Ir al contenido principal

Juliana y sus conejos

La mujer de lutque aparece en la fotse llamaba Juliana (Uliana, tal comlpronunciaban en el pueblo). En la puerta grande vivía ella y en la puerta pequeña... sus conejos.

Hay quien tiene casas con gateras para sus gatos pernunca supe de nadie más que tuviera entrada independiente para conejos.

Al atardecer, cuandel calor de agostse hacía más insoportable, les abría la puerta y mientras ella los contemplaba -comuna madre contempla orgullosa a sus hijitos- ellos corrían, daban brincos, se perseguían... persin alejarse demasiado. CuandJuliana consideraba que el recrese había terminaddaba unas palmadas y, comlos párvulos, ellos se apiñaban para entrar rápidamente.

Los niños salíamos por la tarde, de allí donde estuviéramos, para verlos corretear libres persabienda quién pertenecían. Los niños que además veníamos de la ciudad contemplábamos el espectáculmaravillados y nmenos sorprendidos que si los hubiera sacadde una chistera.

Hace ya tantos años de aquellque, si nfuera por esta fotografía, creería a estas alturas que lhabía soñado. Perno, Juliana y sus conejos disfrutanddel recreformaron parte de mi infancia en el pueblo, de aquellos días interminables y libres, de aquella sensación de fiesta eterna, de aquel calor de agostque nos daba la vida, de aquellos placeres sencillos y ahora inalcanzables.

La casa sigue allí. Está renovada. La puerta de entrada es más grande y tiene un zócalo en lugar de la cal andaluza. CuandJuliana murió cerraron la conejera y la convirtieron en una sala con ventana.
Ahora, en vacaciones, a veces aparcamos en la puerta cuandla casa está vacía y mientras siglos movimientos del coche siempre tengla tentación de decir: "Cuidadcon los conejos".

(Imagen: fotografía familiar. Principios de los 70 aproximadamente)

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

" Dime, Niño, de quién eres   todo vestido de blanco.  Soy de la Virgen María  y del Espíritu Santo.  Resuenen con alegría  los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena.  La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va.  Y nosotros nos iremos,  y no volveremos más.  Dime Niño de quién eres y si te llamas Jesús.  Soy de amor en el pesebre  y sufrimiento en la Cruz.  Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena". Poníamos boca abajo el cajón en el que nos había llegado la matanza del pueblo y lo arrimábamos a la pared. Colocábamos con chinchetas en la pared un papel azul oscuro con estrellas, una de ellas con cola brillante. Echábamos viruta marrón, viruta verde... Poníamos un río y un laguito con papel de plata. En un esquina, el pesebre con la mula, el buey, San José, la Virgen y el Niño. En ...

Crónica de la excepción. Día 70

Ayer, 20 de mayo, James Stewart hubiera cumplido años. Nuestra infancia y juventud lo tuvo siempre presente.  En una época en la cual solo había una televisión y los barrios estaban llenos de cines de reestreno y programa doble, no era difícil encontrarse con sus gestos dubitativos y su peculiar voz (cosas del doblaje) casi cada semana.  Sus películas se reponían —alguna, como Qué bello es vivir , era un clásico navideño— y nos era tan cercano como los compatriotas que llenaban las novelas de media tarde o los Estudio 1. Pero esta entrada va de una pequeñísima parte de lo acontecido en su vida y que tiene que ver con otro grande del cine norteamericano, Henry Fonda. Ambos eran amigos, en ese grado en el cual la amistad pasa a ser casi un lazo de sangre. Eso, a pesar de las grandes diferencias que había entre ambos. La mayor de todas, quizá, sus tendencias políticas. Fonda era de izquierdas y Stewart, muy conservador. Su vida discurría paralela hasta que,...

Volver sin poder volver

Y te haces los kilómetros sabiendo que vuelves sin volver. Porque no se puede volver al abrazo de una abuela, a un cine de verano, a los bancos del paseo donde se cruzan las primeras miradas de deseo, a bañarte en una alberca, a oír los campanillos de los mulos. No se puede volver a las calles empedradas, a las noches en el zaguán, a que manos queridas te monden las pipas, a retreparte en una silla de enea, a la feria con amigas, a la tienda de Silvestre. No se puede volver a llenar un cántaro, a guardar sitio en las pilas, a sentarse en un tranquillo a ver pasar la vida, a que te pregunten de quién eres. No se puede volver a esperar la alsina de Málaga, a ver los carteles del cine de Pavón, a comprar magnesia en un cartuchito, a subir a la carretera a ver cómo anochece. No se puede volver a la Galaxy, a comer pimientos en los Vaqueros, a encargar un jersey en las Arjonas, a aguantar las miradas subiendo frente al Estrecho. No se puede volver a escuchar los chascarrillos de tu abuelo, ...