¿Cuántos amaneceres has visto en tu vida?
Hay quien contestará que miles y hay quien dirá que puede recordarlos casi todos.
Yo era de atardeceres. Cuando el día acababa sentía que la noche me daba oportunidades que el día me negó. El momento de la reflexión, del descanso, de parar la vorágine cotidiana y escuchar al corazón... Cuando fumaba, un cigarro; cuando era joven, una llamada de teléfono largamente esperada; cuando era estudiante, el momento de la recapitulación y el repaso; cuando estaba triste, el momento de llorar; cuando era feliz, el momento de la música... Los amaneceres solo eran felices cuando te habían sorprendido en la fiesta, en la amistad o en el amor. Despertarse con las claras del día era un castigo y una prueba de difícil superación.
Luego llegaron los amaneceres con un bebé en brazos, cálidos pesos enganchados a nuestro pecho que le daba la vida. Una manita leve posada en nuestra piel. A través del cristal todo se teñía de la luz de la actividad.
Después llegaron los insomnios que provocan los hijos adolescentes. La ciudad despertando y ese hijo que todavía no ha puesto la llave en la puerta. El sol que ya se levanta y el corazón que no halla reposo.
Y llegaron los años que acortan el sueño y los amaneceres me encuentran despierta cada vez más a menudo. Allí donde estoy siempre hay un momento en el que abro los ojos y descubro que el cielo se aclara y se dora. Que se oyen motores, trinos, ladridos, voces susurrantes, programas de radio, llantos de niños, llamadas, apremios... Que ponen las calles, el fresco o el calor, que me suena un despertador -despojado ya del privilegio de ser el primero-, que abro la ventana y no me encuentro el día sino a la luna pugnando por no ser engullida en la claridad insolente del sol...
Si fui de atardeceres y de noche ahora me reconcilio con los amaneceres que nos despegan de las sábanas y nos llevan de vuelta al mundo de los vivos. Salimos, en su rosada luz, de la muerte diaria en que nos sume el sueño. Aprovechamos la vida desde que el sol despega. Benditos amaneceres.
Imágenes: 1. Pantano de Iznájar desde la sierra, 12 de diciembre de 2015. Fotografía de José Antonio Molero López; primo, amigo y senderista de pro.
2. Hospitalet desde mi cocina, noviembre de 2015, Fotografía personal.
Hay quien contestará que miles y hay quien dirá que puede recordarlos casi todos.
Yo era de atardeceres. Cuando el día acababa sentía que la noche me daba oportunidades que el día me negó. El momento de la reflexión, del descanso, de parar la vorágine cotidiana y escuchar al corazón... Cuando fumaba, un cigarro; cuando era joven, una llamada de teléfono largamente esperada; cuando era estudiante, el momento de la recapitulación y el repaso; cuando estaba triste, el momento de llorar; cuando era feliz, el momento de la música... Los amaneceres solo eran felices cuando te habían sorprendido en la fiesta, en la amistad o en el amor. Despertarse con las claras del día era un castigo y una prueba de difícil superación.
Después llegaron los insomnios que provocan los hijos adolescentes. La ciudad despertando y ese hijo que todavía no ha puesto la llave en la puerta. El sol que ya se levanta y el corazón que no halla reposo.
Y llegaron los años que acortan el sueño y los amaneceres me encuentran despierta cada vez más a menudo. Allí donde estoy siempre hay un momento en el que abro los ojos y descubro que el cielo se aclara y se dora. Que se oyen motores, trinos, ladridos, voces susurrantes, programas de radio, llantos de niños, llamadas, apremios... Que ponen las calles, el fresco o el calor, que me suena un despertador -despojado ya del privilegio de ser el primero-, que abro la ventana y no me encuentro el día sino a la luna pugnando por no ser engullida en la claridad insolente del sol...
Si fui de atardeceres y de noche ahora me reconcilio con los amaneceres que nos despegan de las sábanas y nos llevan de vuelta al mundo de los vivos. Salimos, en su rosada luz, de la muerte diaria en que nos sume el sueño. Aprovechamos la vida desde que el sol despega. Benditos amaneceres.
Imágenes: 1. Pantano de Iznájar desde la sierra, 12 de diciembre de 2015. Fotografía de José Antonio Molero López; primo, amigo y senderista de pro.
2. Hospitalet desde mi cocina, noviembre de 2015, Fotografía personal.
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