Son ya nueve los años en que recorro este camino de ida y vuelta.
El aire ardiente de África me llama cuando el otoño se vuelve inclemente.
Pero, con cada primavera, siento la voz de la tierra en la que abrí los ojos.
Grita mi nombre y el de mis compañeras. Su reclamo es más fuerte que el cansancio y la pereza. Más fuerte que el acomodo y la rutina. Va más allá de mi propia vida: está enlazado en las vidas infinitas que me preceden y es herencia eterna que me sobrevive.
Desde las alturas veo los campos y el mar. Veo a los hombres, con sus afanes. Veo los paisajes amables y los hostiles.
Cruzo el Estrecho y la luz del Mediterráneo me golpea en el pecho. No entiendo de kilómetros pero el peso que llevo en las alas me dice que son muchos los que he dejado atrás.
Ahora ya siento que estoy llegando al final. Tras esos campos repeinados en verde aparecen los tejados conocidos de mi pueblo. Hago un último alto en la sierra y escojo de un vistazo certero donde va a estar mi casa.
Quizá este año cerca del campanario que, en esta luz vespertina, brilla espejado y airoso.
Quizá en una azotea cercana a la escuela para que el bullicio de los niños se confunda con mi trisar.
Quizá en el alero de la casa más humilde, de la más encalada, cerca de la ventana que rompe en geranios y azucenas...
Quizá haya un poeta escondido entre sus calles que sepa unir palabras que canten mi belleza y la belleza de un viaje eterno que este año muere en mí y que renacerá, por siempre, en quien siga mi estela: camino de África primero y volviendo al hogar -de donde ya nunca he de partir- la próxima primavera.
Imágenes: Fotografías de José Torralvo: Golondrina en su casa y El pueblo desde Medina Belda.
Colgadas en Facebook el 11 de junio de 2016.
El aire ardiente de África me llama cuando el otoño se vuelve inclemente.
Pero, con cada primavera, siento la voz de la tierra en la que abrí los ojos.
Grita mi nombre y el de mis compañeras. Su reclamo es más fuerte que el cansancio y la pereza. Más fuerte que el acomodo y la rutina. Va más allá de mi propia vida: está enlazado en las vidas infinitas que me preceden y es herencia eterna que me sobrevive.
Desde las alturas veo los campos y el mar. Veo a los hombres, con sus afanes. Veo los paisajes amables y los hostiles.
Cruzo el Estrecho y la luz del Mediterráneo me golpea en el pecho. No entiendo de kilómetros pero el peso que llevo en las alas me dice que son muchos los que he dejado atrás.
Ahora ya siento que estoy llegando al final. Tras esos campos repeinados en verde aparecen los tejados conocidos de mi pueblo. Hago un último alto en la sierra y escojo de un vistazo certero donde va a estar mi casa.
Quizá este año cerca del campanario que, en esta luz vespertina, brilla espejado y airoso.
Quizá en una azotea cercana a la escuela para que el bullicio de los niños se confunda con mi trisar.
Quizá en el alero de la casa más humilde, de la más encalada, cerca de la ventana que rompe en geranios y azucenas...
Quizá haya un poeta escondido entre sus calles que sepa unir palabras que canten mi belleza y la belleza de un viaje eterno que este año muere en mí y que renacerá, por siempre, en quien siga mi estela: camino de África primero y volviendo al hogar -de donde ya nunca he de partir- la próxima primavera.
Imágenes: Fotografías de José Torralvo: Golondrina en su casa y El pueblo desde Medina Belda.
Colgadas en Facebook el 11 de junio de 2016.
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