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Crónica de la excepción. Día 60

Hoy quería escribir de muchas cosas positivas: de que ha salido el sol, de que muchos de nuestros compatriotas entran ilusionados en una nueva fase de desescalada, de que baja la cifra de muertos y de contagiados, de que quizá el verano nos traiga un respiro que buena falta nos hace...

Pero la primera noticia que he visto, por casualidad, es la que ilustra esta fotografía: miles de vecinos de un barrio del sur de Madrid, Aluche, se plantaron en la calle a las cuatro de la madrugada del sábado y esperaron más de siete horas porque se iban a repartir unas bolsas con arroz, aceite, huevos, harina y un puñado de judías verdes y manzanas. Para los primeros 400 afortunados, además, un kilo de pollo. Para los niños, un bote de Nesquik o Nutella.

Y ya se jodió el día. Porque el dolor que produce esa situación es un dolor que se transmite con tanta fuerza como el virus y las emociones que se desatan —desde nuestra casa con la nevera llena— son tan angustiosas que el cielo se oscurece como se oscureció ayer anticipando la tormenta. Esos sufrimientos vicarios provocan reacciones físicas y emocionales sorprendentes y apagan cualquier conato de esperanza con el que nos hallamos levantado.
Muchos diréis que se pasan pronto; que nos sentamos a la mesa y olvidamos las penurias ajenas, pero no es del todo cierto. Nos hacemos más pequeñitos y nos avergonzamos de nuestra condición humana y de que sea la solidaridad vecinal quien tenga que llegar a tapar los agujeros de las desgracias.

Así, orgullosos de vivir en el primer mundo, orgullosos de que la gente tuviera su pisito, su cochecito, hiciera sus viajecitos de vacaciones... nos damos de bruces con una realidad que ha atropellado no ya a quienes vivían en precario y con dificultades, sino a los que entraban dentro de la normalidad de nuestro aquí y nuestro ahora y que se han visto empujados, como víctimas de un atropello fortuito e inesperado, a buscar el alimento que no pueden ganarse por sí mismos.

Pero lo más terrible es lo que recoge el artículo hacia el final. Una frase atroz y cruel sobre la que deberíamos reflexionar: Estamos viendo todos los sábados a ancianos, de más de 80 años, aguantar horas de pie por una bolsa de comida, muertos de vergüenza.
Muertos de vergüenza: quizá cuando los gobernantes, sean estos quienes sean, se mueran de la vergüenza los necesitados recuperarán la dignidad que creen erróneamente perdida.

Esperemos que mañana vuelva a salir el sol.

Fotografía: El Confidencial. 10 de mayo de 2020. Asociación de Vecinos de Aluche.

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