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Crónica de la excepción. Día 39

Así hemos empezado la semana, como la acabamos: lluvia y lluvia. Sin parar. Mansa, sin alharacas. Pero profundamente triste, acompañándonos en el duelo abierto en el que estamos todos.

Y no sé qué escribir. La política, el humor, las andanzas en el Mercadona, las previsiones sobre nuestra salida futura... todos los enfoques parecen malos en un día como hoy, pero escribir es terapéutico y sanador.
Y a ello voy.

Cuando trabajo con mis alumnos las categorías gramaticales y hablamos de los sustantivos, les enseño a clasificarlos: común o propio, abstracto o concreto, singulares y plurales... Y, entre estas clasificaciones, contables o no contables.

Los contables son aquellos sustantivos que se pueden separar en unidades, es decir, entidades que se pueden contar. Así, una manzana, diez ventanas, dos mujeres...
Los no contables son los que designan entidades que no tienen unidad o que carecen de plural. Así, el aire, la alegría, el arroz...
A veces se lían, porque caen en la cuenta de que la gente pide un café o en una fiesta han hecho tres arroces. Tengo entonces que explicarles que hemos usado una metonimia y hemos omitido el lugar por lo que en él se contiene: una taza de café o tres cazuelas de arroz. Cuesta un poquito a veces, pero lo entienden.

Y este recordar mis clases y lo mucho que me gusta mi trabajo, me lleva a reflexionar sobre la contabilidad y la no contabilidad de esta pandemia.

En la contabilidad, ponemos en cifras lo que nos preocupa. 
Uno, cien, mil, veinte mil cuatrocientos cincuenta y tres muertos.
Uno, cien, mil, ciento noventa y cinco mil novecientos cuarenta y cuatro contagiados.
Uno, cien, mil, tres millones quinientos mil trabajadores expulsados del mercado laboral de una u otra forma.
Una, dos, tres, seis semanas de confinamiento.
Uno, cien, mil, treinta mil seiscientos sanitarios contagiados.
Leemos u oímos cifras, las asimilamos —casi con callo emocional, a veces— y nos vamos a dormir con la tranquilidad que los números aportan.

Y luego está la no contabilidad —al menos, por ahora—. Relación larga e inacabable que a veces oscurece los momentos más optimistas:
- la desesperación de los que viven solos.
- la angustia de quien espera saber un diagnóstico o, peor aún, un desenlace.
- las despedidas sin despedida, sin abrazos amigos, sin palmadas de consuelo.
- el deterioro emocional ante las perspectivas de futuro.
- los malabarismos para llegar a fin de mes de quien se ha quedado sin nada.
- la incredulidad de los más pequeños, que ven la calles deseadas como una ruta peligrosa.
- los ancianos vulnerables que forman la primera línea de fuego.
- los especuladores, ladrones, timadores, estafadores, vampiros de la desgracia, que están haciendo su agosto.
- los débiles, que están cayendo en pozos profundos.
- los fuertes, también, que están cayendo en pozos profundos.
- los que tienen que ser el sostén de su casa, sin desfallecer.
- los que han añadido al debe de su vida este gran debe imprevisto.
- ...y tantas cosas más que se nos pueden ocurrir.

¿Cómo lo contabilizamos? ¿Qué recuento haremos para saber bajas y heridos y remangarnos para la reconstrucción?

Pensemos en ello. Tenemos tiempo.

Fotografías: lo que hoy se vislumbra más allá de los toldos. 9:55.



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