
A pesar de que ayer anunciaron lluvias y tormentas, no ha podido amanecer el día más radiante y soleado.
Julieta ha decidido que las tibias baldosas de la terraza trasera eran el sitio idóneo para solazarse y se ha dedicado un rato a dar vueltas sobre sí misma y a mirarnos, intentado provocar el juego.
No nos veía muy por la labor, extrañada de que aquel regalo maravilloso no nos sedujera como lo hacía con ella: sol, espacio, unas peticiones de mimos, un ratito de ocio... qué sabe ella de preocupaciones o de futuros inciertos.
O mejor aún: sabe mucho. Sabe que es el momento; el aquí y el ahora lo único que nos da las treguas necesarias para vivir con la serenidad que esta vida reclama.
Tener un ser pequeñito que te pone los pies en el suelo, que te indica con sus gestos naturales y precisos dónde y por qué está lo que vale, no tiene precio.
Y en estos días, que empezaron en el ya lejano mes de marzo, y que se alargan parece que indefinidamente, mucho más.
Julieta y su forma de ver la vida es el espejo y la enseñanza a la que deberíamos agarrarnos cuando las certezas se tambalean y las esperanzas se alternan con la desolación.
Ella vive en el presente y desde el presente nos regala enseñanzas únicas y valiosas: esto es lo que tienes, agárralo con fuerza.
Cuando lleguen las nubes, duerme, medita, huele el olor de la lluvia y espera de nuevo a que salga el sol.
Que sale.
Fotografías: Julieta, sobre las 11 de esta mañana.
Yo tengo adoptado un mirlo. Viene a desayunar y a cenar, y a veces me canta desde la barandilla del balcón.
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