Hay temas en literatura que dan pereza. Mucha pereza. El conflicto vasco, por ejemplo.
Porque es un tema que hemos vivido pegado a nuestra piel. Nos desayunábamos con bombas lapa, tiros en la nuca, secuestros, impuestos revolucionarios, miradas y gestos mafiosos, contenedores y autobuses ardiendo, carteles de asesinos loados en los ayuntamientos, gente saliendo con cara de estupor de zulos infernales, guardias jóvenes que miraban al fotógrafo sin sospechar que miraban también a toda España...
Y ahora que ya nos hemos librado de tanto espanto da pereza encontrar ese tema como parte del placer de la lectura.
Pero luego está el boca-oreja. Que si es una novela muy buena. Que si Aramburu ha sabido mostrar la crueldad infinita de una convivencia forzada entre asesinos y víctimas. Que si el lenguaje es certero; ese difícil equilibrio entre la amenidad y la precisión.
Yo me resistía. Un amigo me dejó dos libros para tomar el pulso al autor: uno de cuentos -Los peces de la amargura- y una novela corta -Años lentos-. Con el conflicto vasco como tema central.
Los cuentos no me gustaron: los encontré demasiado planos y escritos como de manera acelerada. No sé explicarlo mejor. Como no me dedico a la crítica literaria no tengo que dar argumentos que justifiquen mi sueldo. Leo y me gusta lo que leo o no me gusta. En cambio, la novela fue otra cosa. Ahí Aramburu me enganchó: el ritmo, el lenguaje, lo que contaba y cómo lo contaba.
Y sucumbí. Cargué con sus 646 páginas y crucé los dedos para que mi inversión de 21,75 euros valiera la pena.
Ya lo he terminado. Duro. Sobrecogedor. Brillante. Genial. Y ya no digo más. Leedlo si os gusta la buena literatura.
Imagen: fotografía personal. El libro, recién comprado.
Porque es un tema que hemos vivido pegado a nuestra piel. Nos desayunábamos con bombas lapa, tiros en la nuca, secuestros, impuestos revolucionarios, miradas y gestos mafiosos, contenedores y autobuses ardiendo, carteles de asesinos loados en los ayuntamientos, gente saliendo con cara de estupor de zulos infernales, guardias jóvenes que miraban al fotógrafo sin sospechar que miraban también a toda España...
Y ahora que ya nos hemos librado de tanto espanto da pereza encontrar ese tema como parte del placer de la lectura.
Pero luego está el boca-oreja. Que si es una novela muy buena. Que si Aramburu ha sabido mostrar la crueldad infinita de una convivencia forzada entre asesinos y víctimas. Que si el lenguaje es certero; ese difícil equilibrio entre la amenidad y la precisión.
Yo me resistía. Un amigo me dejó dos libros para tomar el pulso al autor: uno de cuentos -Los peces de la amargura- y una novela corta -Años lentos-. Con el conflicto vasco como tema central.
Los cuentos no me gustaron: los encontré demasiado planos y escritos como de manera acelerada. No sé explicarlo mejor. Como no me dedico a la crítica literaria no tengo que dar argumentos que justifiquen mi sueldo. Leo y me gusta lo que leo o no me gusta. En cambio, la novela fue otra cosa. Ahí Aramburu me enganchó: el ritmo, el lenguaje, lo que contaba y cómo lo contaba.
Y sucumbí. Cargué con sus 646 páginas y crucé los dedos para que mi inversión de 21,75 euros valiera la pena.
Ya lo he terminado. Duro. Sobrecogedor. Brillante. Genial. Y ya no digo más. Leedlo si os gusta la buena literatura.
Imagen: fotografía personal. El libro, recién comprado.
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