En esta tesitura del fin de año, todos nos tomamos un tiempo para pedir deseos -para nosotros y para aquellos a quienes queremos- y las listas, sorprendentemente, son coincidentes y contienen tres o cuatro cosas en las que nos ponemos de acuerdo, como por arte de magia, después de todo un año de desencuentros públicos o privados.
Mis deseos para el dos mil veinticinco son sencillos y se resumen en tener, ni más ni menos, lo que tenía en esa fotografía tomada una soleada mañana en la galería de mi casa de Miguel Romeu. Y que era, a saber:
La salud despreocupada de quien tiene un cuerpo que funciona cada día sin mandar señales.
La alegría genuina y el entusiasmo ante lo venidero sin el velo sucio que le ponen las consideraciones negativas.
La pasión frente a lo que se hace en cada instante, sin rumiar sobre el momento que pasó o sobre el venidero.
La certeza de ser querida porque sí, sin condiciones, porque a eso se viene al mundo.
La conformidad con los días y sus afanes y la capacidad de rehacerse de los contratiempos, si los hubiere, veinte veces por hora.
Y, por último, no pido las compañías que tuve ese luminoso día, porque el año nuevo está para deseos y no milagros, pero sí disfrutar de todas las que ahora disfruto.
Feliz 2025 a todos. Que se cumpla todo lo que pedís.
Fotografía: Ana Mari y su jilguero, en la galería.
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