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Crónica de la excepción. Día 58

Hoy ha habido dos noticias.
Una, que nos quedamos en la fase cero del confinamiento y dos, que he ido a la peluquería.

Habrá quien diga que qué desfachatez meter ambas cosas en el mismo saco de las novedades dignas de ser reseñadas. 
Y puede que no le falte razón y se la doy, faltaría más, pero tengo mi propia teoría sobre ello.

En esta vida, sustentamos lo que somos en base a lo que nos pasa y a cómo lo vivimos. Así, una tragedia puede ser solo un pequeño tropezón para algunos o bien las minucias cotidianas, el empedrado de la infelicidad para otros.

Nos movemos, pues, en dos ámbitos que a veces se entrecruzan, se potencian negativamente el uno al otro o se ayudan mutuamente en el sobrellevar de los días.

El ámbito exterior es lo que sucede fuera de nuestro pequeño mundo, pero que influye poderosamente en él. Estamos atentos cuando de ese ámbito devienen acontecimientos que van a marcar poderosamente nuestro futuro más inmediato; es decir, le damos más importancia si nos afectamos directamente y, sobre todo, inmediatamente. Por eso convivimos tranquilamente con el cambio climático —qué cuán largo nos lo fiáis— o con terremotos devastadores en la otra punta del mundo —que merece un estremecimiento y poco más mientras desfilan las imágenes durante la cena—, pero nos sacudimos si la tragedia es en nuestra ciudad o una decisión política o económica va a tocar nuestra manera de vivir.

Nuestro ámbito cercano son las cosas que nos pasan personalmente —nosotros, nuestros seres queridos, nuestro trabajo— o que suceden tan cerca que van a cambiar drásticamente cualquier decisión u opinión que mantuviéramos previamente. También se incluyen aquí nuestros proyectos, nuestros deseos, nuestros objetivos y su consecución o no.

¿Y qué comento hoy, aún a riesgo de naricillas arrugadas ante tamaña frivolidad por mi parte? 
Pues dos cosas que me afectan: algo dramático como es la inmovilidad en una fase de la llamada desescalada y que nos va a mantener, quizá dos semanas más, en el mismo punto con respecto a la llamada nueva normalidad —con el agravante de que eso ocurre porque las noticias son pésimas en cuanto a contagios y mortandad, respecto a lo que tendrían que ser—.
La otra es un tema estrictamente personal pero desazonante, de un elevado índice de caseromagnitudes, como diría Juan José Millás, aunque ahora con final feliz: la propia imagen afectada que nos devuelve un espejo bastante cruel por momentos. 
Así, verse de nuevo con un color decente y un corte divino es un chute de autoestima que no traerá más beneficios —¡¡¡ni menos!!!— que ver las cosas con algo más de optimismo.

Y en tiempos de pandemia, confinamientos y fases congeladas, ¡¡viva el optimismo, aunque venga de la mano de una sesión de peluquería!!

Fotografía: Yo misma, a las 15:42.

Comentarios

  1. Pues yo he ido hoy a seleccionar cortina, que también es una frivolidad que apaña y alegra la vista.

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