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Mostrando entradas de junio, 2015

La verdadera patria del hombre es la infancia

Rainer María Rilke, el gran poeta checo, tiene una frase rotunda que titula esta entrada: "La verdadera patria del hombre es la infancia." Pasamos demasiado rápido por nuestra infancia. Apenas empezamos a disfrutarla cuando ya estamos deseando dejarla atrás. Nos incomoda no crecer rápido. Nos miramos en los adultos y copiamos sus gestos y envidiamos lo que consideramos sus privilegios. Pronto la vida nos enseña, sin embargo, que hemos corrido demasiado. Y un día nos descubrimos añorando las largas tardes de verano, poniendo la música que sonaba en el transistor colocado, precariamente, en el alféizar de la cocina, tarareando "yo soy aquel negrito...", rebuscando en una caja olvidada para rescatar pequeños tesoros que se salvaron de nuestra furia organizadora, añorando los besos de nuestra madre que a veces -ay, si volvieran- se perdían en el aire... Y no hay vuelta atrás. Los niños que fuimos juegan airosos en la calle de los sueños mientras nosotros sopor

Azzurro

Los fines de curso tienen siempre un sabor agridulce. Es cierto que en el fragor de la batalla diaria, cuando el invierno es más duro y más largo y el trabajo se amontona, soñamos con dar carpetazo a todo y refugiarnos en el dolce far niente, en el sopor veraniego... Dejar atrás las aulas, los alumnos, los pequeños y grandes problemas cotidianos... Tumbarnos al sol y dejarnos llevar por la ilusión de un eterno verano. Pero con cada año que dejamos atrás cerramos puertas que nunca volveremos a abrir. Hay gente que sale de nuestras vidas para siempre. Rutinas que abandonamos para no reencontrarlas jamás. Un año más y, lo que es peor, un año menos, se diluye en el pasado. Así que la melancolía me sacude cuando las puertas del curso están a punto de cerrarse tras de mí y entonces, añorada ya de lo aún no perdido, vuelvo la vista atrás y me veo, adolescente otra vez, lánguida e inquieta, apasionada y ansiosa, combativa y temerosa, joven, sobre todo joven, esperando del verano la vi

Lo que una mosca molesta puede traer de bueno

Tumbada en la terraza al sol, ya implacable, de junio oigo zumbar una mosca veraniega atraída por mi piel. Nada hay más molesto en el indolente verano que esos pequeños insectos, insistentes y tenaces, que zumban a nuestro alrededor. Sin embargo, quizá porque, recién salida del melancólico invierno, me siento a gusto bajo el sol, esta mosca y su zumbido me traen los mejores recuerdos. Hasta mí llega todo lo que otros veranos llenó mi mundo. Los tomates, carnosos, salpicados con sal gorda por mi abuela. El chirrido del trillo en la era. Los campanillos de los mulos volviendo al mediodía hacia casa. El rezumado fresco del botijo. El tacto áspero y duro de las crines del Sevillano. El perfume del jazmín al atardecer. Los cacharritos de jugar en el patio de mi mamá Anica. Las piedras recién regadas de la calle. La cal de la peana reverberando al sol. La butaca balanceándose en el fresco de la noche. El silencio espeso de la siesta. El tañido de las campanas llamando a misa. E

Ausencias

He pasado al mediodía por la plaza y me he encontrado la fuente engalanada. Los gigantes vigilaban el mágico suceso de cada Corpus Christi: el "ou com balla", prendido del surtidor, rodeado de flores. Un jueves espléndido -"tres jueves hay en el año...- de luz y sol. No había niños alrededor. Llegarán, seguramente, al salir de la escuela. Mirarán el fenómeno entre sorprendidos, curiosos y asustados. Harán preguntas, querrán saber... He captado la escena con una sonrisa en los labios pero, al bajar la cámara, el cielo ya no era tan brillante y la sombra de la pena ha oscurecido el día. Me han venido a la memoria días azules como hoy en los que los titos os llevaban de la mano a ver este baile mágico. Agarraditos a ellos, a su lado, mirándolo todo con ojos de niños... Tan felices. Llegabais a casa excitados, parlanchines, con los ojos brillantes... Atropellándoos para ser el primero en contarlo todo - hemos visto el huevo, y volaba, y no se caía, las flores era