Ir al contenido principal

En defensa de las faltas

Me duele en el alma, como 'profe' que soy, leer un texto con faltas de ortografía.
Esas haches absolutamente independientes que hieren a la vista, esas comas que separan sin piedad sujetos y predicados, esos acentos que transforman a la difunta de pérdida en perdida sin que nadie repare su honor...

Libro cada día mil batallas entre adolescentes que -por indiferencia, por desidia, por falta de interés, por terquedad, por mil motivos incontables- atacan las normas y convierten la lectura de un texto en una travesía que me deja exhausta.

Y sin embargo, esta entrada no es para quejarme por eso. No es para hacer un llamamiento a la necesidad de preservar la unidad de la lengua. No es un impulso repelente de decir lo ya dicho mil veces en mil foros.

Esta entrada es para defender las faltas de ortografía.
Para defender las faltas de ortografía de quienes se perdieron mil y una lecciones mientras recogían aceitunas. Las de quienes juntaron las primeras letras en una escuela nocturna. Las de quienes se apiñaban con frío en una diminuta sala para cantar cuatro por cinco son veinte. Las de quienes, a pesar de haber pasado por una escuela inquietante, más llena de consignas que de razones, la evocan con cariño. Las de quienes recuerdan a sus maestros por su nombre y apellidos.
Las faltas de ortografía de quienes escribían en un pizarrín y cantaban himnos que no entendían.
Las faltas de ortografía de los valientes que se han lanzado de cabeza a las redes sociales y bucean en ellas con la osadía de los jóvenes y sin su prepotencia.
Las faltas de ortografía de los que atesoran experiencias únicas, recuerdos impagables. Los dueños de un pasado que nos hace lo que somos y que debemos tomar de sus labios -de sus dedos, en este caso- como se toma lo que no tiene precio porque tiene valor.

Por todo eso, y por todos ellos, no perdono las faltas de ortografía de los jóvenes que tienen todas las oportunidades y todos los recursos y los desperdician o, simplemente, los ignoran.
Y acepto la ternura de esas haches y esas bes dislocadas que saltan libremente en los escritos de quienes, habiendo descubierto un nuevo mundo, nos legan el suyo haciéndonos más sabios y más felices.

Imagen: www.uam.es

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

" Dime, Niño, de quién eres   todo vestido de blanco.  Soy de la Virgen María  y del Espíritu Santo.  Resuenen con alegría  los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena.  La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va.  Y nosotros nos iremos,  y no volveremos más.  Dime Niño de quién eres y si te llamas Jesús.  Soy de amor en el pesebre  y sufrimiento en la Cruz.  Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena". Poníamos boca abajo el cajón en el que nos había llegado la matanza del pueblo y lo arrimábamos a la pared. Colocábamos con chinchetas en la pared un papel azul oscuro con estrellas, una de ellas con cola brillante. Echábamos viruta marrón, viruta verde... Poníamos un río y un laguito con papel de plata. En un esquina, el pesebre con la mula, el buey, San José, la Virgen y el Niño. En ...

Crónica de la excepción. Día 70

Ayer, 20 de mayo, James Stewart hubiera cumplido años. Nuestra infancia y juventud lo tuvo siempre presente.  En una época en la cual solo había una televisión y los barrios estaban llenos de cines de reestreno y programa doble, no era difícil encontrarse con sus gestos dubitativos y su peculiar voz (cosas del doblaje) casi cada semana.  Sus películas se reponían —alguna, como Qué bello es vivir , era un clásico navideño— y nos era tan cercano como los compatriotas que llenaban las novelas de media tarde o los Estudio 1. Pero esta entrada va de una pequeñísima parte de lo acontecido en su vida y que tiene que ver con otro grande del cine norteamericano, Henry Fonda. Ambos eran amigos, en ese grado en el cual la amistad pasa a ser casi un lazo de sangre. Eso, a pesar de las grandes diferencias que había entre ambos. La mayor de todas, quizá, sus tendencias políticas. Fonda era de izquierdas y Stewart, muy conservador. Su vida discurría paralela hasta que,...

Deseos de fin de año

En esta tesitura del fin de año, todos nos tomamos un tiempo para pedir deseos -para nosotros y para aquellos a quienes queremos- y las listas, sorprendentemente, son coincidentes y contienen tres o cuatro cosas en las que nos ponemos de acuerdo, como por arte de magia, después de todo un año de desencuentros públicos o privados. Mis deseos para el dos mil veinticinco son sencillos y se resumen en tener, ni más ni menos, lo que tenía en esa fotografía tomada una soleada mañana en la galería de mi casa de Miguel Romeu. Y que era, a saber: La salud despreocupada de quien tiene un cuerpo que funciona cada día sin mandar señales. La alegría genuina y el entusiasmo ante lo venidero sin el velo sucio que le ponen las consideraciones negativas. La pasión frente a lo que se hace en cada instante, sin rumiar sobre el momento que pasó o sobre el venidero. La certeza de ser querida porque sí, sin condiciones, porque a eso se viene al mundo. La conformidad con los días y sus afanes y la capacidad ...