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Mostrando entradas de julio, 2016

Feria

Un verano no es verano si no hay feria. Farolillos de colores, banderines, coco en trocitos, perritos de ojos rojos, sombreros de vaquero, bolsos andinos... Una orquesta ruidosa que ataca entusiasta los compases de Mi Huelva tiene una ría . Parejas que cuentan los pasos y, por ello, revolotean envarados intentando no pisar a los niños. Mujeres que se han arreglado con esmero para bailar entre ellas lo que no bailaron en otras ya lejanas vidas. Adolescentes alborotados junto a los autos de choque. Flamencas diminutas rendidas a hombros de sus padres. Jóvenes que dejaron atrás el Zumosol. Choricitos, patatas, flamenquines, cervezas y cubatas, refresquitos helados, cacahuetes. Miras alrededor buscando caras conocidas y que te reconozcan. Caras que en otro tiempo ocuparon un gran espacio en tu vida. Vecinos, aquel primo al que le perdiste la pista, el paisano que vive en tu ciudad y al que no ves en todo el año, un amigo querido... A veces te acercas y a veces, no. Una impensa

Manos

Nuestra cabeza gira y gira. Le damos vueltas a lo hecho y a lo dicho; a lo pasado y a lo venidero. Filosofía, ciencia, literatura... Todo un universo construido desde un órgano que nos hace lo que somos. Somos seres pensantes -aunque unos más que otros, todo hay que decirlo-. Y sin embargo, repasando el milagro que es el ser humano, yo me quedo con las manos. Las manos acarician, asen, arrastran, sostienen, crean, rezan, suplican, calman, curan. Manos de madre, de amantes, de amigos. Llevamos a nuestros hijos de la mano hasta que vuelan solos. Llevamos a los mayores que están transitando hacia una nueva y definitiva infancia. Apartamos un mechón de una frente querida. Quitamos un churrete. Alisamos una solapa -¡qué gesto más íntimo!-. Cogemos una cintura. Acompañamos una manita que empieza a ligar las letras de su nombre. Exploramos una piel amada. Cerramos ojos que nunca debieron perder la luz. Damos toques en una espalda amiga. Manos que cocinan, que escriben, manos que s

Otro verano

A veces, cuando los chopos verdean de tal manera que el verano parece eterno, hay una nostalgia sobrevenida y fuera de lugar. Inexplicable, quizá, pero humana. Es la nostalgia de recordar que, al igual que ese río en el que nunca puede uno bañarse dos veces, hay veranos y sombras de chopo a las que jamás se puede volver. Una escalera que salva un desnivel entre caminos se convierte, por obra y gracia de una melancólica tarde, en la metáfora de la vida que recorremos siempre, siempre, hacia abajo. En la infancia saltamos de dos en dos los escalones y hacemos bandera y medalla de nuestras despellejadas rodillas. Un grito de nuestra madre nos contiene pero, al instante, volvemos a volar, sin miedo, hacia las alamedas. La juventud nos da más alas y nos hace inmortales -o eso creemos y como tales vivimos-. La madurez, que es una palabra de consuelo para lo que ya no tiene remedio, nos hace conscientes de todo y descubrimos cuál es el precio que hay que pagar por estar vivo.