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Crónica de la excepción. Día 8

Buenos días.

Nos desayunamos con la noticia de que ya vamos por 18.074 contagiados y 832 fallecidos y el anuncio del ministro Illa de que esto va a ir a peor. No sé yo si a quien madruga, Dios le ayuda.
Eso sí, en el Rocío aún no han decidido sobre la celebración de la romería: esto es fe y lo demás son tonterías. Ole.

Como, de momento, no tengo mucho más que decir sobre hoy, salvo que la primavera —a la que no le ha hecho caso ni El Corte Inglés— ya ha llegado, podría escribir sobre el día de ayer. La tarde-noche de ayer, más bien.

Pero hubo mucho ruido, mucho, mucho ruido.
No hace falta salir de casa para que la gente te decepcione —como no hace falta salir de casa para gastar dinero—, gracias a que las redes sociales te traen los comentarios más peregrinos y las ideas más aviesas a sentarse en tu sofá. Y en estos tiempos —tan malos para la lírica y la prosa, pero tan buenos para el teatro— a veces una no se reprime de salir al escenario.
En fin, esto tan críptico podéis obviarlo y vamos a optar por olvidarnos del ayer y ver qué escribimos que nos libere un poco de esta angustia que nos cubre como un velo opaco. Humor siempre, siempre, desde el respeto infinito al dolor de los más afectados.

Veamos: ¿cuántas películas apocalípticas hollywoodenses os habéis tragado en vuestra vida? Decenas, cientos quizá. En un cine de estreno, de reestreno, de verano, de programa doble, en la sobremesa de los sábados de Antena 3. Donde sea, pero fijo que os habéis visto un buen puñado.
¿Y qué hemos aprendido? Nada.
Que estamos ahora en pleno apocalipsis y no hay unos expertos guionistas que vuelvan sus ojos a los maestros, que nos han estado preparando durante décadas, y actúen en consecuencia para resolver esto en unos cuantos días.

Empecemos por los guapos. Comienza la película y salen los guapos. ¿Y qué pensamos? Pues que esos no se mueren, que llegan al final; que pueden estar a puntito, pero que se salvan. Pues ya está: guapos a los hospitales, a los súper, a los transportes, a primera línea de fuego y asunto resuelto: ni mascarillas, ni trajes de protección, ni nada. Ya nos lo ha enseñado Hollywood: los guapos no se mueren.

Otro asunto: los tertulianos y ciudadanos partiéndonos la cara para averiguar qué político se equivocó más, quién hizo, quién no hizo, quién se calló, cómo vamos a depurar responsabilidades. Nadaaaaa. ¿Quién es el politicucho que la palma en todas las catástrofes que nos ha presentado la meca del cine? Pues el listo al que le advierten que el volcán va a entrar en erupción o que en el lago hay cocodrilos prehistóricos y dice La Feria Anual de Avistamiento de Ardillas o La Carrera en Kayaks Solidarios Rodeados de Nadadores Mixtos, o lo que sea, no se anula porque de esto depende la economía de nuestra región y aquí no va a pasar nada.
Ese muere, fijo. Es que ya tiene cara de muerto cuando lo dice en pantalla. Y el sheriff que le ayuda, prohibiendo a sus subordinados que distribuyan la información y creen la alerta, ese también: muerto está. Así que lección aprendida. ¿A qué tanto intentar eximir a los míos o a los tuyos? Si Hollywood ya nos ahorra tanto parloteo. Que sean muertes físicas da mucho juego en el cine; aquí yo apostaría por las políticas.

Luego, los ancianitos que viven aislados y cuya casa está a punto de ser engullida por la lava. Que la engulle, pero momentos después de que los guapos (que ya salieron al principio y no nos preocupan en absoluto) los pongan a salvo llevándoselos in extremis al fondo del valle. Pongamos a nuestros ancianitos cerca de los guapos y ya no nos tienen que preocupar. Si acaso, para más seguridad, pongámosles a las abuelas trenzas y vestidos floreados y a los abuelos, camisas de leñadores, tirantes y gorra de visera plana. Por asegurarnos.

¿Y qué decir de los que cogen su coche y se lanzan a la carretera a sus apartamentos, a sus fines de semana, a huir despavoridos contra las indicaciones de las autoridades? Pues nada. Si es que sabemos lo que les pasa: que les pilla el tornado, que les alcanza la ola, que el platillo volante los aplasta en medio de la autopista. Nada de gastar recursos en controles, detenciones y multas. Ya tenemos visto cuál es su fin.

¿Y los vándalos que están montando una fiestecita en su casa y la acaban yendo a bañarse en el tanque del Servicio de Aguas, saltándose el cierre? Nadaaaaaa. No hay que multarlos. Se los comen los tiburones que han traspasado las barreras que se pusieron en la bahía: fijo.

Que nos preocupan esos insolidarios que salen corriendo de los drugstore (pongamos aquí el Mercadona) arramblando con los víveres (pongamos aquí el papel higiénico): ¿por qué, criaturas, si la tierra se va a abrir a sus pies en su huida y los ciudadanos responsables, arrimaditos a la pared y ayudando al que se le ha caído algo de su bolsa, van a salir indemnes?

Y así todo.
Cualquier preocupación que nos suscita esta emergencia la tenemos superbien resuelta en los apocalipsis hollywoodenses. Que sus guionistas están bregados en todo: meteoritos, terremotos, asteroides, erupciones volcánicas, hordas de arañas, bacterias asesinas, aliens estratosféricos, cocodrilos gigantes suburbanos, godzillas, ladrones de cuerpos, zombis, virus mutantes...

Exigo, YA, un cambio inmediato de guionistas. Que nos traigan de los buenos, de los de Hollywood de toda la vida.

Y si no puede ser, que pongan a los de Los Serrano. Que mañana nos despertaremos y todo habrá sido un sueño.

Fotografía: Julieta atiende mis explicaciones sobre lo que voy a escribir hoy. 10:20 de la mañana, primer día de la primavera.




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