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Crónica de la excepción. Día 18


Hoy es lunes y esperaréis con curiosidad mis noticias desde el Mercadona.
Pues no: no he ido.
¿Y por qué? Pues porque tengo papel higiénico que, como todo el mundo sabe, es la medida de las necesidades básicas para el encierro. 
Detrás de él van otras, ya menos importantes, pero que también tenemos cubiertas como para resistir un par de días más sin hacer una razzia y volver con bien de la exposición al enemigo.

Además, ahora se ha añadido un protocolo nuevo —que todavía me da más razones para espaciar el ataque— y que consiste en que hay que limpiarse concienzudamente (zapatos fuera, ropa en una bolsa para su lavado posterior, llaves y cartera en una caja de uso exclusivo para salir al exterior... en fin, un cuadro apocalíptico) y limpiar asimismo ¡¡¡los productos comprados!!! 

Que, a ver, yo me veo con la bayeta dándole a los bricks de leche y a las latas de tomate y a las cajitas de Tosta Rica, si me apuras, pero, ¿y las almejas? 
Que pensaba yo traer unas almejitas para saltearlas o echarlas a un guiso rico-rico. ¿Y cómo las desinfecto? Que esas se lo tragan todo y capaces son ya de tener el bichito dentro, acechante y deseoso de encontrar células maravillosamente limpias donde instalarse.

También diréis —y si no, lo digo yo— que el aceite y el calorcito van a actuar y que las eche sin reparo a la sartén o a la cazuela, que ya allí se mata todo. Pero yo me pregunto, ¿no cocieron al pangolín, objeto de nuestras tribulaciones, y la cosa siguió viva? ¿O es que no lo cocieron?
Bueno, vamos a dejarlo y cambiemos de tema, que pronto hay que comer y la visión del asunto no está hecha para estómagos delicados.

Visto que no puedo contaros mi aventura del lunes, os diré que ayer fue un día ligeramente diferente.

Tuve visita.
Virtual, eso sí, pero durante casi una hora mis amigas y yo charlamos —por llamarle algo al cacareo que organizamos, al ser nuevas en el tema— y fue un rato feliz. Nos encontramos igual de guapas y alegres que siempre y nos reímos sin que se notaran los días que llevamos ya a la espalda. Emplazadas para dentro de poco, tenemos un nuevo aliciente a este rodar plano de los días.

Y, como broche, el aplausómetro que, esta vez, gracias al cambio de hora, nos permitió ver a los vecinos que antes intuíamos en la noche. 
Vimos a los peques bailando en brazos de sus padres, a la pareja que hace ejercicio junta en su terraza toooooodo el día, a los que ponen los altavoces a todo trapo, a los mayores, a los que iban vestidos como para pillar droga, a los que se arreglaron para la cita, a los fumadores... 
Todos teníamos en la cara el mismo gesto de curiosidad. Como si fuéramos nuevos, como si no lleváramos ya unos cuántos años siendo vecinos.
La diferencia es que antes vivíamos de espaldas los unos a los otros y ahora nos buscamos ansiosamente porque son las caras que nos recuerdan que no estamos solos.

Vídeo: un trocito del rato de ayer con nuestros vecinos de calle. 20:05.

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