Querida vida:
En el tiempo en el que tú y yo nos llevamos conociendo, nuestra relación se ha basado en la confianza.

- He besado y abrazado impetuosamente a familia y amigos queridos.
- He besado protocolariamente a conocidos recién presentados.
- He dado la mano en una reunión e, inmediatamente después, he dejado que esa mano cogiera un croissant allí dispuesto para deleite de los asistentes.
- Me he acuclillado en el suelo para hablar con niños ajenos con los que coincidía casualmente.
- He acercado objetos a desconocidos o conocidos que así me lo requerían, como un favor.
- He dejado mi botella de agua, o mi vaso, o mi cuchara, para que algún allegado probara aquello que yo estaba tomando.
- He estornudado o me han estornudado al ladito, sin acordarse de que tenían cara interna en el codo.
- He bailado en fiestas y verbenas, peligrosamente cerca, peligrosamente rozada y rozadora.
- He compartido asientos y barras verticales y horizontales de vagones de metro, trenes, autobuses...
- He ocupado el mismo espacio en el mar que otros cuerpos tan pegajosos de sal o de crema o de arena como el mío, tan cercanos.
En fin, todos estos y otros muchos pecados he cometido.
Me dicen ahora, me previenen, que cuando volvamos a salir a las calles, eso no va a volver a suceder. No en un mes, ni en una estación, ni en un año.
Me dicen que tenemos que dejar de ser mediterráneos, latinos, gente tocona y confiada.
Me dicen los expertos que eso se va a acabar: que cada uno en su cuadrado —como decía la canción infantil— y de lado a lado.
Yo creo que se equivocan.
Que la vida, cuando este vendaval que nos está azotando remita, se ha de volver a basar en la confianza social. Porque confiamos espontáneamente en los otros miembros de la sociedad y porque necesitamos de los elementos externos que nos sostienen como seres sociales y que son la masa de la que se nutre el amor, la amistad, la fraternidad, la camaradería...
Esos elementos externos son tocarnos, besarnos, abrazarnos, darnos la mano, sentarnos juntos —a trabajar o a ver una puesta de sol, tanto da—.
Yo creo que nunca podremos retorcer la voluntad de lo que somos, tan abiertos, tan confiados, con tanta fe en el otro.
Así nos lo enseñaron y así, y solo así, recuperaremos la alegría.
Querida vida, no mires estas fotos: nunca nos van a representar.
Son un tránsito, una circunstancia y una exageración oriental: tú y yo sabemos cómo queremos pasar los años que nos queden.
Fotografías: Pablo M. Díez. Edición digital de ABC. 21 de abril.
Comentarios
Publicar un comentario