En su segunda acepción, y según la RAE, confinar es recluir algo o a alguien dentro de límites.
Anoche nos fuimos a la cama con la palabra confinamiento en la cabeza.
Venía el enésimo y último susto del día de boca de nuestro honorable. Que si puede, que si no puede, que si órdago, que si farol...
Esta mañana nos hemos levantamos, desayunamos, comimos, y hasta hicimos la siesta, esperando que nuestro ínclito Consejo de ministros —y ministras, of course—, por mediación del más grande, nos haga llegar las concreciones del Estado de Alarma (así, con mayúsculas) que incluirán, vamos a suponer, confinamientos y demás medidas drásticas. Mientras escribo esto, a las 17:25, seguimos a la espera.
Esta crónica me servirá, creo, para despejar mi cabeza y tener un momento en el día para centrar el pensamiento y sosegar el corazón; así pues, no voy a hacer aquí sangre política —ya llegará el momento de hacerla correr (metafóricamente, a raudales, y bien merecida por unos y por otros, por acción y/u omisión) cuando salgamos de esta pesadilla de incierto fin.
Así que voy a reflexionar sobre nosotros mismos, sin tener que ir a la yugular de los políticos y gobernantes. Nosotros; los de a pie, los que formamos el tejido ciudadano de un país de, aproximadamente, cuarenta y siete millones de españoles.
Nosotros somos los solidarios; los que con las mismas manos con las que aplaudiremos esta noche en los balcones a los sanitarios y demás profesiones que se están dejando la piel, tironeamos en los lineales por los últimos rollos de papel higiénico y las últimas lentejas.
Nosotros somos los concienciados; los que afeamos la actitud a madrileños que se van a Murcia, a capitalinos que se van a la sierra, con la misma diligencia con la que cargamos los coches para irnos a la casita de la Cerdanya.
Nosotros somos los generosos; los que nos reenviamos una y otra vez por whatsapp y redes sociales los mensajes de quédate en casa, pero bajamos a los niños al parque —un momentito, porque estaban inaguantables—.
Nosotros somos los responsables; los que no visitamos a familiares y amigos, pero respiramos tranquilos al saber que vamos a poder ir a por tabaco que si no, nos volvemos mu locos.
Nosotros somos los informados; los que escuchamos las noticias institucionales y médicas, y las seguimos a rajatabla, mientras reenviamos cientos de mensajes de dudosa procedencia y de dudosa utilidad.
Nosotros somos los valientes; los que vamos a estar dispuestos, por el bien de todos, a ayudar en aquello que se necesite, mientras que hemos contribuido a que las personas con dificultades no puedan recibir sus compras online porque las hemos saturado.
Nosotros somos los prudentes; los que recomendamos no diseminar bulos ni señalar a organismos o colectivos o países, pero sottovoce nos hacemos eco de todas las teorías de la peor conspiranoia.
Nosotros somos, en fin, lo peor de toda esta historia. Ni siquiera el coronavirus nos gana en maldad porque el pobrecito bicho —haya salido de donde haya salido— solo quiere un amigo que lo acoja en su seno; qué sabrá él de incompatibilidades con los amigos que se busca.
Ah, ¿que usted es de los buenos ciudadanos? ¿que usted es de los de la primera mitad de las frases? Enhorabuena. Como todos.
Mañana más.
Fotografía: Julieta se confina gustosa si recibe su sesión de mimos al sol. Esta mañana, sobre las 10.
Anoche nos fuimos a la cama con la palabra confinamiento en la cabeza.
Venía el enésimo y último susto del día de boca de nuestro honorable. Que si puede, que si no puede, que si órdago, que si farol...
Esta mañana nos hemos levantamos, desayunamos, comimos, y hasta hicimos la siesta, esperando que nuestro ínclito Consejo de ministros —y ministras, of course—, por mediación del más grande, nos haga llegar las concreciones del Estado de Alarma (así, con mayúsculas) que incluirán, vamos a suponer, confinamientos y demás medidas drásticas. Mientras escribo esto, a las 17:25, seguimos a la espera.
Esta crónica me servirá, creo, para despejar mi cabeza y tener un momento en el día para centrar el pensamiento y sosegar el corazón; así pues, no voy a hacer aquí sangre política —ya llegará el momento de hacerla correr (metafóricamente, a raudales, y bien merecida por unos y por otros, por acción y/u omisión) cuando salgamos de esta pesadilla de incierto fin.
Así que voy a reflexionar sobre nosotros mismos, sin tener que ir a la yugular de los políticos y gobernantes. Nosotros; los de a pie, los que formamos el tejido ciudadano de un país de, aproximadamente, cuarenta y siete millones de españoles.
Nosotros somos los solidarios; los que con las mismas manos con las que aplaudiremos esta noche en los balcones a los sanitarios y demás profesiones que se están dejando la piel, tironeamos en los lineales por los últimos rollos de papel higiénico y las últimas lentejas.
Nosotros somos los concienciados; los que afeamos la actitud a madrileños que se van a Murcia, a capitalinos que se van a la sierra, con la misma diligencia con la que cargamos los coches para irnos a la casita de la Cerdanya.
Nosotros somos los generosos; los que nos reenviamos una y otra vez por whatsapp y redes sociales los mensajes de quédate en casa, pero bajamos a los niños al parque —un momentito, porque estaban inaguantables—.
Nosotros somos los responsables; los que no visitamos a familiares y amigos, pero respiramos tranquilos al saber que vamos a poder ir a por tabaco que si no, nos volvemos mu locos.
Nosotros somos los informados; los que escuchamos las noticias institucionales y médicas, y las seguimos a rajatabla, mientras reenviamos cientos de mensajes de dudosa procedencia y de dudosa utilidad.
Nosotros somos los valientes; los que vamos a estar dispuestos, por el bien de todos, a ayudar en aquello que se necesite, mientras que hemos contribuido a que las personas con dificultades no puedan recibir sus compras online porque las hemos saturado.
Nosotros somos los prudentes; los que recomendamos no diseminar bulos ni señalar a organismos o colectivos o países, pero sottovoce nos hacemos eco de todas las teorías de la peor conspiranoia.
Nosotros somos, en fin, lo peor de toda esta historia. Ni siquiera el coronavirus nos gana en maldad porque el pobrecito bicho —haya salido de donde haya salido— solo quiere un amigo que lo acoja en su seno; qué sabrá él de incompatibilidades con los amigos que se busca.
Ah, ¿que usted es de los buenos ciudadanos? ¿que usted es de los de la primera mitad de las frases? Enhorabuena. Como todos.
Mañana más.
Fotografía: Julieta se confina gustosa si recibe su sesión de mimos al sol. Esta mañana, sobre las 10.
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