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Crónica de la excepción. Día 55

Después de unos cuántos días sin ganas ni cuerpo para escribir, vuelvo a la carga.
Y así, a lo tonto, han pasado ocho días y estamos, como quien no quiere la cosa, en el florido mayo y en la fase cero de este proceso que nos va a llevar a la nueva normalidad, sea esto lo que sea.

Después de un bache de salud, después de ver el maravilloso ocaso de anoche y después de ver el espléndido y cálido día que nos ha regalado la primavera, ¿quién tiene cuerpo para criticar todo lo que se ha hecho mal —que se ha hecho—, todo lo que va mal —que va— y todo lo que podría cambiarse —que lo hay—?

Pues yo no lo tengo y por eso voy a hacer una crónica leve y ligera, sin punta ni filo, que tiempo habrá. Una crónica alejada del peligro que estamos viviendo, de las mezquindades que estamos viendo y de las estulticias que estamos oyendo.

Porque en este paréntesis he celebrado el día del título maravilloso que me han otorgado mis tres hijos y que concentra todo el amor del mundo y, además, se me han hecho un año más mayores dos de ellos, siendo uno de estos avances en el tiempo el que ha llevado a mi benjamina a la tan ansiada mayoría de edad.

Por todo ello, lo único que me apetece mencionar hoy es todo lo bueno que tengo para dar gracias a la vida. Y mencionándolo, comparto, además, con vosotros, unas décimas que he compuesto para mi peque conmemorando ese punto de edad a partir del cual creen —y así debe ser— que ya todo va a ser miel sobre hojuelas.

Va por mi niña y su entrada en el mundo de los adultos.

DÉCIMAS PARA LA MAYORÍA DE EDAD

El nacer es un azar
que a nadie se le consulta
y, por lo tanto, resulta
que la suerte ha de contar.
Las hadas han de brillar
cuando dejen sus presentes
y te han de tocar parientes
que te quieran sin medida,
que por ti dieran la vida
antes que rocen tu frente.

Se celebra cumplir años
mientras la edad no molesta,
y el cumplir es una fiesta,
si no contamos los daños.
Nos gusta subir peldaños,
añadirnos unos meses,
repetir cientos de veces
que nos hacemos mayores,
que vienen tiempos mejores,
que podremos con reveses.

La infancia es un tren sin frenos,
una vagoneta loca,
y, apenas pueden las bocas
formular unos antojos,
estos pasan sin sonrojos
por las ganas de crecer,
de convertirse en mujer
y, poniendo la directa,
dejar atrás la molesta
tontuna de obedecer.

Y llega tu mayoría,
y en la cumbre del deseo,
te sobreviene el mareo
de tener lo que pedías.
Y será lo que tenías
lo que forjó tu fortuna,
lo que hará de ti la Una,
la rodeada de amores,
la princesa de colores
que prometía tu cuna.

Echa a andar con paso firme,
busca tu propio camino,
que nunca se hizo el destino
para que no vueles libre.
Y cuando el corazón vibre,
por lo malo o por lo bueno,
siempre lo sentirás pleno
del amor que recogiste
desde el día en que naciste
y que te dimos sin freno.

Fotografías: el cielo, anoche, desde mi terraza. 21:21.

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