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Ondiñas veñen

Este es el aspecto que presentaba el primer domingo de septiembre "nuestra" cala.
A escala Benidorm, desierta. A mi escala, abarrotada.

Es curioso cómo señores que darían un respingo si entras en el ascensor y te pones demasiado cerca de ellos no tienen reparo en poner su culo a veinte centímetros de tu cara. Se pierde el encanto playero cuando, abriendo un ojito desde tu toalla, puedes ver, en todo su esplendor, pelillos, barrillos, espinillas, poros y otras cosas indescriptibles.
Que no tengo yo nada contra los que se amontonan en la arena pero que a  mí me da repelús el abarrotamiento playero.
Culpa tuya, diréis, por ir un domingo a la playa. Y lo asumo. Pero, ¿quién podía resistirse a empezar un mes nostálgico por definición con un bañito en el Mediterráneo? Yo, no.

Todos los veranos son especiales aunque se vaya a los mismos sitios y se hagan las mismas cosas. A ello contribuye el mar, ese sonido de olas que te devuelve una paz interior perdida en los avatares de todo el año. Será porque de él venimos por lo que volver a él, aunque sea como bañista prudente y pacata, resulta tan placentero. Pero el placer ha de ir asociado a una cierta intimidad, a que aquellos que te acompañen estén disfrutando de lo mismo que tú a una distancia prudencial. Por eso un día como hoy ha sido una despedida agridulce del mismo mar de todos los veranos.

Feliz septiembre.

Imagen: fotografía personal. 1 de septiembre de 2013

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