Me debí cruzar decenas de veces con ella por los pasillos. La vi bailar confundiéndose, para mis ojos ajenos, entre tantos chicos y chicas que se mueven con gracia y destreza y canalizan en el baile su intensidad adolescente. Tuve que oír su nombre en comentarios sueltos o en reuniones de evaluación en las cuales se ha de nombrar a todos los alumnos. Puede que le hiciera fotos en algún Carnaval.
Empezó a despuntar en mi mundo con las primeras y preocupantes noticias: es grave, tiene mala pinta... Después su presencia se hizo más fuerte: no hay nada que hacer, solo despedirse...
Y por último, lo inundó todo. El dolor de los que la habían conocido y querido me llegó de improviso. Un ruido indeterminado y, al mirar, esa ola que te arrastra -me veo a mí misma como recibiendo el impacto de un tsunami-.
Y recojo lo que me dicen y construyo su imagen ahora que ya no podré conocerla a ella: era vital, fuerte, simpática, abierta... dicen unos. Otros solo la lloran. Otros callan.
Los adultos han decidido que no vale la pena hacerse los fuertes. Que nos vean como somos: humanos, débiles. Que nos vean como nos sentimos: impotentes, desolados.
Tras todo lo vivido, sin pretender consuelo donde no puede haberlo, nos quedamos con una lección: vivid -mucho, poco, lo que la vida os tenga preparado- de tal manera que se os llore como si vuestro hueco no pudiera cerrarse nunca. Será la señal de que la muerte, a su pesar, no puede ser vencedora.
Que ella descanse y que los que tanto la quisieron encuentren la paz.
Imagen: Fotografía de Javier Arrimada. Patio del INS Mercè Rodoreda. Acto de despedida a Laia Solé.
Empezó a despuntar en mi mundo con las primeras y preocupantes noticias: es grave, tiene mala pinta... Después su presencia se hizo más fuerte: no hay nada que hacer, solo despedirse...
Y por último, lo inundó todo. El dolor de los que la habían conocido y querido me llegó de improviso. Un ruido indeterminado y, al mirar, esa ola que te arrastra -me veo a mí misma como recibiendo el impacto de un tsunami-.
Y recojo lo que me dicen y construyo su imagen ahora que ya no podré conocerla a ella: era vital, fuerte, simpática, abierta... dicen unos. Otros solo la lloran. Otros callan.
Los adultos han decidido que no vale la pena hacerse los fuertes. Que nos vean como somos: humanos, débiles. Que nos vean como nos sentimos: impotentes, desolados.
Tras todo lo vivido, sin pretender consuelo donde no puede haberlo, nos quedamos con una lección: vivid -mucho, poco, lo que la vida os tenga preparado- de tal manera que se os llore como si vuestro hueco no pudiera cerrarse nunca. Será la señal de que la muerte, a su pesar, no puede ser vencedora.
Que ella descanse y que los que tanto la quisieron encuentren la paz.
Imagen: Fotografía de Javier Arrimada. Patio del INS Mercè Rodoreda. Acto de despedida a Laia Solé.
Que razón tienes, no se saldrá con la suya porque nunca podrá arrebatarnos su recuerdo.
ResponderEliminarVivos mientras otros nos recuerden.
ResponderEliminarAna precioso, me has dejado sin palabras. Mis llanto vuelven otro vez inundan mi cara!
ResponderEliminarGracias, Nerea. Preciosos han sido vuestro silencio, vuestro respeto, vuestra emoción en el acto de hoy.
ResponderEliminarDemasiado breve. Injusto.
ResponderEliminarNo tengo palabras.
La respuesta, por lo visto, una lección de humanidad, solidaridad, cariño y respeto.
Viva siempre desde el recuerdo, sobre todo de unos padres y una hermana a los que la vida les ha dado un gran golpe.
Besos.
Preciosas palabras. Ha sido impresionante ver el patio del instituto con todos sus alumnos sentados en el suelo y en completo silencio, mientras se hacia el bonito homenaje. Se me pusieron los pelos de punta.
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