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Crónica de la excepción. Día 37

Los seres humanos estamos diseñados para la felicidad. Por naturaleza.
Hay excepciones, claro. Todos conocemos a esos mohínos que hacen de la alegría motivo de preocupación. Pero hoy no vamos a hablar de ellos. Otro día.

Solemos ser felices por lo que hacemos, lo que tenemos o, incluso, solo lo que anticipamos. Y esa es la felicidad de la buena, aquella a la que se le dedican sesudos estudios o poemas resplandecientes.

Y luego está la felicidad en modo maldad, como yo la llamo. Es decir, qué feliz que soy no por lo que hago, sino por lo que no tengo que hacer. 

Y me han dado ganas de explicaros qué es esa felicidad en modo maldad, por si os fuera útil en algún momento del día y pudierais aprovechar para ponerla en práctica, ahora que disponéis de tanto tiempo.

Porque hay que ver la de tutoriales y recomendaciones y consejitos que nos están dando. Es un bombardeo continuo (e inútil, añadiría yo).

Porque, a ver, escúchate Rigoletto, La Bohème y Tosca del tirón. No has escuchado en tu vida más que La donna è mobile —y porque la cantaba Andrea Bocelli—. Pues NOOOOOOO te va a gustar.

Mírate Hamlet, La Celestina y La casa de Bernarda Alba. No has ido en tu vida más que al Teatro Chino de Manolita Chen. Pues NOOOOOOO te va a gustar.

Haz rutinas de cardio, core y hot Pilates. Y tú te esperas veinte minutos en la portería si el ascensor está ocupado con una mudanza. Pues NOOOOOOO te va a gustar, además de que al minuto y medio vas a estar como si volvieras a la base en Afganistán.

Léete El Quijote, Guerra y Paz y Crimen y castigo. No has leído ni la placa que te pusieron en el buzón y aún no te has dado cuenta de que le falta una ese a tu apellido. Pues NOOOOOOO te va a gustar.

Haz punto de cruz, crochet y vainica doble. Y tú te pegas los botones con Superglú. Pues NOOOOOOO te va a gustar.

Pinta la casa, arregla los armarios y desinfecta los colchones. Y tú te orientas en llegar al sofá por las latas de cerveza y los envoltorios de patatas fritas. Pues NOOOOOOOO te va a gustar.

Aprende idiomas, nunca es tarde para saber inglés, alemán o swahili, el idioma del futuro (que parece que el chino ya no).
Y tú, bueno, aquí ya estoy yo. Tú (yo) te compraste un libro a la altura de tus posibilidades.

Y te (me) lo compraste que ni se había muerto Forges.

Y hasta llevaba su CD para el ordenador o el coche (que a ver ahora dónde encuentras (encuentro) la ranurita en esos sitios).

¿Y cuánto inglés has (he) aprendido? Nothing, mientras se moría Forges y Monica Tapia Stocker se hacía rica, seguramente. Porque no lo has (he) abierto.

Así que mi tutorial-lista de consejos es La teoría de la felicidad inversa o cómo ser feliz desde la maldad de la omisión.

A saber, y por resumirla, —no vaya a ser que luego saque un libro sobre ella y me forre—, tenéis que pensar (hay nivel básico, medio y avanzado: cinco minutos, dos horas o la mayor parte del día) en cosas que no estáis haciendo gracias al confinamiento.

Primero, cerrad los ojos y veos a vosotros mismos en la situación (hasta que llegue al punto de casi insoportabilidad). A continuación, los abrís (los ojos) y os veis en vuestro sofá, vuestra cama, vuestro jardín de 1000 metros cuadrados o, si vivís en un piso patera, encerrados en el baño con el pestillo echado. Y ahí ya es la apoteosis. Entraréis en un trance de felicidad inversa inigualable.

Al final del libro, cuando lo publique, encontraréis unas propuestas de situaciones aunque, claro, cada uno tendrá las suyas, únicas e intransferibles.

Como ejemplos:
- Ver a gente a la que odias profundamente y tienes que trabajar/bajar en el ascensor/comprarle... sin más remedio.
- Que llueva y truene y las calles acumulen agua y tú tengas que salir aunque no haya amanecido.
- Ir a un centro comercial un sábado de finales de diciembre a comprar un regalo para un tío político al que no ves desde el año pasado.
- Besar a niños/ancianos/conocidos que te acaban de presentar viéndolos moqueantes el segundo antes.
- Tumbarte en la playa sobre la única piedra que esconde entre la arena, ponerte el bronceador y comértelo entre las lonchas de lo que sea y escuchar la playlist del vecino más insufriblemente próximo.
- Tomar en un bar patatas bravas revenidas, bebidas calentuchas y pagar 30 euros.
- Quedar con quien dices tenemos que quedar porque hay que terminar quedando.
- Estar enfermo y echarte al tajo con un paracetamol porque ya no se puede faltar un día más.
- Entrar a comprar un trapito y darte cuenta que te has fundido la tarjeta cuando ya era demasiado tarde.
- Querer hacer algo y tener que posponerlo sine die porque no te da tiempo.
- Querer parar, mirar por la ventana, suspirar un ratito, tararear bajito y dejarlo para luego, que ahora te esperan.
- ...
Seguro que tienes muchas más en la cabeza. Úsalas.

De nada.

Fotografías: mi libro, su CD y su factura. Hechas hoy a las 10:25.

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