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Crónica de la excepción. Día 46

—¿Cuál fue el motivo de los rifirrafes de ayer en las redes sociales?

—¡Me lo sé! ¡El asunto Merlos-Marta López-la otra!

Noooooo. No me refiero a ese. 
Que también, pero de eso no es de lo que vamos a hablar mis sesudos lectores y yo, faltaría más. 🤦‍♀️😊

Me refiero a cómo fue el primer día de la salida de los niños y sus progenitores a la calle.

Las redes echaban humo y los dos bandos enfrentados eran, a saber: los que decían que el incumplimiento de las normas había sido un hecho aislado y puntual y la gente se había comportado y los que decían que había sido un desastre generalizado y se había faltado a todas y cada una de las consignas que tan bien aprendidas parecían el día anterior.

Dos opiniones muy legítimas y que, se supone, derivarían de la experiencia personal o de las noticias y fotos que se iban recibiendo en las cuentas personales y en los chats de whatsapp, telegram o cualquier otro medio utilizado para conectarse con amigos y conocidos.

Lo que a mí me llama la atención, y quiero dejar constancia de ello, es cómo se adscribía a la gente, según esas opiniones.

Así, si te parecía que la gente había hecho lo que le había dado la gana y estábamos en un proceso en el cual se echarían a perder los más de cuarenta días de confinamiento eras desafecto al gobierno, deseoso de verlo caer, mala persona y, por supuesto, facha o de derechas. 
Si te parecía que la gente se había comportado ejemplarmente y las fotos eran desafortunadas excepciones, eras partidario del gobierno, persona de bien (que no critica en tiempos de pandemia) y, por supuesto, de izquierdas.

Esta dicotomía simplista te parecía perfecta si caías en el bando de los buenos, pero absolutamente perversa si caías en el bando de los malos.

Por eso, y aquí ya se puede deducir en qué bando caí, me parece oportuno volver al asunto de por qué éramos dados a creer o no en lo que nos llegaba.
Casi todos recibimos las fotos por redes sociales. En nuestro ánimo estaba darlas por buenas o no. O creer que era lo general o lo anecdótico.

Mi opinión es que, en esa asunción, el peso fundamental (más allá de que las medidas gubernamentales gusten más o menos) no recaía en regodearte o no en las críticas al gobierno, en la filiación política en derecha o izquierda ni, por supuesto, en ser buena o mala persona.
El peso recaía en los miedos personales; en si hemos entrado o no en una suerte de angustia en la cual la confinación nos aporta una seguridad que las calles o la normalidad nos niegan; en si la famosa desescalada la vemos como algo deseable o un tránsito peligroso que tendremos que acometer, pero que nos paraliza.
El miedo dicen que es libre y no se puede achacar mala intención a quien ve cómo es este el que frena el deseo de vivir como antes, de salir a la calle y recuperar rutinas.

Quizá sea el momento de dejar de señalar tanto con el dedo y aceptar que se pueda ver la valentía como inconsciencia o la cobardía como refugio y alivio.
Cuando salgamos de esta, tendremos que afrontar muchos cambios personales, muchos estados de ánimo a la deriva y muchos estrés postraumáticos (que es el nombre que ahora tienen los efectos de las desgracias de toda la vida) propios y ajenos.
Un poquito de empatía con quien no piensa como nosotros seguro que nos será de gran ayuda. Hora de ir tomando nota, aunque sea, de momento, en las redes sociales.

Fotografía: cadenaser.com. 26/04/2020

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