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Crónica de la excepción. Día 15

Exceptuando a las personas que vivieron la guerra y la posguerra, nadie en este país se había visto enfrentado a una situación como la actual.

Es más, no era este un escenario que hubiéramos descrito si hubiésemos sido preguntados por una situación temida que involucrara a toda la población, y que no fuera solo una tragedia personal. Qué sé yo, parecía que pensábamos en todo: una gran guerra, oleadas de ataques terroristas, una crisis climatológica, una hambruna provocada por catástrofes naturales... 
Mucha imaginación —ahora creemos que poca— le echábamos al ser preguntados por nuestros miedos y por lo que nos inquietaba del futuro.

Pero aquí estamos: sumidos en una pandemia que nos tiene recluidos en nuestras casas, atemorizados y doloridos ante las noticias de contagios y muertos; a estas alturas, sabedores de que estamos siendo protagonistas de la peor de las historias.

Y en momentos así —siendo como somos, mayores de edad; creyéndonos como nos creemos, libres y responsables, dueños de nuestras decisiones y nuestros actos—, volvemos la vista infantilmente a aquellos que nos gobiernan o nos representan, deseando y esperando que la altura de miras y la condición de hombres de estado o servidores públicos se haga evidente y alivie, en la medida de lo posible, las incertezas y las angustias de estos días y los que han de venir.

¿Y qué nos encontramos? Vamos a aprender lo que nos encontramos.

Nos encontramos con lo que se llama la falacia Tu Quoque. Una expresión latina que consiste en desviar la atención sobre una acusación o crítica recibida echando en cara al acusador que él también la ha cometido.
Tú me criticas porque hago esto, pero yo te digo que tú también lo has hecho, luego ese es mi argumento para rechazar tu crítica; no demostrar que es falsa ni exagerada ni injusta, solo que TÚ también lo has hecho.
Y en este enredo, demuestran lo que son: seres de mucha menos talla que aquellos que están librando la batalla en primera línea, que se están dejando la salud, literalmente, para vencer al enemigo y que no tienen más líder al que seguir que su conciencia generosa.

A todos los ciudadanos de este país —podemos exceptuar, eso sí, a los acólitos, a los adeptos y a los que defienden a unas siglas y unos nombres como si les mentaran a la madre—, cuando nos llegue la salud y la vida que perdimos, nos debe quedar una enseñanza política, entre muchas otras: desconfiemos de los que se esconden en los burladeros y apostemos (si los hubiere) por los que, con vergüenza torera, defienden lo bien hecho y se disculpan por sus errores.

Por cierto, en mi casa, sin saber latín, ya conocían eso: era regañar para que no te regañen. Y estaba prohibidísimo.

Fotografías: consultas  externas del Hospital de Bellvitge, reconvertidas en hospital de campaña.  El drama hecho imagen. Compartidas ayer públicamente, a las 21:50, en el facebook de Montse Fernández Núñez.

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