Hace muchos años, en los tiempos de Coros y Danzas y las adhesiones inquebrantables, le dieron a mi pueblo un premio por la belleza y limpieza de sus calles.
La noticia salió en algún periódico de la provincia y mis abuelos, conscientes de cuánto extrañábamos lo nuestro en la distancia, nos la mandaron a Hospitalet.
El recorte revoloteó, amarilleando como era de rigor, de cajón en cajón por mi casa hasta que, en una de aquellas mágicas piruetas que hacen las cosas que amamos, desapareció sin saber cómo.
Yo lo sacaba a menudo y pasaba mis dedos y mis ojos infantiles por imágenes de calles impolutas, de casas encaladas, de tiestos con geranios reventones, de empedrados reluciendo al sol...
Era un pueblo ideal, quizá tan de cartón piedra como los decorados de Bienvenido, mister Marshall, pero cuando el taxi entraba por los Barrancones en veranos luminosos, se transformaba en el pueblo real, lleno de vecinas hacendosas barriendo aceras, al que yo amaba regresar.
Yo evoco a menudo aquella sensación de fiesta y pulcritud que salta de cada una de las imágenes que pueblan mis álbumes. Ferias, calles, mocitos y mocitas, bares, paseos...
Disfruto volviendo a pasar los dedos por sitios y caras conocidas, por soles reverberando en cal y tejas, por hombres del campo tan señores como reyes, por limpieza y luz, por orgullo y grandeza.
Y paso de puntillas -para no añadir dolor a lo perdido- por imágenes dolorosas, por ferias que no gustan, por gente que se queja, por calles vacías, por corazones huecos.
Imagen: Ignacio López Raya. Publicada en la página de facebook de Cuevas de San Marcos. 3 de septiembre de 2016.
La noticia salió en algún periódico de la provincia y mis abuelos, conscientes de cuánto extrañábamos lo nuestro en la distancia, nos la mandaron a Hospitalet.
El recorte revoloteó, amarilleando como era de rigor, de cajón en cajón por mi casa hasta que, en una de aquellas mágicas piruetas que hacen las cosas que amamos, desapareció sin saber cómo.
Yo lo sacaba a menudo y pasaba mis dedos y mis ojos infantiles por imágenes de calles impolutas, de casas encaladas, de tiestos con geranios reventones, de empedrados reluciendo al sol...
Era un pueblo ideal, quizá tan de cartón piedra como los decorados de Bienvenido, mister Marshall, pero cuando el taxi entraba por los Barrancones en veranos luminosos, se transformaba en el pueblo real, lleno de vecinas hacendosas barriendo aceras, al que yo amaba regresar.
Yo evoco a menudo aquella sensación de fiesta y pulcritud que salta de cada una de las imágenes que pueblan mis álbumes. Ferias, calles, mocitos y mocitas, bares, paseos...
Disfruto volviendo a pasar los dedos por sitios y caras conocidas, por soles reverberando en cal y tejas, por hombres del campo tan señores como reyes, por limpieza y luz, por orgullo y grandeza.
Y paso de puntillas -para no añadir dolor a lo perdido- por imágenes dolorosas, por ferias que no gustan, por gente que se queja, por calles vacías, por corazones huecos.
Imagen: Ignacio López Raya. Publicada en la página de facebook de Cuevas de San Marcos. 3 de septiembre de 2016.
Tu entrabas por los Barrancones, yo por el Martillo... uno quiere a su pueblo, le gustan sus gentes y su manera de decir las cosas, busca viejos recuerdos... tienes una facilidad asombrosa para "recrear! la infancia y los paisajes que te vieron crecer. Los que vivimos lejos, entendemos de qué hablas... Gracias, Ana Maria.
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