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Crónica de la excepción. Día 5

Hoy no salgo de casa.

Que habrá quien diga que ni hoy, ni mañana, ni pasado, ni al otro. Pero que no es eso.

Llegados a este punto —y pronto hemos llegado—, tenemos que pertrecharnos de herramientas que preserven nuestra salud mental y la de aquellos que conviven con nosotros.

Esta es una estrategia muy conocida y utilizada en las terapias de desintoxicación. Pongamos que eres adicto al tabaco, por ejemplo.
Tu terapeuta te dice que, cuando abras los ojos por la mañana, te digas Hoy no fumo. No Ya no fumo ni He dejado de fumar porque, si te dices eso, puede que salgas corriendo a buscar el primer estanco que encuentres o rebusques en el armario de la ropa blanca hasta dar con el paquete que escondiste por si la voluntad flaqueaba.
Hoy no fumo, que es una colina cuya cima tienes a la vista y puedes subir más o menos cómodamente. Cuando llegues, descansas, a dormir, y mañana será otro día.
Pues eso: Hoy no salgo de casa.

Y me parece a mí que el gobierno también ha echado mano de esta estrategia: Hoy hacemos recomendaciones, Hoy cerramos los centros educativos, Hoy decretamos el Estado de Alarma, Hoy cerramos las fronteras terrestres y así sucesivamente. Esto le sirve para no asumir de golpe todas las consecuencias de decisiones contundentes y/o para mantener a los ciudadanos expectantes, no vaya a ser que nos aburramos y dejemos de prestar atención.
El problema es que, en esa aplicación gubernamental de herramientas de uso personal, el coronavirus puede sentirse cómodo e ir haciendo de las suyas. Y sin puede, porque es exactamente lo que está haciendo.

De los encargados de hacernos llegar los Hoy... no me puedo resistir a comentar unas cosillas.
Primero, el señor de la chaqueta de sindicalista de los 80. Ya no confiamos en él. ¿Por qué?: porque hemos confiado mucho.
Hay que ver el alivio que suponía oírlo decir que en España serían unos cuantos casos aislados o que si su hijo le preguntara si podía ir a una manifestación le diría que hiciera lo que quisiera. Por eso, porque si, diciendo lo que decía, había lo que había, qué habrá, diciendo lo que dice. No sé si me explico.
Luego está el ministro de Sanidad. Ese ahora mismo es clavadito para dar las noticias. Ni haciendo un casting previo hubieran encontrado a alguien tan idóneo para el papel. Pero, claro, ¿qué pasará cuando lleguen las buenas nuevas (que llegarán)? ¿Cómo nos vamos a creer que la curva se aplana, que ya no muere gente, que las UCI se van vaciando? Imposible; permaneceremos aislados y muertos de miedo porque su semblante desmentirá sus palabras. Tendrán que buscar a otro o bien optar por un cambio radical: fuera esas gafas de pasta, un corte de pelo atrevido, una proyección de pómulos... Qué sé yo, un algo.
¿Y qué me dicen del ministro Marlaska? Que se ha puesto el hombre para la comparecencia el traje y la corbata de ir a los funerales. Vamos, que no le pedimos que se vista un terno blanco de bolerista cubano, pero un alivio de luto, qué menos, para que el trago se nos haga menos duro.
¿Y los generales —o la graduación que tengan, que yo no entiendo— que están a su espalda? Que yo me rompo las manos aplaudiendo a la UME en ayuda de los ciudadanos, pero no entiendo su papel ahí detrás, como esperando su turno en la cola del Mercadona. Que les han dicho que se pongan y se ponen, pero que entre el flanqueamiento castrense y el atuendo del ministro, nos tememos lo peor.

Del presidente y vicepresidente seguro que también tendría cosillas que comentar, pero no los veo.

Hoy no salgo.

Fotografía: mi calle a las 10:48.

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