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Crónica de la excepción. Día 24

Tras dos días en los que las tribulaciones cotidianas han pasado por encima, incluso, de las excepcionales, aquí estoy de nuevo, hilvanando palabras que me sirvan para dar cuenta de lo que sucede (o me sucede, según) en este confinamiento al que no le vemos el final.

Hemos seguido poco las noticias ayer y anteayer, pero hoy tocaba y parece que, dentro del drama sostenido, una pequeña esperanza se abre paso —¿quizá el famoso pico dejándose doblar, por fin?—: menos muertes que ayer, menos contagiados. 
Algo es algo, y a cualquier clavo ardiendo nos agarramos cuando llevamos ya tantas semanas de sobresalto en sobresalto. 

El tiempo atmosférico también parece sumarse a esta mínima ilusión y el sol baña la terraza en un soleado, y atípico, Domingo de Ramos. Las fotografías son de ayer, pero sirven para hoy porque se repite la situación: Julieta se asolea mientras le hacemos muecas divertidas en el reflejo.

A cuenta de que hoy es la Palma, recuerdo que, hace no demasiados años, hoy era el día en que vestía a mis niños de estreno —Quien no estrena el Domingo de Ramos, no tiene ni pies ni manos, dice el refranero— y allá que nos íbamos a ver la Borriquita. Sin palma, pero con aperitivo posterior.

Hospitalet es una ciudad que lleva a gala tener las únicas procesiones laicas de España, empezando por la de la Borriquita y acabando por la del Domingo de Resurrección.
¿Y qué son procesiones laicas? Pues el invento deriva de que no pertenecen a ninguna parroquia y que las impulsaron un grupo de inmigrantes —entonces todo era inmigración interior, sin pateras, pero con maletas con cuerdas y atestados trenes que iban hacia el norte— que, pidiéndole al párroco del barrio recuperar las tradiciones de su tierra lejana, obtuvieron un no por respuesta y allá que se organizaron por su cuenta.

En fin, esta digresión es solo para comentar que esta va a ser la Semana Santa más atípica y, a la vez, más rigurosamente respetada. 
Años ha, se cerraban cines, teatros, salas de fiesta... cualquier cosa que despistara a los ciudadanos de poca fe de la contrición y la pesadumbre que habían de acompañar estos días. 
Tantos años después, en pleno siglo XXI, el rigor es tal que ni fiestas, ni ferias, ni bares, ni playas, ni cines, sino que ni pisar la calle podremos.

Sin fe o con ella, sirva tal penitencia para que nos sean perdonados nuestros pecados, a cada cual los que hubiere cometido, y podamos, en breve, volver a la vida.

Fotografía: al sol vespertino. Sábado, a las 18:45.

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