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Crónica de la excepción. Día 67

Voy a escribir, pero no tengo ganas.

Porque seguimos parapetados en la excepcionalidad, por muchas fases y desescaladas que nos prometan, rodeados por un virus invisible, pero presente como nunca lo estuvo nada.

Unos, los optimistas, lanzados a la calle, seguros tras las teorías conspirativas o las profecías de finales felices a punto de llegar.
Otros, paralizados en una situación de difícil descripción: quiero la normalidad, pero la temo; quiero mi vida, pero sé que la he perdido; necesito la gente, pero en mi medicina puede estar mi perdición.

Y aún así quiero escribir porque la escritura es un restañar de heridas, un paréntesis en el bucle mental, una bocanada de aire al llegar a la superficie...

Y aún queriendo, y debiendo, escribir, la paralización de hoy es tal que recurro a algo ya escrito en otro blog de andadura y objetivos diferentes a este.
Si a alguien le suena, me he autocopiado. Se llamaba la entrada «Los buenos tiempos».

El problema de los buenos tiempos es que no te avisan. No se compran en un centro comercial; no hay indicadores callejeros que te prevengan de su llegada; no se corresponden con una edad, ni con un momento de la vida, ni con una situación concreta. Son buenos tiempos porque sí: porque el río de la vida corre con aguas mansas; porque hemos encontrado lo que buscábamos; porque las personas que nos rodean nos dan paz; porque tenemos y no aspiramos; porque creemos que la felicidad se puede tocar con la punta de los dedos...

Y luego llega el fin. Tampoco lo anuncian luces de neón; tampoco recibes una carta de aviso; tampoco estás preparada para ello. Llega el fin porque se alejan cosas que tuviste; porque descubres el decorado que hay tras las fachadas; porque pierdes incluso sin jugar; porque las mañanas son más frías y las noches más largas; porque el peso del hoy te oscurece el mañana; porque sientes temor; porque echas de menos y , todavía peor, echas de más; porque no tienes templanza, ni sosiego.

Pero el mundo gira y quizá atraquemos de nuevo en playas felices; quizá los buenos tiempos estén agazapados, traviesos, juguetones... esperándonos en cualquier recodo del camino para asaltarnos de nuevo y ensancharnos el corazón. Que así sea.

Imagen: óleo de Hans Paus: Buenos tiempos II

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