Cuando una buena amiga te recomienda una novela, te hueles el peligro.
Si además esa novela está escrita por alguien a quien le une una gran amistad la situación ya es crítica.
Así que cogí El gran retorno con prevención, pensando de qué elegante manera podría decirle que había sido una agradable lectura sin faltar excesivamente a la verdad.
Aquí debo hacer un inciso porque lo que he dicho no se entiende si no explico que soy una lectora exigente, cada vez más, y suelo salir defraudada tan a menudo que cada vez recurro más a la relectura -acierto seguro.
Y hete aquí que, para mi sorpresa, sí que me encontré con una agradable lectura. Una novela que combina con buen pulso el suspense, la historia, la magia... y unos personajes dignos de ser reencontrados.
Y ante mi genuino y sincero entusiasmo -no dudo que hubiera notado (¡ay!) mis educadas formalidades, conociéndola- mi querida amiga tuvo la feliz idea de regalarme, con dedicatoria incluida, G, la última novela del autor de El gran retorno, Daniel Sánchez Pardos.
Y, de nuevo, una grata sorpresa. G es un libro que se lee con placer porque a la trama, un enigma en la Barcelona convulsa de la Primera República con la figura de Gaudí destacando entre otros bien delineados personajes, se une una forma exquisita. El lenguaje en el punto equilibrado entre el buen hacer de un filólogo, la pasión de un escritor y la convicción y confianza en la inteligencia del lector.
-¿Tú crees que el nuestro es un amor imposible? -me preguntó finalmente, una vez Gaudí hubo desaparecido por completo de nuestro campo de visión.
La mirada con la que Margarita aguardaba mi predecible respuesta era tan triste que no tuve más remedio que improvisar.
- Los amores imposibles sólo existen en las novelas -dije-. En la vida real, como mucho, hay amores improbables.
-Yo no tengo mal de amores -creo que le dije, procurando no centrar la mirada en su cara mal definida.
- No se engañe, caballero -replicó él-. Todos tenemos mal de amores.
Madurar consiste en eso, ¿no le parece? En ir agotando errores que ya no volveremos a cometer.
El dinero catalán siempre ha tenido miedo de los cambios de régimen y de los experimentos liberales.
Y sin embargo, la tensión hubiera podido amasarse como harina de panadero en cada una de las reuniones a las que mi madre me había arrastrado la noche anterior.
- Puestos a soñar con una cámara capaz de captar lo invisible, ¿por qué limitarse a fotografiar espíritus? ¿Por qué no fotografiar también recuerdos, o sueños, o fragmentos de las vidas que no hemos llegado a vivir?
-En el señor Comella usted ve algo de sí mismo que lo atrae y lo repele a la vez -afirmé, sosteniendo su mirada-. Ese es su futuro, piensa a veces. Un hombre solo, viejo, entregado a una obra desproporcionada cuyo sentido nadie más comprende, o que a nadie le importa. Un hombre desconectado del mundo. ¿Me equivoco?
Por toda respuesta, Gaudí vació de un trago los restos de jerez de su copa y me anunció que iba a llenársela de nuevo.
Recomendada y recomendable.
Un futuro brillante, Daniel.
Un acierto, Mònica.
Si además esa novela está escrita por alguien a quien le une una gran amistad la situación ya es crítica.
Así que cogí El gran retorno con prevención, pensando de qué elegante manera podría decirle que había sido una agradable lectura sin faltar excesivamente a la verdad.
Aquí debo hacer un inciso porque lo que he dicho no se entiende si no explico que soy una lectora exigente, cada vez más, y suelo salir defraudada tan a menudo que cada vez recurro más a la relectura -acierto seguro.
Y hete aquí que, para mi sorpresa, sí que me encontré con una agradable lectura. Una novela que combina con buen pulso el suspense, la historia, la magia... y unos personajes dignos de ser reencontrados.
Y ante mi genuino y sincero entusiasmo -no dudo que hubiera notado (¡ay!) mis educadas formalidades, conociéndola- mi querida amiga tuvo la feliz idea de regalarme, con dedicatoria incluida, G, la última novela del autor de El gran retorno, Daniel Sánchez Pardos.
Y, de nuevo, una grata sorpresa. G es un libro que se lee con placer porque a la trama, un enigma en la Barcelona convulsa de la Primera República con la figura de Gaudí destacando entre otros bien delineados personajes, se une una forma exquisita. El lenguaje en el punto equilibrado entre el buen hacer de un filólogo, la pasión de un escritor y la convicción y confianza en la inteligencia del lector.
-¿Tú crees que el nuestro es un amor imposible? -me preguntó finalmente, una vez Gaudí hubo desaparecido por completo de nuestro campo de visión.
La mirada con la que Margarita aguardaba mi predecible respuesta era tan triste que no tuve más remedio que improvisar.
- Los amores imposibles sólo existen en las novelas -dije-. En la vida real, como mucho, hay amores improbables.
-Yo no tengo mal de amores -creo que le dije, procurando no centrar la mirada en su cara mal definida.
- No se engañe, caballero -replicó él-. Todos tenemos mal de amores.
Madurar consiste en eso, ¿no le parece? En ir agotando errores que ya no volveremos a cometer.
El dinero catalán siempre ha tenido miedo de los cambios de régimen y de los experimentos liberales.
Y sin embargo, la tensión hubiera podido amasarse como harina de panadero en cada una de las reuniones a las que mi madre me había arrastrado la noche anterior.
- Puestos a soñar con una cámara capaz de captar lo invisible, ¿por qué limitarse a fotografiar espíritus? ¿Por qué no fotografiar también recuerdos, o sueños, o fragmentos de las vidas que no hemos llegado a vivir?
-En el señor Comella usted ve algo de sí mismo que lo atrae y lo repele a la vez -afirmé, sosteniendo su mirada-. Ese es su futuro, piensa a veces. Un hombre solo, viejo, entregado a una obra desproporcionada cuyo sentido nadie más comprende, o que a nadie le importa. Un hombre desconectado del mundo. ¿Me equivoco?
Por toda respuesta, Gaudí vació de un trago los restos de jerez de su copa y me anunció que iba a llenársela de nuevo.
Recomendada y recomendable.
Un futuro brillante, Daniel.
Un acierto, Mònica.
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