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Querida Ana Mari

Querida Ana Mari:

¿Qué haces con esas mangas, ese vaquero, ese calzado... bajo el furibundo calor de agosto? Ni siquiera el frescor del Torbiscal debe estar aliviándote.
¡Ah, ya lo veo! No te gusta mostrarte en ese -tú no sabes que lo es- esplendor juvenil. Te ves poquita cosa, tan delgada, casi invisible entre tus amigas; más mujeres, más hechas, llevándote (permíteme la broma), nunca mejor dicho, la delantera.

¿Y qué escondes a tu espalda?
¡Ah, ya está! El sombrero que te pidieron que te quitases para la foto. El que oculta tu cara de niña buena, dos o tres granitos que se te hacen montaña y unas cejas recién depiladas por vecinas muy dispuestas que te han dicho que es de lo mejor para parecer mayor.

Te han pedido que sonrías y apenas lo haces.
Es curioso, tantos motivos para la risa y tanta timidez para mostrarla. Aún han de pasar muchos años antes de que, ante el objetivo del fotógrafo, te muestres espontánea y feliz. Feliz a pesar de que la vida ya no te dé tantas oportunidades. Aunque quizá es por eso por lo que más tarde no desaprovecharás ninguna.

¿Quién es el fotógrafo?
Tú tampoco lo recuerdas. Quizá un primo, quizá algún amigo...
Te reclama la sonrisa y a ti te cuesta.
Sonríele, niña. Tienes motivos. Mira dónde estás y lo que tienes. Mira lo que eres. Todo por hacer, por descubrir.
Solo catorce años gastados de tu cuenta.
Por delante, la vida.

Lástima que no pueda susurrarte estos consejos al oído. Que no puedas atisbar que es tu momento: que los demás te ven como yo te veo y que lo tienes todo.

Imagen: fotografía personal. Un verano de los 70.

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