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Entre desencantos y desazones

Lo acabo de terminar. Y me ha durado. Porque son 792 densas páginas.

No lo he leído del tirón. Lo he alternado con algo de novela negra, unas biografías por aquí, su poquito de poesía...

El libro no decepciona en ningún aspecto: desde la forma -Morán escribe como pocos- al contenido -retrata con brillantez a unos personajes y a una época caracterizada por la escalada social, política y económica del grueso de la "intelectualidad" ,como diria el castizo, oficial.

Asistimos, fascinados, al viaje que hacen escitores, académicos, periodistas -lo mejor de cada casa- para situarse y acomodarse y subir, término afortunado, la cucaña.

Sin embargo, al final no me ha resultado una lectura agradable. El libro vale la pena, como  ya he dicho, pero una sensación indefinible, que intentaré explicar, me ha acompañado en su lectura y me ha quedado hasta cerrar la última página.
Demasiados malos en la historia, demasiados torpes, trepadores, vividores, mentes obtusas... Demasiado paisaje agostado. Demasiado arribismo, demasiada traición. Demasiados mandarines para tan poca cabeza.

La verdad te hace libres pero también infelices. Saber que lo que pareció ser -para los ciudadanos de un país que había sufrido mucho- un período ilusionante, un período en el que parecía que con la cultura íbamos a aventar todos los males, en realidad era un decorado de cartón piedra con gente mezquina y trepadora haciéndose los amos del cortijo te deja un amargor que ni la buena pluma, la ironía y la brillantez de Morán pueden suavizar.

Especialmente recomendado para los que no teman al desencanto, los de "dime la verdad aunque duela".

Nadie hoy se creería que ese mismo don José María Gil-Robles iba a ser el columnista más solicitado por el diario El País en su primer año de existencia. Fueron necesarias las primeras elecciones de 1977 para que se convirtiera en figura del Museo de Cera. Creemos que cambia la vida, y resulta que cambiamos nosotros.

Todo se puede entender pero lo difícil en ocasiones es lograr explicarlo.

...uno de esos tipos incombustibles que una vez colocados no pueden ser desplazados salvo la aplicación del ya citado PLA (Patada Lateral Ascendente).

...símbolos poéticos de una generación, la de la República, que Dámaso había conseguido bautizar en 1948, por obvias razones, como "del 27", referencia que repito siempre que tengo ocasión para que no se olvide.

Es uno de los que han ganado la guerra. Como Miguel Delibes. ¿O acaso la gente se piensa que la segunda parte de Mi idolatrado hijo Sisí la puede escribir un exsoldado republicano? Y como es lógico, este elemento habrá de ser trascendental en sus vidas, en sus carreras y en sus convicciones. Que unos hayan puesto más o menos en sordina esa parte de su biografía tiene sus motivos; que nosotros hagamos lo mismo, carece de otro sentido que no sea la candidez.

El exilio será la asignatura imposible de la cultura española. Una quiebra sin puente, ni pasarela, ni nada que evite la ausencia. La cultura española del siglo XX vivió dos inmensas derrotas irreparables: el fin de la democracia, en julio de 1936, y la disolución del exilio, un proceso que en los años setenta se puede dar por finiquitado.

Una carrera de competición de renqueantes viejos, antaño radicales, ahora convertidos en letra muerta en un comedero social para ilustres pretenciosos de sí mismos.

Luego vino la gran esperanza blanca, el joven Muñoz Molina que escribía como si fuera un abuelo, sin edad ni mérito, mitad conservador y mitad moderno, ese estilo que se ha ido imponiendo y que al principio creía que era de Max Aub, al que dedicó su ingreso,que de haberlo oído se habría salido de la tumba para repetir un nuevo "no es eso, no es eso·.

La filología es oficio de gente sin ambición a menos que disimule y esté allí porque no pudo hacerlo en otro sitio. Ese era el caso del descubrimiento de Víctor García de la Concha. ignorante, taimado y sumiso, pero siempre que no le dieran una oportunidad para desquitarse; actitudes muy ligadas al mundo agrario astur, entre la braña y la pomarada.

Como estudiante fue una completa mediocridad; el estudio y la escritura no eran lo suyo. Consiguió a duras penas aprobar filología gracias a los apuntes de una alumna que aún está esperando a que se los devuelva.

A veces, ¡ay!, ¿hay?, un cierto tufillo a ajuste de cuentas.

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