A estas alturas, ya sabemos de sobra que no vamos a salir indemnes de esta situación.
No podemos salir indemnes porque —solo hasta el día de hoy— hay más de catorce mil familias llorando a unos muertos de quien ni siquiera pudieron despedirse.
No podemos salir indemnes porque —solo hasta el día de hoy— hay más de ciento cuarenta y seis mil familias pendientes de la evolución de sus seres queridos; en la mayoría de los casos, con noticias espaciadas y poco precisas.
Y no podemos salir indemnes porque —solo hasta el día de hoy— hay casi novecientas mil familias que no saben cuándo volverán a tener ingresos, cómo serán estos, si recuperarán sus puestos de trabajo y en qué circunstancias.
Y tampoco podemos porque hay dos millones seiscientas mil familias que están en un limbo en el que han visto reducidos sus ingresos y que no saben si, finalmente, será ese limbo la pasarela hacia un paro definitivo.
En fin, que a estas alturas, aquellos que tenemos la suerte —porque así hay que llamarla— de sufrir un simple confinamiento en casa, por duro que se nos haga, deberíamos no permitirnos frivolidades ni humores a costa de.
Pero es que somos humanos.
Y la humanidad tiene una grandísima cualidad que le ha llevado a superar los destinos más trágicos y las desgracias más afiladas: el afligirnos por pequeñeces como vía de escape y el secuenciar en círculos concéntricos el dolor hasta llevarlo —incluso el más agudo e insufrible— a una lejanía llevadera.

Heme a mí aquí, sin ir más lejos, pensando en la absurda obligación de mañana y notando el tamtam en el plexo solar.
E imaginando con humor negro —siempre esas fabulaciones que me dominan—mi trágico destino.
Luego, la noche teje con tus frivolidades un espesura de plomo que te devuelve de nuevo a la realidad y se llora por todo lo perdido y por los perdedores, que somos cada uno de nosotros y su conjunto.
Fotografías: algunos de los miles de memes que vamos recibiendo estos días.
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