Ir al contenido principal

Crónica de la excepción. Día 40

Hoy se cumple la cuarentena de la excepción.
Cuarenta días desde el primero en el cual ya no pude salir a trabajar con normalidad como un viernes cualquiera.

En estos cuarenta días ha habido de todo: momentos de mucha esperanza y de mucha desolación.
La pena terrible de ver acumularse las muertes y los contagios y el optimismo de haber llegado, quizá, a ese punto en el cual las cosas solo pueden mejorar.

Ha habido días de sol, radiantes, que tiraban de nuestra alma hacia la calle y días, como los tres que llevamos, en los que la lluvia solo hace que remachar un poquito más este clavo de dolor.

A las noticias ya no les hacemos mucho caso. A los vaivenes gubernamentales, menos. A los expertos que salen de debajo de las piedras donde estaban escondidos hace dos meses, menos todavía.
Como mucho, nos centramos en la novedad más extravagante y esta es ahora la salida de los niños.

Que van a salir el lunes que viene. 
Primero, iban a salir a dar vueltas a la manzana, al aire libre, separados de la gente por sus buenos dos metros y solo de la mano de sus papas, que son las personas con las que ya conviven. 
Ahora no, resulta que ahora van a ir al súper o a la farmacia o al banco. Mucho mejor: así podrán tocar con sus manitas inocentes mostradores, productos, sillas, puertas, pomos y folletos que luego dejarán delicadamente en su sitio. Y así podremos contagiarnos todos cuanto antes mejor. Y así los que tengamos que morirnos lo podremos hacer con más diligencia y así, los agraciados que queden, podrán seguir con su vida de antes lo más rápidamente posible.

¿Que no podemos criticar a los que gobiernan porque no estamos en su lugar?
Ustedes perdonen, siempre se me olvida. Será el sentido común, que me juega malas pasadas.

Fotografía: Julieta contempla la lluvia y se reserva su opinión. 17:54.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

" Dime, Niño, de quién eres   todo vestido de blanco.  Soy de la Virgen María  y del Espíritu Santo.  Resuenen con alegría  los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena.  La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va.  Y nosotros nos iremos,  y no volveremos más.  Dime Niño de quién eres y si te llamas Jesús.  Soy de amor en el pesebre  y sufrimiento en la Cruz.  Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena". Poníamos boca abajo el cajón en el que nos había llegado la matanza del pueblo y lo arrimábamos a la pared. Colocábamos con chinchetas en la pared un papel azul oscuro con estrellas, una de ellas con cola brillante. Echábamos viruta marrón, viruta verde... Poníamos un río y un laguito con papel de plata. En un esquina, el pesebre con la mula, el buey, San José, la Virgen y el Niño. En ...

Crónica de la excepción. Día 70

Ayer, 20 de mayo, James Stewart hubiera cumplido años. Nuestra infancia y juventud lo tuvo siempre presente.  En una época en la cual solo había una televisión y los barrios estaban llenos de cines de reestreno y programa doble, no era difícil encontrarse con sus gestos dubitativos y su peculiar voz (cosas del doblaje) casi cada semana.  Sus películas se reponían —alguna, como Qué bello es vivir , era un clásico navideño— y nos era tan cercano como los compatriotas que llenaban las novelas de media tarde o los Estudio 1. Pero esta entrada va de una pequeñísima parte de lo acontecido en su vida y que tiene que ver con otro grande del cine norteamericano, Henry Fonda. Ambos eran amigos, en ese grado en el cual la amistad pasa a ser casi un lazo de sangre. Eso, a pesar de las grandes diferencias que había entre ambos. La mayor de todas, quizá, sus tendencias políticas. Fonda era de izquierdas y Stewart, muy conservador. Su vida discurría paralela hasta que,...

Volver sin poder volver

Y te haces los kilómetros sabiendo que vuelves sin volver. Porque no se puede volver al abrazo de una abuela, a un cine de verano, a los bancos del paseo donde se cruzan las primeras miradas de deseo, a bañarte en una alberca, a oír los campanillos de los mulos. No se puede volver a las calles empedradas, a las noches en el zaguán, a que manos queridas te monden las pipas, a retreparte en una silla de enea, a la feria con amigas, a la tienda de Silvestre. No se puede volver a llenar un cántaro, a guardar sitio en las pilas, a sentarse en un tranquillo a ver pasar la vida, a que te pregunten de quién eres. No se puede volver a esperar la alsina de Málaga, a ver los carteles del cine de Pavón, a comprar magnesia en un cartuchito, a subir a la carretera a ver cómo anochece. No se puede volver a la Galaxy, a comer pimientos en los Vaqueros, a encargar un jersey en las Arjonas, a aguantar las miradas subiendo frente al Estrecho. No se puede volver a escuchar los chascarrillos de tu abuelo, ...