Un famoso humorista gráfico —director de cine y escritor también—, Chumy Chúmez, ya fallecido, escribió, allá por el año 86, un libro titulado Yo fui feliz en la guerra.
No lo he leído —era una biografía sobre su infancia, transcurrida en aquellos difíciles tiempos—, así que esto no va de una reseña del mismo, sino de su título, que me va a servir para tirar del hilo de lo que quiero escribir hoy.
Tenemos los seres humanos una capacidad que es, quizá, la que nos ha mantenido en pie como especie a pesar de los reveses, naturales o provocados por nosotros mismos. Y es esta la de ser felices, a veces en las peores de las circunstancias.
Una guerra, por ejemplo. Sé que diréis que los niños tienen ventaja sobre nosotros; que parecen estar hechos de goma —no solo para los golpes físicos, sino también para los emocionales— y que pueden abstraerse fácilmente en sus mundos infantiles, a salvo de lo que les rodea.
Pero no son solo los niños. ¿Quién no ha estado alguna vez en un velatorio en el cual los allegados del difunto han sonreído, o incluso reído, en algún momento? Somos capaces de entrar, aunque sea momentáneamente, en una burbuja en donde hasta lo peor se desliza sobre nuestra piel, lo dejamos caer al suelo y devenimos en seres sin angustia.
Pero no son solo los niños. ¿Quién no ha estado alguna vez en un velatorio en el cual los allegados del difunto han sonreído, o incluso reído, en algún momento? Somos capaces de entrar, aunque sea momentáneamente, en una burbuja en donde hasta lo peor se desliza sobre nuestra piel, lo dejamos caer al suelo y devenimos en seres sin angustia.
Y esto viene, tirando, tirando, a cuenta del confinamiento, como no podía ser de otra manera.
Oye, que a veces somos felices aquí metidos.
Puede que sea un rato, puede que sean cinco minutos, pero ahí está, si no la felicidad, lo que podríamos llamar chispazos de felicidad.
Una conversación telefónica en la que compartimos momentos divertidos. Un ver llover mansamente. Una película emocionante. Una charla sin prisas con quien estamos comiendo. Una tarea que nos apasiona y que estaba abandonada. Un trabajo concluido por fin.
O asomarse y ver que, en cuestión de días, los árboles desnudos se han convertido en esa frondosa franja verde que adorna la ciudad y nos enseña que todo va a seguir su curso, que confiemos.
O asomarse y ver que, en cuestión de días, los árboles desnudos se han convertido en esa frondosa franja verde que adorna la ciudad y nos enseña que todo va a seguir su curso, que confiemos.
Cada cual tendrá los suyos, chispazos, pero ahí están. Pensad en los vuestros.
Eso sí, ojo con la descompresión: dejad pasar un tiempo prudencial antes de poner las noticias.
Fotografías: mi calle en este día abrileño. 12:37.
Fotografías: mi calle en este día abrileño. 12:37.
Pues yo pensaba hoy en un mirlo que me visita en mi balcón y me canta y le he ido dejando migas de pan. Y yo he creído que me cantaba para darme las gracias. Así me ha parecido más bonito.
ResponderEliminarPues yo pensaba hoy en un mirlo que me visita en mi balcón y me canta y le he ido dejando migas de pan. Y yo he creído que me cantaba para darme las gracias. Así me ha parecido más bonito.
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