Los fines de curso tienen siempre un sabor agridulce.
Es cierto que en el fragor de la batalla diaria, cuando el invierno es más duro y más largo y el trabajo se amontona, soñamos con dar carpetazo a todo y refugiarnos en el dolce far niente, en el sopor veraniego... Dejar atrás las aulas, los alumnos, los pequeños y grandes problemas cotidianos... Tumbarnos al sol y dejarnos llevar por la ilusión de un eterno verano.
Pero con cada año que dejamos atrás cerramos puertas que nunca volveremos a abrir. Hay gente que sale de nuestras vidas para siempre. Rutinas que abandonamos para no reencontrarlas jamás. Un año más y, lo que es peor, un año menos, se diluye en el pasado.
Así que la melancolía me sacude cuando las puertas del curso están a punto de cerrarse tras de mí y entonces, añorada ya de lo aún no perdido, vuelvo la vista atrás y me veo, adolescente otra vez, lánguida e inquieta, apasionada y ansiosa, combativa y temerosa, joven, sobre todo joven, esperando del verano la vida entera.
"Busco el verano todo el año
y de repente ya está aquí".
"Azul,
la tarde es demasiado azul
y larga para mí."
Azzurro, azzurro...
A aquellos a quienes he dicho para siempre adiós les dedico esta canción. Que la vida les haga valorar lo que tienen. Que se sacudan lo malo; que recuerden lo bueno. Que no olviden dar las gracias, perdonar, ser humildes, esforzarse, reír y llorar cuando toque. Que recorran su camino sin quemar etapas. Que sean buenos. Que sean felices.
Imagen: "Azzurro". Adriano Celentano. Youtube.
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