Hace poco más de dos meses, en uno de nuestros turisteos, está hecha esta fotografía.
Un paseo por la playa antes de la comida, un ratito al sol, una quejas leves por el viento, que estropeaba algo una magnífica mañana...
Todo tan normal y tan corriente, tan sencillo, que apenas merecía unos comentarios sobre la primavera que ya se nos venía encima y sobre los planes que el buen tiempo nos iba a permitir hacer.
Pronto más y mejor. Ese o parecidos son los comentarios que se hacen en la normalidad, en la rutina que también suele tener nuestro ocio.
Ahora, a la espera de la nueva normalidad, le damos a cada uno de los actos y los gestos; a las miradas sobre el paisaje, a la mezcla con la gente, el justo valor que tiene y que añoramos.
Mirando hacia la calle, tan inocente y tan peligrosa a la vez, hacemos una lista mental de las satisfacciones que ninguneábamos y que vamos a colocar en el altar de las pequeñas felicidades.
Cada cual tendrá las suyas, pero no os vayáis al Caribe a buscarlas, ni a cruceros lujosos, ni a veladas de importancia: van a tener que ver con sentarse en un velador sin mascarilla, abrazar a alguien con quien te encuentras, hacerle una carantoña a un niño que se te ha acercado desorientado, sentarte aliviada en el asiento que alguien acaba de dejar libre en el metro, recibir un paquete y estrecharlo con alegría sin suponerlo peligroso, recibir en casa a unas amigas bullangueras, bailar en una verbena de pueblo, toquetear el género en una tienda y llenar el probador de deseos, dejar resbalar entre tus dedos la arena de la playa, respirar un aire compartido sin congoja...
Luchar solo contra enemigos a quienes les veas la cara. Vivir.
Fotografía: playa de Badalona. Mediodía del sábado 29 de febrero.
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