La tristeza es un sentimiento devaluado. Ni enfermo, ni cansado, ni agobiado, ni en duelo, ni con problemas... no hay una situación en la que se nos deje estar tristes.
Ánimate, no pasa nada, hay cosas peores, ya verás cómo todo mejora, no llores, qué te pasa...
Tantas son las palabras y tan pocos los silencios que acompañan, los abrazos que confortan y las miradas que acarician que optamos, demasiadas veces, por el disimulo.
"Dientes, dientes" -decía la folklórica, aunque por otros motivos.
"Más vale que te tengan envidia que no lástima" -decía mi abuela porque era orgullosa y tenía a gala "tapar" ante los demás.
Así que se suele sonreír y contestar, invariablemente, "bien" cuando te preguntan qué tal estás.
Pero hay que reivindicar la tristeza. El cerebro humano, que no el alma, tiene momentos de bajón, química pura que se desestabiliza y que ha de retomar a su equilibrio. Y la tristeza pide un tiempo y un espacio porque tenemos motivos o, a veces, porque sí.
Que no nos pregunten o que nos pregunten, que no frunzan el ceño cuando nos ven llorar, que no suelten bufidos de "otra vez", que no nos pongan etiquetas de débiles o de manipuladores o de desequilibrados. Que no.
Lloraremos, miraremos por la ventana, recordaremos en silencio, pondremos música melancólica, dormiremos más de la cuenta o daremos vueltas en la madrugada, abriremos cajas y pasaremos fotos, nos acurrucaremos... Y saldremos poco a poco a ser los que éramos, o lo más parecido a lo que fuimos.
Y aquellos que sepan acompañarnos sin desesperarse ni retirarnos su apoyo serán los que siempre ocuparán nuestro corazón.
Imagen: mervyster.blogspot.com
Ánimate, no pasa nada, hay cosas peores, ya verás cómo todo mejora, no llores, qué te pasa...
Tantas son las palabras y tan pocos los silencios que acompañan, los abrazos que confortan y las miradas que acarician que optamos, demasiadas veces, por el disimulo.
"Dientes, dientes" -decía la folklórica, aunque por otros motivos.
"Más vale que te tengan envidia que no lástima" -decía mi abuela porque era orgullosa y tenía a gala "tapar" ante los demás.
Así que se suele sonreír y contestar, invariablemente, "bien" cuando te preguntan qué tal estás.
Pero hay que reivindicar la tristeza. El cerebro humano, que no el alma, tiene momentos de bajón, química pura que se desestabiliza y que ha de retomar a su equilibrio. Y la tristeza pide un tiempo y un espacio porque tenemos motivos o, a veces, porque sí.
Que no nos pregunten o que nos pregunten, que no frunzan el ceño cuando nos ven llorar, que no suelten bufidos de "otra vez", que no nos pongan etiquetas de débiles o de manipuladores o de desequilibrados. Que no.
Lloraremos, miraremos por la ventana, recordaremos en silencio, pondremos música melancólica, dormiremos más de la cuenta o daremos vueltas en la madrugada, abriremos cajas y pasaremos fotos, nos acurrucaremos... Y saldremos poco a poco a ser los que éramos, o lo más parecido a lo que fuimos.
Y aquellos que sepan acompañarnos sin desesperarse ni retirarnos su apoyo serán los que siempre ocuparán nuestro corazón.
Imagen: mervyster.blogspot.com
El placer de escuchar a nuestro ánimo.
ResponderEliminarEl recreo de una tristeza espontánea.
Desatar muecas y semblantes.
Intimidad de emociones.
Deleite padajero de infortunios.
De puertas para afuera.
De puertas para adentro.
Te, ti, contigo, siempre te espera.
Me, mi, conmigo, siempre a la espera.
Silencios compartidos.
Placebo de consejos.
Reivindiquemos la tristeza aunque nos duela la pena ajena.
Besos
Nos duele menos compartida.
ResponderEliminarUn abrazo.