¿Alguien podría decirle a periodistas, políticos, tertulianos y habladores profesionales en general que modifiquen ligerísimamente su lenguaje para no repetir hasta la saciedad un pleonasmo innecesario que oímos continuamente?
Cita previa.
Pues no, señores míos, las citas son citas y quien alguna vez haya tenido una —de cualquier índole: profesional, médica, amistosa o incluso amorosa— sabrá que la ha concertado previamente, es decir, que las partes interesadas se han puesto de acuerdo en cuándo y en dónde verse para hacer lo que tuvieran que hacer.
Cuando nos citamos, hemos elegido día, hora y lugar y la otra parte es conocedora de todas esas circunstancias, con lo cual el encuentro se producirá a menos que uno de los dos fallé, que también es corriente, con excusa o sin ella.
Los pleonasmos son innecesarios en nuestro lenguaje cotidiano, repiten algo que ya está implícito y recargan un lenguaje que, por su propia naturaleza, tiende a la economía.
Además, si los repetimos como loritos sin darnos cuenta de lo torpe de su uso, contribuimos al empobrecimiento de una lengua que es patrimonio y responsabilidad de todos.
Los medios de comunicación son el espejo en el cual se miran parte de los hablantes, a falta de otros canales de educación permanente, y fijan lo que no debería ser fijado, como ya se está viendo en los carteles de muchos establecimientos.
Si lo usa un poeta para darle valor y fuerza expresiva a los sentimientos y emociones que quiere transmitir —puede ser un recurso estilístico—, amén, pero el señor que, alcachofa en mano lo repite y lo repite y lo repite flaco favor está haciéndole a quien ya entendía lo que era una cita y que ahora, creyendo mejorar, le añade lo de previa como si pudiera haberlas de otra manera.
Y habrá quien leyendo esto decida que menuda tontería de jardín en el que me he metido hoy. Que no están los tiempos para sutilezas lingüísticas ni nada parecido.
Pero yo opino lo contrario: la cordura de la cotidianeidad, del detalle, de darle valor a lo mínimo, nos salvará en estos tiempos negros de poner nuestros pensamientos siempre, y en cualquier momento, en estas horas y circunstancias oscuras en las que vivimos.
Prestándole el oído a lo que está bien o mal hecho, saldremos con más bien de todo lo terrible que nos está sucediendo y, de paso, aligeraremos la madeja mental que enredamos y desenredamos cada día.
Fotografía: edición digital de Sur, 4 de mayo.
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