Buenos días a todos: hoy ha amanecido.
Julieta ha sido la primera en darse cuenta y ha venido a darme la buena nueva entre maullidos y arañazos, que es, a su entender, una buena forma de comunicación (también venía a pedir comida, pero eso no se lo voy a tener en cuenta).
Y es que, aunque un amigo mío dice que siempre amanece, anoche no lo teníamos tan claro, con tanta incertidumbre y tanta espera desesperante.
Pero sí, aquí está el amanecer de hoy, desde mi cocina, que comparto gustosa.
Hablando de ayer: ya pasadas las nueve de la noche —nos dio para picotear en todas las cadenas y hasta para ver empezar a Pepe Ribagorda las noticias con aire de no entender nada— salió el Sr. Sánchez a la palestra. Venía con el traje hecho jirones, el pelo enmarañado y goterones de sangre en la cara.
Diréis que miento, pero juro que lo vi, justo antes de un pantallazo a negro y de que volviera su imagen ya niquelá. Y si no, ¿por qué creéis que había desfase entre el movimiento de su boca y el sonido? De eso sí que os disteis cuenta, ¿a que sí? Pues por eso, almas cándidas, por la recomposición y el arreglo audiovisual.
Bueno, a lo que iba, que hizo el presidente un discurso explicándonos en qué consistía el Estado de Alarma y nos informó de que las medidas eran generales, para todo el país, sin diferencias territoriales y con mando único.
Desde mi casa oí yo el rechinar de dientes y la muela de afilar cuchillos, así que él también lo oiría, pero, oye, el entrar en política —como el salir de la adolescencia— es lo que tiene: que asumes que no le puedes gustar a todo el mundo y que, incluso, te pueden odiar. Lo asumes y aprendes a vivir con ello o estás muerto.
Ya sabiendo que podríamos ir a la pelu y comprar papel higiénico de uno en uno y que se invocaba de nuevo a la responsabilidad individual, pero que, si hacía falta, ahí estaría lo que tenía que haber estado antes, pues fue como un ¡¡bufff!!. Que es una expresión de consuelo personal de la que tendremos que ir echando mano en estos días venideros.
Ya retirado el presidente, salimos a la terraza a ser solidarios y generosos aplaudiendo en masa a los sanitarios que se están dejando la vida para que se cure todo el mundo y el bichito se controle.
Como eran las diez en punto, todos mis vecinos y nosotras mismas, coincidimos con la descarga del trailer del Mercadona que, inasequible a las hordas fagocitadoras de las mañanas, repone cada noche todos los lineales. Los trabajadores, agradablemente sorprendidos, se bajaron de los toros y el camión y nos dieron las gracias a voz en grito; saludaron y hasta nos grabaron a todos los friquis allí congregados.
Mira tú que, de una tacada y sin planificación previa, contribuimos doblemente al homenaje de los que tienen que seguir al pie del cañón.
Con cierto alivio y reconfortadas al haber hecho posible un mundo más justo desde la tronera, pudimos ir a dormir tranquilas. Con el runrún del amanecer que, como hemos visto, ha quedado despejado.
Hoy vamos a sufrir por otra cosa: mañana toca ir a por avituallamiento —que no he ido desde el miércoles— y no sé qué me deparará el destino.
Dejaré mi crónica para el regreso, si vuelvo con bien.
Disfrutad del domingo y aprovechad para arreglar armarios, que siempre se benefician de las crisis confinatorias.
Imagen: el amanecer desde mi cocina. 6:47 de la mañana.
Julieta ha sido la primera en darse cuenta y ha venido a darme la buena nueva entre maullidos y arañazos, que es, a su entender, una buena forma de comunicación (también venía a pedir comida, pero eso no se lo voy a tener en cuenta).
Y es que, aunque un amigo mío dice que siempre amanece, anoche no lo teníamos tan claro, con tanta incertidumbre y tanta espera desesperante.
Pero sí, aquí está el amanecer de hoy, desde mi cocina, que comparto gustosa.
Hablando de ayer: ya pasadas las nueve de la noche —nos dio para picotear en todas las cadenas y hasta para ver empezar a Pepe Ribagorda las noticias con aire de no entender nada— salió el Sr. Sánchez a la palestra. Venía con el traje hecho jirones, el pelo enmarañado y goterones de sangre en la cara.
Diréis que miento, pero juro que lo vi, justo antes de un pantallazo a negro y de que volviera su imagen ya niquelá. Y si no, ¿por qué creéis que había desfase entre el movimiento de su boca y el sonido? De eso sí que os disteis cuenta, ¿a que sí? Pues por eso, almas cándidas, por la recomposición y el arreglo audiovisual.
Bueno, a lo que iba, que hizo el presidente un discurso explicándonos en qué consistía el Estado de Alarma y nos informó de que las medidas eran generales, para todo el país, sin diferencias territoriales y con mando único.
Desde mi casa oí yo el rechinar de dientes y la muela de afilar cuchillos, así que él también lo oiría, pero, oye, el entrar en política —como el salir de la adolescencia— es lo que tiene: que asumes que no le puedes gustar a todo el mundo y que, incluso, te pueden odiar. Lo asumes y aprendes a vivir con ello o estás muerto.
Ya sabiendo que podríamos ir a la pelu y comprar papel higiénico de uno en uno y que se invocaba de nuevo a la responsabilidad individual, pero que, si hacía falta, ahí estaría lo que tenía que haber estado antes, pues fue como un ¡¡bufff!!. Que es una expresión de consuelo personal de la que tendremos que ir echando mano en estos días venideros.
Ya retirado el presidente, salimos a la terraza a ser solidarios y generosos aplaudiendo en masa a los sanitarios que se están dejando la vida para que se cure todo el mundo y el bichito se controle.
Como eran las diez en punto, todos mis vecinos y nosotras mismas, coincidimos con la descarga del trailer del Mercadona que, inasequible a las hordas fagocitadoras de las mañanas, repone cada noche todos los lineales. Los trabajadores, agradablemente sorprendidos, se bajaron de los toros y el camión y nos dieron las gracias a voz en grito; saludaron y hasta nos grabaron a todos los friquis allí congregados.
Mira tú que, de una tacada y sin planificación previa, contribuimos doblemente al homenaje de los que tienen que seguir al pie del cañón.
Con cierto alivio y reconfortadas al haber hecho posible un mundo más justo desde la tronera, pudimos ir a dormir tranquilas. Con el runrún del amanecer que, como hemos visto, ha quedado despejado.
Hoy vamos a sufrir por otra cosa: mañana toca ir a por avituallamiento —que no he ido desde el miércoles— y no sé qué me deparará el destino.
Dejaré mi crónica para el regreso, si vuelvo con bien.
Disfrutad del domingo y aprovechad para arreglar armarios, que siempre se benefician de las crisis confinatorias.
Imagen: el amanecer desde mi cocina. 6:47 de la mañana.
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