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Días de septiembre

Tienen los días de septiembre sabor a domingo por la tarde, a fiesta terminada, a verbena donde vuelan
 -remojados por unas gotas intempestivas- los banderines y los farolillos que colgaban brillantes pocas horas antes.

Un algo, indefinible, sin nombre ni descripción posible, se instala en el centro del pecho para anidar durante los meses venideros.

Ni siquiera el placer de habernos sabido libres y felices, despojados del frío y de la ropa, de la palidez invernal y del hastío de la rutina, nos consuela de las tardes mortecinas que ya acechan.

Nos dicen los bienintencionados que vendrá otro verano -radiante y eterno como siempre parece-. Pero ese verano ya no nos encontrará a nosotros. Seremos otros -más viejos, no por ello más sabios-; más tristes, con cada vez menos luz y más sombras. Ni el sol ni el agua podrán limpiar de años la piel ni de decepciones el corazón.

Y así, más pronto que tarde, será septiembre todo el año.

Imagen: fotografía familiar. La Juncosa del Montmell. Hace unos días.

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