Tengan cuidado ahí fuera era la mítica frase que el sargento Esterhaus les decía a sus hombres antes de lanzarlos a las peligrosas calles de una indefinida ciudad norteamericana (rodada en Los Ángeles y Chicago, inspirada en Pittsburgh).
Eran los míticos 80, y todo el mundo en España veía lo mismo cada noche, así que Canción triste de Hill Street se comentaba, se seguía y, por supuesto, puso en boca de todos la mítica frase.
Mira tú por donde, más de treinta años después, nos vuelve a la memoria en estos días.
Ahí fuera, a menos que tengas la desgracia de que te acompañe el bicho a casa, hay que tener cuidado.
Los que deben salir porque sin ellos llegaría el caos —sanitarios, transportistas, limpiadores, policías diversas, empleados de la alimentación, conductores del transporte público...— y todos los demás que, menos que más, también debemos hacerlo para conseguir lo imprescindible, sabemos que el enemigo está fuera; campa por calles y recintos, se mueve ágilmente de cuerpo a cuerpo, buscando su supervivencia a costa, probablemente, de la nuestra.
Y vamos con cuidado y con miedo, la mayoría, y desalmadamente, y sin conciencia del riesgo, una minoría a quien el virus ama porque le da el aliento que necesita para seguir viviendo.
Se desgastan los medios de comunicación y las redes sociales en advertir que solo el confinamiento, el quedarse en casa, frenará lo que parece una plaga bíblica sobrevenida vaya usted a saber por qué pecados —muchos tenemos en la mente, y todos son capitales—, pero siguen las calles infectadas de imbéciles que se creen inmortales. Así nos va.
Como hoy tenemos el ánimo mejor —a pesar de los pesares y de las noticias, que siguen siendo nefastas— me voy a parar aquí un momento porque algún lector detallista quizá tenga que decir algo sobre la afirmación que hice en la tercera línea del quinto párrafo: para seguir viviendo.
El caso es que, cuando yo iba al cole —como alumna, que de lo otro no hace tanto— la clasificación de la naturaleza se hacía en tres reinos: animal, mineral y vegetal. Y punto.
Hace un par de cursos, haciendo una guardia en primero de la ESO, y mientras los alumnos se afanaban en los deberes que les había dejado el profesor ausente, yo me di una vuelta por la clase, curioseando los murales que los chicos habían expuesto.
Y ahí es donde me quedé patidifusa porque la clasificación había cambiado ¡¡y cómo!!
Resulta que ahora —dejemos aparte a los minerales porque queda ya claro que no son vida— los seres vivos se clasifican en cinco reinos: animal, vegetal, hongos, protoctistas y móneras (¿alguien quiere saber más?).
Y, efectivamente, un virus —cualquiera y, por supuesto, el Covid-19— no pertenece a ninguna de las categorías de seres vivos, luego no está vivo.
Y no está vivo porque le falta (esto también lo recordamos de nuestra época escolar: nacer, crecer, reproducirse y morir) una función básica de todo ser vivo que es la capacidad de reproducción por sí mismo; pero tampoco está muerto porque le sobra la ¿inteligencia? (llamémosle así) de replicarse a costa de células, estas sí, vivas. Y que ahora son las nuestras.
Es inquietante pensar que entra, escoge, ataca, debilita y se extiende silenciosamente al tiempo que aprovecha un contacto casual para ir a por otro escenario y seguir a lo suyo, no-viviendo mientras mata.
De tanta digresión como he escrito hoy, quedaos con el principio, quedaos con el consejo de Esterhaus: Tengan cuidado ahí fuera.
El caso es que, cuando yo iba al cole —como alumna, que de lo otro no hace tanto— la clasificación de la naturaleza se hacía en tres reinos: animal, mineral y vegetal. Y punto.
Hace un par de cursos, haciendo una guardia en primero de la ESO, y mientras los alumnos se afanaban en los deberes que les había dejado el profesor ausente, yo me di una vuelta por la clase, curioseando los murales que los chicos habían expuesto.
Y ahí es donde me quedé patidifusa porque la clasificación había cambiado ¡¡y cómo!!
Resulta que ahora —dejemos aparte a los minerales porque queda ya claro que no son vida— los seres vivos se clasifican en cinco reinos: animal, vegetal, hongos, protoctistas y móneras (¿alguien quiere saber más?).
Y, efectivamente, un virus —cualquiera y, por supuesto, el Covid-19— no pertenece a ninguna de las categorías de seres vivos, luego no está vivo.
Y no está vivo porque le falta (esto también lo recordamos de nuestra época escolar: nacer, crecer, reproducirse y morir) una función básica de todo ser vivo que es la capacidad de reproducción por sí mismo; pero tampoco está muerto porque le sobra la ¿inteligencia? (llamémosle así) de replicarse a costa de células, estas sí, vivas. Y que ahora son las nuestras.
Es inquietante pensar que entra, escoge, ataca, debilita y se extiende silenciosamente al tiempo que aprovecha un contacto casual para ir a por otro escenario y seguir a lo suyo, no-viviendo mientras mata.
De tanta digresión como he escrito hoy, quedaos con el principio, quedaos con el consejo de Esterhaus: Tengan cuidado ahí fuera.
Fotografía: autoría desconocida. Michael Conrad en el papel del sargento Esterhaus (Canción triste de Hill Street. MTM Entreprises/NBC)
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