, por fin, a luz del alba. Comparto contigo y aligero mi carga. Soy mejor porque me aceptas. Soy buena porque te lo parezco. Soy alegre. Estoy viva. Del pan y de la risa me alimento. Vuelo hacia la libertad. Parto y comparto y de ahí saco mis fuerzas. Las hogazas y las penas. Alimento del cuerpo y del alma. Imagen: reflexionesdeunaestudiantebudista.blo

El derecho a la tristeza

La tristeza es un sentimiento devaluado. Ni enfermo, ni cansado, ni agobiado, ni en duelo, ni con problemas... no hay una situación en la que se nos deje estar tristes. Ánimate, no pasa nada, hay cosas peores, ya verás cómo todo mejora, no llores, qué te pasa... Tantas son las palabras y tan pocos los silencios que acompañan, los abrazos que confortan y las miradas que acarician que optamos, demasiadas veces, por el disimulo. "Dientes, dientes" -decía la folklórica, aunque por otros motivos. "Más vale que te tengan envidia que no lástima" -decía mi abuela porque era orgullosa y tenía a gala "tapar" ante los demás. Así que se suele sonreír y contestar, invariablemente, "bien" cuando te preguntan qué tal estás. Pero hay que reivindicar la tristeza. El cerebro humano, que no el alma, tiene momentos de bajón, química pura que se desestabiliza y que ha de retomar a su equilibrio. Y la tristeza pide un tiempo y un espacio porque tenemos mo

Lo que quiero

Quiero armonía y mucho silencio. Quiero querer y ser querida. Levantarme contenta por la mañana y acostarme tranquila por la noche. Quiero no tener que pedir disculpas ni que nadie necesite pedirme perdón. Soñar despierta y soñar dormida. Leer, acariciar, besar, sonreír. Quiero no depender de nadie. Ofrecer ayuda y recibirla. Hacer y devolver favores. Quiero sol y brisa ligera. Quiero tiempo libre e ideas con las cuales llenarlo. Que me respeten y no me levanten la voz. Que no deba de gritarle a nadie. Quiero sentirme orgullosa de los míos y que les enorgullezca lo que yo hago, lo que yo soy. Comer con hambre y no tener frío. Que me compre pocas cosas pero que me entusiasmen. Quiero reír varias veces al día y que llorar sea un acto de liberación. Quiero escribir y que me lean. Quiero hablar y que me escuchen. Quiero acoger y escuchar y dar apoyo. Quiero que me mimen. Quiero que no me hagan demasiadas preguntas y me acompañen en silencio. Pasión, ternura. Ganas de viv